domingo, 31 de diciembre de 2017

UBI SUNT?

¿Dónde están?
¿Dónde?

No donde nos salven.
No donde nos perdonen.

Quiso Dios que la palabra.
Quiso Dios que la carne.

Carne. Palabra.
Creación densa.
Constante. Carne
que fuera semejanza.
Imagen que fuera la palabra.

No donde.
No causa.
Perro que al ladrar aúlla.
Casa que al no estar, quema.

Quema. El fuego es la esencia
de todo hogar.
El hogar es raíz de todo ser.
Es semilla de grito.

Cultivo del habla.
Brote del cobijo.

VINDICACIÓN

Yo no soy el poeta complacido,
tampoco complaciente.
No seré el poeta laureado,
ni el poeta a sueldo.
Nunca EL poeta. Menos aún profeta u obsceno sicario.


Soy el poeta libre, tal vez errático,
eso sí, que ofrenda sus versos
en libros finos, discretos, a la sazón
bellos, por inusuales, por defectuosos.
Proclives al descuido de la errata.

No seré poeta de ésos, de limosna, secuaz
de lisonja breve, de palmada en el hombro,
No se atrevan. Seré sí ese poeta común. Anecdótico.
Seré el poeta que me dé la gana.
Molesto como piedra en los zapatos donde sudan, olorosos, mis pies.

Seré poeta siempre de un camino pedregoso.
De amigos pocos, buenos, de memoria tierna,
no de amigos que me nombren demasiado.
No me recomiendo tan notorio.
Me da cierto vértigo. Me dan miedo las alturas.

Yo seré poeta siempre. Con este síndrome
oculto, difuso, borroso. Vagaré con este oficio,
con esta profesión sin palio, colateral.
El poeta temeroso de Dios. El poeta requerido,
querido en sus mesas si hay buen vino.

Seré Li Po. Efímero. Recurrente.
El poeta que ocurre de vez en cuando.
El eterno joven poeta, a pesar de mis cuarentas.
El poeta sin fronteras, el poeta oenegé,
solidario, solitario. El poeta sin generación.

El poeta desconocido, sin monumento.
El poeta latente. El de los aviones.
El poeta mojado, curtido, expectante.
Yo no soy el poeta que ustedes quieren.
Yo no soy el poeta que ustedes buscan.

Suerte. Sigan buscando.

martes, 26 de diciembre de 2017

MÚSICA PARA COCODRILOS

Ten cuidado.

Hay fauces que no distinguen
el hambre de la sed.


Lágrimas que no son precisamente
síntoma de emoción.

Aguas tranquilas, inofensivas
corrientes que juegan contigo

al despiste, que te acechan
si te inclinas, si tus labios secos

besan donde no deben;
si tus ojos no miran

lo que puede llegar a suceder
si no oyes cómo late la bestia.

Ten cuidado.

El ímpetu del saurio
es urgente.

Su problema
da sentido a tu miedo.

Dispara toda su osamenta.
El peso de su talento

desgarra lo mejor de ti,
la musculatura de tu alma,

alimento del cual
se nutre lo salvaje.

La muerte no improvisa.
Es eficaz.

Ten cuidado.
La vida nunca avisa.

POEMA SENCILLO

¡Ay no vaya a ser,
que por ese birlibirloque,
—inesperado—
el poema venga a ser!


¡Qué miedo!

Átensele los dedos
al pianista mudo.

Sea el peligro.
Sea el pecaminoso
sucederse.

¡Ay Dios!
Cuando hay.

A veces no lo hay.
No hay falta que le haga.
Déjesele ser. Déjesele.
Qué esdrújulo existir.
Elixir de la dulce muerte,
deseo de musa esquiva.

¡Átenme! O diré
"PALABRACADABRA"
Sortilegio. Escama.
Rasgadura. Cosa costra.

Rabia. Ojo por diente.
Venganza sucia.

¡Cadabra!

Media magia.

Cabra, insisto.

martes, 12 de diciembre de 2017

POEMA ADENTRO

Sólo hay una manera
de escribir:
someterse a la libre voluntad,
entregarse a la gana,
con serena y delicada
compulsión.


Es decir,
poema adentro,
con todo un poder
de ojos, con una salva
de truenos por cada una
de las lágrimas caídas,
por cada casa deshabitada
de uno. Abandonado
a un majestuoso pairo
de súbito embeleso.

Es decir
poema adentro
y rociarse de astillas
un paisaje en llamas.
Extrañas sombras
que portan candiles,
bajando por la vereda
aún reluciente de humedad:
un rastro de estrellas.

Hay múltiples maneras
de juntar palabras.
Casi todas ellas no resultan,
parecen bromas viejas,
pesadas —como juicios—,
privadas destrezas, travesuras
de otro tiempo menos vago.

Y sin embargo,
tristeza, al amparo de los palios,
al desamparo de los palos,
al juego inofensivo, a la puta manía
que tienen las palabras
de hacernos cosas de palabra.

Es decir,
poema adentro,
verso hundido;
tal vez no tan profundo.
Elogio dulzón, elegía sobreactuada,
lirismo interplanetario, pudoroso intimismo.

Poema adentro
se llega a un sótano,
por una angosta escalera
descendente
hecha de pétalos que brotan
del tórax de los huérfanos.
Después, un pasillo,
tenuemente iluminado.
Y un letrero:
"No hay nada que temer".

Es decir,
a partir de ese punto
desaparece el miedo
de decir
que no hay nada que temer.

Que no hay nada
que tener.

Que desaparece
el miedo.

lunes, 27 de noviembre de 2017

JOSEMARI

No es que te nos vayas.
No es culpa tuya.
No es escudo, coraza. Nada.
No es siquiera azar. No es cuento,
mucho menos poema, tío.
Es sólo lo que un teclado
abriga en las yemas de mis dedos.
Un decir de un pasado. Un presente.
Una milicia constante de alegría.
Un entusiasmo que se me quiebra.
Nada que se parezca a tu esqueleto.
Un aquí glorioso. Un gesto humano.
Un eso de ti que se nos va para quedarse.
Poco a poco. Un aliento, ese no.
Ese no que te brinda una avenida.
Un amor propio. Un eterno brindis.
Un nombre que se me queda huérfano.
Un hombre que nos tiembla. Un abrazo.
Todo lo que nos da miedo.
Hijas. Hijas que honrarán en tu memoria
una silla. Una esquina de la casa. Una esposa.
Mujeres que calibrarán los designios
de una vida sin nosotros. Un nosotros
progresivo. Un quererte de pies y manos.
Una viudedad resquebrajada, un tiempo atado
en corto, un proletariado de bondad incomprendida.
Una incómoda elegía. Una de tantas. Una improvisada
tristeza. Impuesta en tiempo y forma.
Un trámite hacia la eternidad.
Todo eso que no me hubiera gustado escribirte.
Lo que te debo escribir sin memoria, sin ansia.
Lo que en telaraña nos desgasta.
Amor querido. A pesar de todo.
Lo que nos resulta tarde, lo que nos desata.
El abrazo de hierro, en tu sencillo tránsito.
En ese ladrido que comprendo.
En esa estatua que fragua tu recuerdo.
La orfandad segura y firme. Lo legado.
La memoria. La sana intención del recuerdo.
Tu íntima eternidad. Los poetas que nos dimos.
La Habana, esa Terra Cognita de tus delirios.
Nos faltarás mucho. No al respeto.
Sólo a la presencia enjuta de tus camisas.
A tu vocablo cómodo. A tu lenguaje tierno.
A los malos humos que ahora te rescatan.
Lamento este poema.
Este poema que llega tarde,
a destiempo. Circunstancial.
Un poema en el que
lloro.

domingo, 26 de noviembre de 2017

RIDICULUM VITAE

Todas las cartas de amor son ridículas"
— Álvaro de Campos.
Quiero hacerte el ridículo
como quien te haría el amor.
Se pueden hacer tantas cosas
como quien te haría el amor...

Hacerte el amor, sin embargo,
es lo más ridículo del mundo
desde el momento en que se piensa
en que el amor se hace.
El amor nace, no se hace.
Como el poeta,
que se deshace gracias a la vida
que tanto le ha dado.

Por todos lados, hay tanto amor,
tanta vida...
Nada se deshace. Se transforma.
La nada se transfigura. Como la noche.
Son las leyes de la termodinámica.
Son las leyes de la relatividad.
La vida es la ciencia de la destrucción.
El amor, la de la transformación.

La energía no desaparece. Se transforma.
Te haría la vida. La materia nos trasciende.
Tenemos una habitación de hotel.
Un tiempo infinito. Un espacio concreto.
Un beso. O dos. Te haría el ridículo.
Siempre: adverbio letal. Más que nunca.

Te haría música. Una música ridícula.
Reír es un verbo temeroso. El miedo
es ridículo. Como el amor.
Como las cartas de amor.
Como el temor.
Vivir es temor. Temblor.
Lo que cimbrea en la línea.

Lo que riela en la costa.

De noche.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

TRABALENGUAS

Ebrio el hebreo abrió, brioso, frío,
el libro sombrío.
Híbrido embrión cabrío.
Hembra brillante que cabría
en su abrazo febril; libre
lebrel, sin bridas. Bajo el brezo
besó la ambrosía; cubrió de broza
su abril. Ella brilló embriagada de brea.
Cafre, no frenó. Como cobra embriagó.
Habría sufrido, sobria, brutal.
Sabría labrar con la broca
su fibra.
Vibró, brava,
su breve boca de cobre. Leve, libó lava.
Palabra.

VOLVER

Decía el tango que, marchita
la frente, plateadas las sienes,
regresar suponía
la redención.


Quizá, en traslúcido bandoneón,
acumulado lamento
de pulmón cuarteado de asfixias
lo que boquea desesperado es rendición.

Rendirse. Rendirse no implica fracaso.
Es más bien causa de relajación
del peso enorme de la vida.
De causar el menor daño

posible al cuerpo que la habita.
Invocar un tránsito de puntillas
por la vereda mansa del ser,
a través de todas sus estancias.

Un álbum cuajado de estrellas,
fotografías, en cuyos ojos,
los protagonistas de lo estático,
revelan ya su último estertor.

Renuevan la cura del presente.
Expectantes. Ávidos de un saber
que les supera en la nostalgia de verse
viéndose retratados, definitivos.

Volver. Volver desde la juventud
hacia la vejez maldita que vocifera
carencias, datadora de hitos.
Horno crematorio de las horas.

Al final el tango siempre es caída.
Pequeña muerte de lo que anuncia
calma, extrema unción de la caricia.
Volver no es persistir. Volver es vivir.

Decía otro tango que vivir es cambiar.
Cambiar el paso, trasplantarse órganos
letales para prolongar la agonía
de la alegre y sencilla existencia.

Volver es, en justo silogismo, cambiar.
Volver. Regresar. Retornar.
Movimiento perpetuo hacia lo que cuesta
abandonar. Hacia lo que destruye.

Enumerar lo perpetuo. Concebir.
Captar la arena entre las sábanas.
Reptar como un jesucristo en el desierto.
En inmensa y aplastante soledad.

Sediento. Ansiar el agua. Saciarse.
Quebrantar lo que de muda tiene
la palabra, el canto. Soportar
la carga que afianza toda huella.

lunes, 13 de noviembre de 2017

DE CÓMO

De cómo el rayo mañanero,
el que, oblicuo, trae a tu nombre
mi forma inconsolable, mi blancura
hecha cuerpo al lugar donde despiertas,


al residuo hace poco ronquido
que introdujo en mi sueño una explosión
de gas, el sobresalto, el cambio de mejilla
en la almohada que huele a babas secas,

vestigio sutil del profundo sueño,
batalla, no por ello menos guerra,
por la conquista del territorio
tierno y cálido de la oscuridad.

De cómo el estornudo supone
en mitad de la noche un escándalo,
una justificada desactivación
de todo reproche,

una solidaridad de ácaros,
una constante presencia que duerme,
siempre a su manera,
al lado de mi abismo, a orillas de la alergia.

De repente una ambulancia,
avisándonos de que a la gente le pasan cosas
mientras dormimos. Cosas que quitan
de nuestro sueño un segundo, una importancia.

De cómo se encuentran nuestras piernas,
de cómo luchamos por un pedazo de sábana
contra el persistente escalofrío.
De cómo, frente a frente, aún hay espacio de beso.

De lo solas que se quedan las arrugas de la mañana;
de cómo identifico tu silueta en el trajín
del grifo lejano del baño. Tu danza de puntillas
por el pasillo. El sonido que haces al vestirte.

De cómo luego vienes a acariciarme el pelo,
de cómo crepitan tus ojos en silencio
al sentarte al borde de mi parte del colchón,
lo blando, lo leve que mis dedos hacen en tu cuello.

De cómo suenan tus llaves, cuando cierras la puerta,
mientras esperas el ascensor. De la puerta del portal,
cerrándose tras de ti cuando te vas.
De cómo me dejarás la calle cuando despierte.

martes, 7 de noviembre de 2017

MIS ARMAS

Mis armas no implican apuntar.
No percuten metales ardientes
que destrozan el corazón de las personas.
Mis armas callan cuando oigo los disparos.
Aguardan tras el muro. Silenciosas.
A menudo cobardes, lo confieso.

Mis armas, las palabras, se secan
al sol. Se cubren en la bruma y dibujan
la torpeza audaz de un niño original.
La mala caligrafía de los números
porque nunca supe de cálculo:
porque nunca supe contar de cabeza.


Mis armas las encuentro inofensivas,
deudoras de complicados mecanismos.
Las hallo lejanas. Ni siquiera en mis manos.
Mis armas pertenecen a un ejército
quintaesencial. A una armada metafísica.
A una revolución ideal. Al derrocamiento
de un reinado de lo que es feo. De lo que
a mí me resulta feo. Y sólo digo.
Sólo digo que ¡bang! no es suficiente
para que me pongan héroe en la tumba.
Para que desconocido sea el soldado
amargo que bebe cómodo. Que lee
cosas de otros que no están.

Mis armas cavilan por el pasillo
cómo ser ofensa, siendo palo, piedra
o mano. Sobre todo voz calcada:
eslogan viejo, podrido,
torquemado.
No saben torturar, no saben matar.
Mis armas son gacelas que nombran
el reflejo del ojo del cocodrilo en el arroyo,
tienen miedo.
Hacen caca en los arbustos
mis armas.

Mis armas son requisadas
en cada redada masiva de versos.
No me dejan indefenso.
Me dejan desnudo. Mis armas
son la piel que evito.
La cara amarga, el sol que me nombra
sin saber mi nombre. Sin idioma, sin casa.
Mis armas se casan los sábados
con el combate florido de tus párpados.
Con un sillón donde leo. Con una botella
audaz, rápida. Mis armas no son ni siquiera
veneno. No sé matar a nadie.

No sé matar.

viernes, 13 de octubre de 2017

PF1PD #5

Vocifera la señora.
Su equipaje no está.
Su tiempo es el único tiempo.
Su problema es el problema.


Vocifera la señora.
Golpea el mostrador.
¡Pero oiga! ¡Pero oiga!
Quiere su taxi. Para ella sola.

El problema es su problema.

SERPE INTRUSA IN PALINDROMO ITALIANO




IO NON SONO NOI


jueves, 5 de octubre de 2017

TIBIEZA

Les faltó coraje. A unos y a otros. Coraje, ojo, no confundir con osadía; a menudo la osadía es más imprudente que el coraje. El coraje es cortés, quita lo valiente. La osadía quita lo cortés, pone lo caliente. Les sobró osadía. Se les calentó la boca. A unos y a otros. Calentándose las bocas se calentaron las cabezas. Las papas que luego se pasaran de mano en mano. Caldeó todo ambiente, anunciaba infierno. En el coraje hay frío. La vocación es cosa de coraje, no de osadía. El coraje es un sentimiento profundo, labrado, culto. La osadía es un intento, un sopapo, un estrépito. Les faltó vocación, es decir, talento.

Les faltó coraje porque no profundizaron. Lo profundo requiere paciencia. Bajar se baja lento. Si no, se revientan los tímpanos; luego, la embolia. Es un fundamento vital para quien pretende sumergirse en la hondura de las cosas. Primero hay que descomprimir para igualar la presión. Son más de chapuzón. No bucean, y si lo hacen, se embelesan en el esmerilado destello de las conchas sobre los brazos del coral, en vez de estar atentos al cambio de corriente que les puede llevar a la asfixia.

Les faltó coraje porque son más toreros que toro. Se confundieron de cuernos por los que agarrar, de trapo al que entrarle. Salieron a matar un Guernica, creyéndolo Miura. De haber sido toros se hubieran medido mejor las fuerzas antes de embestirse. Porque el toro es noble hasta que se da cuenta de que lo quieren matar; algo le avisa. Y se embravece. El torero le baila, lo capea, lo pica, le clava banderillas, luego lo cuadra al sol, y lo mata.

Les faltó coraje, recuerden, no osadía.

La política del jabalí frente a la política del lince.

martes, 3 de octubre de 2017

ORDEN PÚBLICO

Nuestra historia reciente —nada reluciente— y remota está enmarcada en múltiples y notorios episodios de desorden. De desórdenes creados por desequilibrios. El espíritu de la política se forja en la pasión y la razón. El arte de la política está en saber cuándo avivar un fuego y cuándo otro. O cuándo hay que mantenerlo al mismo nivel, para alcanzar templanza. El virtuosismo en política pasa por saber en qué momento hay que dejar de jugar con el fuego y utilizarlo con sabiduría.

Nuestra indisciplina y ánimo proverbial para la insurrección, para el aspaviento, para la insolencia y el solivianto nos ha conducido en numerosas ocasiones hacia atolladeros de los cuales siempre hemos zafado a empujones, a manotadas, en tumultuoso orden. Y es que en España gustamos del tumulto, de la bronca; pero también de la indolencia, dolencia de lo que debería dolernos y no nos duele. Vocación de cicatriz tenemos bien poca. La mala sangre, la zafia y retrógada tirria hacia todo lo por conocer, sea bueno o malo, de esa vocación vamos sobrados. La prepotente y fecunda gonadología que engendra el mal capital de esta sociedad es el victimismo. En este país, hasta los verdugos son víctimas. Somos expertos creadores de incomodidad y molestia; nos las arreglamos siempre para que el molestado sea quien nos solucione la molestia que le hemos causado. Profesamos una afianzada solidaridad por el listillo, nos solazamos con el escándalo. Evitamos por sistema la concordia.

A España le hace falta disciplina. Pero no la castrense. No la clerical, ni la feudal. Esa nos la sabemos ya. La disciplina es una revolucionaria manera de administrar el espacio de las acciones. Es el arte de la organización del tiempo, la visionaria gestión de los instantes, de las secuencias: la semilla de la atención que es el germen de la sublevación contra el orden "establecido". A España le hace falta conquistar esa disciplina del orden natural de las cosas. Del saber cómo entrar y por dónde salir. De dejar la puerta abierta, síntoma de melancólica hospitalidad, también refinada astucia. La disciplina del arranque, la del sabio modo de mirarnos, no la de esa chirriante petulancia entre los pueblos, alimento de legendarias glorias y miserias mutuas. Esa no.

La disciplina del deleite, la de embellecernos con cuatro cosas, a deshora. La de ser puntuales. A España le hace falta la disciplina ardiente de la fragua que temple la hoja de este largo dolor. La disciplina de hablar. La disciplina de escuchar. La disciplina de callar mientras hablamos y escuchamos. La disciplina del silencio.

Hace tiempo que la opinión pública es privada.

Pienso que el orden público no necesita fuerzas del orden público, y que un Estado que no fomenta el orden público, necesita cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para protegerse del orden público.

Siento que la Política no puede ser otra cosa que social.

sábado, 30 de septiembre de 2017

LA BAMBA


Para bailar la bamba.
Para bailar la bamba
se necesitan unas gafas
de buceador. Un termo
de café. Unas bragas
buenas, de seda o satén,
una doncella bárbara,
una salvaje valkiria
que me desbarate el ser.


Para bailar la bamba.
Para bailar la bamba,
tres mil millones de almas
cogiéndose en las esquinas,
corriendo ante los milicos,
sorteando loterías de tristeza,
gritando "porque sigo siendo el rey"
por callejuelas no aptas para
civiles. No aptas para princesas.

Para bailar la bamba.
Para bailar la bamba
se necesita, en realidad,
paciencia, hermanos y
hermanas.
Se necesita corregir,
saludar, mejorar el gesto,
congregar mirlos al amanecer.
Se necesita todo
lo que ama.

Para bailar la bamba.
Para bailar la bamba
no es preciso llorar,
mi alma, no es preciso.
No es obligatorio descerrajar
deseos más allá de las alcobas.
No hace falta enumerar amantes,
mi guate,
para bailar la bamba.

Para bailar la bamba
se necesita, tan sólo,
una poca,
una brizna delicada y mansa,
una cálida y sonriente,
anciana y socarrona
caricia. Una mentirita.
Un beso en la frente.
Un dedo en los labios
para bailar la bamba.

Para bailar la bamba.

viernes, 29 de septiembre de 2017

POETOPATÍA

La poesía dificulta la circulación. Funciona como una suerte de patología inversa, es decir, el aliento que la insufla lo roba tanto del portador como de quien recibe su influencia. Bien es cierto, que a menudo, el estado que provoca es contrario: sensación de bienestar, armonía, concentración. Esto se debe, principalmente, a la función aeróbica que la poesía ejerce en los huéspedes en los que ésta se va instalando para su reproducción. Ya que, como se anuncia al principio, la poesía dificulta la circulación tanto de la sangre como del flujo de aire, por tanto, la reacción natural del cuerpo es hiperoxigenarse ante un déficit suficiente de oxígeno. Pero ¿cuándo y por qué se produce esta repentina anomalía? ¿Ese inusual estado de placer? Tiene que ver, según lo estudiado, con una cuestión de predisposición del huésped hacia lo etéreo, es decir, a su deseo irrefrenable de levantar el vuelo. Es un síndrome como digo, inusual, este último, pero también alentador, puesto que nos hace atisbar una posible vacuna contra la tristeza, si se lograra aislar el agente causante del gozo poético e inocularlo masivamente a la población. También, en pequeñas dosis, puede ser un remedio eficaz para el anhelo, pues éste también dificulta la circulación del aire; pero por lo que se sabe aún está todo en fase experimental.

29 de septiembre de 2016

martes, 29 de agosto de 2017

RESCOLDO

La parte que sobra
de lo que nos sobra.
Lo que nos falta es más.
Siempre buscando atender.
Solicitar. Requerir. Requerer.
Plegarse sobre la sombra
de lo que sigue siguiéndonos.
El aullido del metal; gato en Benarés.
El libro no escrito. El verso por venir.
La caricia tonta. La cosa nervio.
El busto intacto del amor.
La sien besada entre salitre.
Lo rapaz.
Sernos en la huella de lo
que nos sobra.
Intactos. Secos.
Almidón de párpados.
Secos.
Maquillaje de verano.
Olor a mar.
La parte que sobra.
Es el eco de lo que no.
De lo que sí. Y a nada
se ata. Atarse
al dedo que inicia.
Al amor que está
en cada cosa.
En este ser esto.
Sereno. Siempre
sereno. Siempre.
Lo que nos cansa.
El páramo de la mano
quieta sobre cualquiera.
El punto sagrado en el mapa.
La playa mansa. Lo que surge
de toda marea baja.
El cuerpo
elevándose. Las olas son
mecedora de niñez
que juega a que naufraga.

DOMINGO INTERIOR TARDE

El sueño de la cacerola.
Imagina un guiso imponente.
Un hambre saciada.
La emigración del sabor
de humildes lentejas,
suavidad de zanahorias.
Voracidad de familia vocinglera.
La risa que estalla en cualquier parte
de la mesa. Comedor trepidante.
Quienes dormitan en el sofá,
ajenos a la timba de chinchón.
Al licor de hierbas. Al mejunje.
Al meneo de la próxima partida.
Yo y mi parque móvil de miniaturas.
El alcohol a raudales modificando
comisuras. Elefantes que deciden
descansar en el pasillo. Serengueti
de almas que poseen la dicha de no
tener el tiempo de marcharse. El hacer
de toda la tarde. Lo constante del licor.
Abuela que arría velas de navío hacia
el momento sutil de la marcha. El aire
que deja en su bondad discreta.
La respiración luego se acoge a sagrado;
una iglesia de macacos que se quitan pulgas
y pólipos de las orejas. Un aire que ya es casa.
Esta casa que sigue siendo templo.
Lugar donde renacer es principio y causa.
Todo lo demás viene haciéndose.
De lo que se come se crea.

lunes, 7 de agosto de 2017

ABSENTA

De tu ausencia, las polillas.
Escucho su rumiar de la madera.
Imagino sus mandíbulas, diminutas;
su orgía de serrín. Maquinaria
del desencanto.

De tu ausencia, los encajes.
La textura arrugada de tus bragas.
El semen seco en las sábanas;
el sudor danzando en las cornisas
de la tarde. Los avíos del amor.

De tu ausencia, el color. Los hijos
pródigos. La turbadora sonrisa
del niño que nos interroga
desde la posibilidad de nuestra duda,
desde nuestro nido. Lo sur de nuestro sexo.

De tu ausencia, el brío.
La frenética quietud de esperarte.
El hipo por faltarme el eclipse;
el faltarme del pudor, de la locura.
El espacio que todo tiempo ablanda.

De tu ausencia, la furia.
La sutileza que acaricia los párpados
del fuego forestal de tu vagina.
La sumaria exactitud en cada mueble
que consagra tu presencia.

De tu ausencia, tus piernas.
Tu olorosa bisagra marina.
El contorno palpitante de la piel:
piélago donde se nutre mi deseo;
donde me rozo en todo lo cetáceo.

De tu ausencia, mi lágrima.
Frío caudal, glaciar por derretir,
desprendimiento de retina
por tanto verme en tus ojos,
lo que de ti me hace pupila.

De tu ausencia, el saber
de la cabra. Confiar en tu mirada,
rumiando cada imagen.
Fotografía de la antigüedad.
Cuando eres Oriente, enmudezco.

INITIMISTAD

La cínica frase, socorro y parapeto de quien no quiere, no sabe o no puede decir la verdad es: "Yo te quiero mucho, pero es que me gustas como amigo/a y no quiero que el sexo rompa esta relación tan bonita de amistad que tenemos..."

Analicemos:

Se supone que la amistad básica entre dos personas pasa por el afecto mutuo, al haberse establecido la aceptación de un vínculo en el que la jerarquía —y por tanto, la noción de poder— está absolutamente fuera de todo lugar y de todo tiempo. Es decir, la amistad nace de la vocación de un conocimiento a través de un reconocimiento de la otra persona y sus particularidades que interviene en esa relación. Es decir, y en esto —a pesar de probables desacuerdos— suscribo las palabras de Ernesto Sábato: "la amistad opera entre iguales".

Reconocer a otra persona como igual es, al mismo tiempo, reconocerse en la otra persona como parte de un contexto existencial en el que, sin demandas mediante, esas dos personas —estado básico en el que la amistad o cualquier relación humana se establece— deciden que sus tiempos y sus vivencias son correlativas, entendiendo que cada tiempo y vivencia son absolutamente privados, pero no por ello, intransferibles, incluso en los distintos espacios y tiempos en que dicha relación se se desarrolla. Es ahí donde radica la diferencia fundamental de cualquier relación entre personas; ese es, precisamente, el pacto primordial que se genera entre quienes se reconocen como iguales en el momento de realidad que comparten mutuamente.

Por tanto, si la amistad opera entre seres humanos "iguales" —por "igual" habría de entenderse "común posibilidad", sin incurrir en ese cansino y retórico juego de la simpleza que lo equipara a la "simultaneidad compartida", gran falacia y abyecta mentira sobre la que se sustenta, de manera alarmante, el edificio de las relaciones humanas genéricas que hoy identificamos como "auténticas"— el acceso mutuo, en lo emocional y en lo físico, debería contemplarse del mismo modo como una posibilidad común, esto es, como algo que ocurre y sucede de un modo más o menos frecuente, cotidiano y alejado de cualquier escándalo; una "consecuencia natural".

De hecho, hay amistades que se inclinan más hacia un lado o hacia el otro, más hacia lo emocional o más hacia lo físico. Las relaciones de amistad más tendentes a lo "emocional" se constituyen en un entorno confesional donde la sinceridad (a menudo confundida con la insolencia) es el único vehículo autorizado para transportarnos a la tan ansiada "complicidad", si bien el aspecto físico opera como refuerzo más bien secundario que con frecuencia desemboca en un perentorio y constante ejercicio de contrición por parte de uno de los miembros que intervienen en esa relación. Por otro lado, existen las relaciones de amistad que se inclinan más hacia lo físico —podríamos decir "carnal"—, en las que lo emocional pasa a tener un valor más coyuntural actuando como bisagra, permitiendo una apertura hacia lo sensorial desde la confianza —o confidencia— desde la "emotividad", que conduce al afecto y también a la afectación.

Sin embargo, hay en la amistad un territorio tabú que va más allá de lo privado: lo íntimo. La amistad "íntima" parece un privilegio labrado con los años, un petulante elitismo, si por "íntimo" en ese plano quería decirse "estrecho", más que otra cosa.

La "intimidad" en el desarrollo de una relación amistosa sincera y verdadera, en cambio, va más allá del territorio tabú; es más, desactiva el tabú. Una amistad "íntima" sienta sus bases en un equilibrio más o menos conseguido entre el aspecto emocional y el físico. Es decir, la verdadera amistad "íntima" es la única posibilidad real de amistad básica —auténtica— entre dos personas.

De este modo, las relaciones sexuales en el marco de una amistad —odiosos los neologismos: "amigos con derecho a roce", "follamigos", "relación abierta" (¿qué relación no lo es en sí misma?)— no debieran presuponer un error de correlación entre amigos "íntimos" en un momento determinado, con lo que el problema no radica en la relación sexual que se pueda dar en la amistad, sino en lo que esas personas llaman "amistad" para referirse a la relación personal que tienen entre sí.

Así, eso de que "el sexo puede romper una bonita amistad" parte de una mala gestión de los conceptos aplicados a las relaciones, y por tanto, de una visión desenfocada de su autenticidad.

Mejor llamarlo "desconfianza", lo opuesto a todo lo que se pueda llamar "amistad".

Agosto, 2014

sábado, 22 de julio de 2017

LAS DAMAS NO LLORAN

a Carlos Pulido
De las damas se puede hablar
cuando se puede hablar de ángeles, dolores,
remedios, angustias;
de luz, alba, rocío, montaña, valle, vega,
de gloria, de fe, milagros,
de caridad, camino, esperanza, paz;
de estela, de mar, de sol, de nieves,
de luna, estrella, aurora,
de paloma, blanca, dulce, amada;
de margarita, de rosa, de azucena,
de begoña, hortensia, dalia, o de azahar:
de flor, blanca, violeta: pura.
De encarnación, olvido y resurrección,
de soledad, de alma; de consuelo.
De iris, de ámbar, de jade,
de cristal, de ágata, esmeralda.
De ella, mía; socorro y cara;
de linda, bella.
De Asia, África, América o Australia;
De Arabia, Armenia...
De tecla o rebeca.
Así de clara.
De victoria.

De las damas se puede hablar

siempre.

Se debe.

Las damas
no lloran.

jueves, 13 de julio de 2017

EL HOMBRE DE LA FLAUTA

En el Museo de Arte Contemporáneo una pareja visita las diferentes estancias. La instalación consiste en una serie de habitaciones, recreando un hogar, en el que se exponen diferentes soluciones habitacionales. Según las indicaciones, los visitantes pueden pasar una hora en cada una de las habitaciones, por turnos, como si fueran los habitantes de ese hogar ficticio, completando la secuencia, a modo de "tour". Al llegar al dormitorio, la pareja se recrea en la intimidad de la estancia: se acuestan en la cama y, de repente, excitados, comienzan a desnudarse mutuamente. Mantienen una relación sexual completa durante unos veinte minutos. Luego, a modo de juego, aún desnudos, fingen en voz alta el acto sexual. La encargada de la exposición, alertada por un visitante de aspecto extranjero con un perro grande debido a la tardanza de la pareja y de los sonidos que provienen del dormitorio, decide entrar en la estancia, sorprendiendo a la pareja, que se está vistiendo, mientras ambos fingen orgasmos. Incómoda, reprende a la pareja y pide disculpas al visitante de aspecto extranjero con el perro, el cual reconoce al joven a quien saluda de modo jovial. La pareja, entre risitas cómplices sale de la estancia, despidiéndose del visitante de aspecto extranjero con el perro, ante la mirada atónita de la encargada de la exposición.

Un hombre negro está en los lavabos del Museo. Confuso, trata de averiguar cómo demonios accionar el lavabo para lavarse las manos. Hay otro hombre en los lavabos que porta una mochila a su espalda, de la que sobresale lo que parece ser la embocadura de una flauta. El hombre de la flauta se acerca al hombre negro y le muestra cómo accionar la palanca que abre el grifo del lavabo. El hombre negro, tras lavarse las manos, toma las del hombre de la flauta y se lo agradece. El hombre de la flauta le devuelve la muestra de agradecimiento y le llama Joshua. El hombre negro le dice que se llama Jousie, no Joshua. El hombre de la flauta le dice a Jousie que un año antes había visitado el Museo y que se encontró a un hombre negro que se llamaba Joshua, que guardaba un parecido notable con él. En aquella ocasión, fue Joshua quien mostró al hombre de la flauta cómo accionar el mando del grifo para lavarse las manos. Jousie le dice al hombre de la flauta que Joshua era su hermano, que trabajaba en ese Museo.

El hombre de la flauta desciende por la avenida, bastante concurrida de tráfico. Hay prostitutas muy bien arregladas, con buen aspecto, que se le acercan para ofrecerle servicios sexuales, los cuales rechaza cortésmente. De repente, se da cuenta de que se ha dejado la mochila con la flauta en el taxi que le dejó en la avenida. Errático y triste deambula durante unas horas por la ciudad, de aspecto moderno; le recuerda a una ciudad coreana. Abatido, llega hasta una pequeña plaza con una terraza de mesas en un costado. Observa a una pareja en una mesa. Hay una flauta sobre ella. Se diría que es la suya. Se acerca, y con cierto reparo les pregunta dónde encontraron esa flauta. Ellos le dicen que en un taxi. También le dicen que se parece mucho a la flauta de una hija que tuvieron, fallecida muy joven. Él les explica que esa flauta es suya y que no puede ser de su hija; que la ha buscado durante mucho tiempo, recorriendo muchos lugares y viviendo muchas vicisitudes en su camino por encontrarla.

Se levanta un viento repentino bastante fuerte en la plaza.

Un anillo blanco de plástico viene a parar a la mesa de la pareja. La pareja, conmovida por la historia del hombre, acepta devolver la flauta al hombre. Una niña pequeña se acerca a la mesa, llorando desconsolada, preguntando por un anillo blanco que ha perdido. El hombre de la flauta recoge el anillo de la mesa y se lo entrega a la niña, abrazándola y consolándola. La niña tiene aspecto desaliñado, como si viviera en la calle.

El hombre de la flauta dice estas palabras:

"Ahora el hombre tiene su flauta; la niña tiene su anillo; el hombre y la mujer, la niña. El hombre de la flauta, por fin puede marcharse." Con lágrimas en los ojos añade: "Por favor, cuidadla". Y se marcha.

martes, 11 de julio de 2017

MICROPOEMA CON DEDICATORIA

Vapor, ustedes.

CITA

Abro comillas
para decir desde otra voz
lo que mi voz desea,

para contar hasta tres
y figurarme un ultimátum,
una fuga, un salto, un credo.


Abro comillas
para no cerrar memoria
ni convocar al temible olvido;

para honrar lo que es parte
indivisible del fuego,
del alma, del sueño.

Abro comillas
para disfrazarme a solas
de dinosaurio extinto;

para gozar a gusto
y en privado de la belleza:
única razón que me palpita.

Abro comillas
para decir desde otro ser
lo que mi ser quisiera,

para buscar a tientas
comida, cobijo, amor,
lentitud, infamia.

Para quedarme
mudo ante el abismo,
mejor cierro comillas.

domingo, 9 de julio de 2017

HUMEDAD

Bajas por la vereda hasta mi boca,
ahí tus labios descansan.
Dejan musgo, líquenes adheridos
al húmedo brotar de mis encías.
Dejan abismo, también.
Cosas que no deben contarse aquí.


Hay esta voluntad de bosques
naciendo del torrente silencioso
de mis dedos; mi voz callando al tiempo
que arrastro la hojarasca y descubro
el secreto que revela un resto viejo de caricia,
áspera, perdida entre la niebla.

Desciendes más aún, hacia donde el placer
estalla y se constela en estrías de pino,
musitando formas impronunciables de loto,
sutiles tecnologías del hábito de amarse,
con todo en la nada sombría tan iluminada;
queja de niñez que desata nudos de tus pasos.

Bajas por la vereda hasta mi boca,
me encuentras santificado, delirante,
asceta y nómada. Como quien ignora
cualquier mapa de tu cuerpo,
esperando calma, sueño. Ebriedad
en la zona dulce de todo lo que me abraza.

¿Cuánta es la extensión de tu lengua?
¿Cuánta la potestad de la galaxia,
la aurora que lanza rayos a tus ojos,
la autoridad del caos para disparar
dardos envenenados al ocaso?
¿Cuánta la verdad burlada?

Serpiente, escarabajo, alimaña,
gnomo, duende, ninfa, hada,
insecto crepitando, rocío luminoso,
legaña tierna, hueso ardiente de ternura,
todo lo tuétano que saborea mi lengua
cuando bajas por la vereda hasta mi boca.

ÚLTIMA ESTACIÓN

Por no llevar billete, el revisor le ordenó cortésmente que se bajara en la siguiente estación. Sin rechistar, agarró sus bártulos y descendió del tren en aquella estación en la que no había nadie esperando por nadie, ni siquiera por un tren. Solo en el andén, se figuró que aquella estación podría no estar en ningún mapa de la red ferroviaria; que podría ser una estación de tercera, de esas que jalonan los trayectos para viajeros que, sorprendidos sin billete, deben apearse en algún lugar. Llegó a inquietarle pensar en la frecuencia con que otros trenes se detendrían por allí o qué tipo de viajeros pudieran bajarse. La estación estaba cuidada, aunque no parecía haber mucha actividad. Entró en el precioso y amplio edificio metálico, donde una música sutil proveniente de un lugar incierto logró apaciguar sus preocupaciones. De una pequeña oficina situada al otro lado del pabellón, se escuchaba teclear a máquina. Se aproximó y pudo distinguir a un hombre de uniforme, ya mayor, sentado ante una vieja máquina de escribir. Parecía no estar escribiendo nada especialmente, sino que se limitaba a aporrear las teclas sin ton ni son, a modo de entretenimiento. Hacía una temperatura muy agradable en el interior de la estación, y la música incierta, como de violín apagado, contribuía a la agradable atmósfera. De repente, el oficial de la estación dejó de teclear, mirando fijamente al viajero que acababa de llegar.
 
—¿Qué estación es esta, señor?—, le preguntó al oficial, que aún seguía con la mirada fija en él.
—Ninguna en especial, caballero. Esta estación no existe.

El oficial regresó a su informe inexistente, mientras la música de violín se iba apagando cada vez más por debajo del martilleo de la máquina de escribir. El viajero, se sentó en un banco cercano y sacó una manzana del bolso. De repente le había entrado hambre.

martes, 4 de julio de 2017

VIEJITO

a mis nietos

No soy viejo.
Sólo he recorrido más distancia.
Eso erosiona mi cuerpo,
desgasta mi vista,
me cansa el corazón.


Olvido las cosas
porque mis recuerdos
también vienen de lejos,
y necesitan descansar;
la memoria es una mala costumbre

que me acompaña.
Sin embargo, mis hábitos
son los de siempre:
beber, fumar, reír, amar,
ir corriendo a todas partes.

No soy viejo.
Las arrugas son surcos
que dejan las caricias
del aire que frecuento
cuando salgo a la vida.

Mis dientes ya comieron
demasiado. O bien poco.
Por eso se me caen,
se van de vacaciones.
Añoran el sabor del polvo.

Mis huesos avisan
a la muerte de que voy.
En realidad la muerte
no quiere que yo vaya.
No le gusta el ruido que hago.

No la deja dormir.
Por eso, enojada,
a veces se nos lleva
a un sitio donde no hagamos
ese ruido.

Nos encierra en el pasado.
Nos detiene.
A los viejos la muerte
los quiere lejos.
Por eso les regala la eternidad;

para entretenerlos.
Para que ustedes
los encuentren,
tranquilos, callados.
Como los viejos.

No soy viejo.
Sólo he recorrido más distancia;
sólo estoy más cerca,
peligrosamente,
del confín del tiempo.

lunes, 19 de junio de 2017

CORRÍJANME


Corríjanme si me equivoco,
pero el aire aún desata mi peinado;
un peinado de nadie, anodino,
no curado por las bellas intenciones
de un padre que me cuida la cabeza,
un peinado mesado en la ternura
embelesada de una madre tan rotunda
como para dormirme en la forma más sencilla.
Para que duerma bien y lindo,
de ese dormir de niño rabioso,
rubio, bizco: soñador de antílopes,
de tortugas.


Corríjanme si me equivoco,
pero es que al caníbal que me habita
no le priva la carnaza, tan sólo el alma
de las cosas hechas con descuido.
Me da hambre conocer cada día
la posibilidad de que todo sea hacia afuera,
un programa espacial fallido, una visita
a otros planetas con ropa inadecuada.
Un volverse mosca entre las tardes calurosas,
una furibunda reacción del silencio en llama.
Digno de ver en cualquier sutileza,
asco que todo ser conjuga,
que todo estar dispara.

Corríjanme si me equivoco,
por favor, pues nada hay
en mí que sea riguroso,
certero, cabal; tan sólo lo leve,
lo que nace constante en un nido,
un cobijo extraño, ligero como una sombra.
Un hermano con el que salgo a pasearme
el tiempo que nos une, el espacio que nos marca
la distancia precisa del encanto. Un diez
en el examen de conciencia.
La fruta que se me olvida por comer
en ocasiones.

Corrígeme si me equivoco, amor.
Busca conmigo la manera de estar,
de ser y parecer, en todo lo que copula,
en todo lo que brota amargamente sin saber
lo que nos hace hacer este amor, lo que me otorga
serte dardo. Límpiame esta sal que lija
la madera de mis estantes, el descanso
de mis libros. La soledad inquieta
desde donde me nombro a menudo
sin saber qué cosa es exactamente,
sin querer qué es lo que me quiere.
Todo este entonces.

Rígeme, ¡oh diosa de la espera!
Lánzame al espacio sin noción
de tiempo. Cancela mi deber de vuelo,
saca de mi alma la aurora en niebla,
el frío cuando disto tanto de conocer
el musgo retardado inmerso en la caricia.
Pírrica mi batalla sobre el mantel solo
de la mesa sola, de mi estancia breve
sobre el territorio virgen de la lluvia,
sobre el calor húmedo que nos escancia.
Palpitación constante del caos
criándonos entre dedos luminosos.

Corríjanme si me equivoco.
Convóquenme si no me rijo.
Sólo así haré del mar un clavicémbalo,
un tupido velo para gaviotas sueltas,
sin destino. Déjenme cazar musarañas.
Castigarme sin salir, en mi cuarto, con mis libros.
Con mi perenne vicio de bosques,
de anhelos no resueltos.
Con mi particular homenaje de duendes.
Grutas donde escribirles toda nube.
Todo albergue de lágrima imprecisa.

Corríjanme si me equivoco.
Sólo así les seré alguien,
contrario a lo que piensan,
esquivo a lo loco. Cojo.
Esquívenme a lo que giro.
A lo que toco.

viernes, 2 de junio de 2017

EL GENDARME Y LA COMPRA

El gendarme, con sus bolsas de la compra subiendo la escalera hasta su apartamento. El gendarme, con la compra mal distribuida en las bolsas, la una más pesada que la otra, sube penosamente los escalones hasta el quinto piso de su edificio sin ascensor. Descansa en los rellanos, pero no puede dejar las bolsas en el suelo porque al estar mal distribuida la compra puede peligrar el contenido si vuelve a hacer el esfuerzo para sostenerlas nuevamente; pueden romperse y desparramar el contenido por todo el rellano en que se haya parado, las latas puede que rueden escaleras abajo, las botellas de vino puede que se rompan al desfondarse las bolsas por el peso, la fruta dentro de las bolsas de fruta no amortiguan nada. Maldice al cajero del supermercado que le distribuyó tan pésimamente la compra en las dos bolsas, por las prisas, por la cola, porque cuando uno compra tiene que meter rápido las cosas que compra en las bolsas, sin orden, sin lógica porque si se tarda lo suficiente, el resto de la cola que espera mira mal, airada, aspaventosa, protestando por la torpeza de uno que no sabe distribuir la compra dentro de las bolsas, aún menos el cajero, que no está para eso en la hora punta sino para cobrar y listo. El gendarme sube con las bolsas de la compra que poco a poco van cediendo, una por el peso, otra porque va rozando con las paredes, ya que la escalera es estrecha. Está ansioso por llegar. El gendarme sabe que en breve será el desastre, como hace tres días, cuando toda la compra se fue escalera abajo por culpa de las bolsas, las prisas y sus ganas de llegar al apartamento. Cinco pisos, sin ascensor, suponen para el gendarme, viejo ya, un suplicio para bajar a por la compra y pensar que luego tiene que subir, de nuevo, con esa carga, con el temor de que se le rompan las bolsas porque olvidó una vez más coger las bolsas grandes, resistentes, porque salió con prisas a comprar y se dio cuenta de que en su nevera y despensa poco quedaba después de llegar de viaje. El gendarme suda, le sudan los dedos, palpitantes por la presión del plástico de las asas en los dedos que le hormiguean como adormeciéndose. Un rellano le falta y no llega a tiempo. Las bolsas, otra vez, se rompen y la compra entera rueda por los escalones yendo a parar al rellano, rompiéndose algunos tarros, la fruta por el hueco de la escalera, deshaciéndose a medida que cae e impacta con los pasamanos de acero inoxidable, las botellas de vino se rompen y riegan toda la escalera, dejando ese olor delator de alcohol, los huevos no se salvan tampoco. El gendarme se sienta en el escalón antes del rellano de su piso, y comienza a sollozar, luego gime impotente, y finalmente rompe a llorar desconsoladamente, como un niño al que se le olvidaran los deberes en casa, como si no hubiera tenido tiempo para estudiar para aquel examen. El gendarme llora, el eco de su llanto alerta a la vecina que, otra vez, abre la puerta y le ve ahí, sentado, empapado de vino, llorando. Ella baja un par de escalones desde el rellano del quinto hasta donde el gendarme está sentado y le abraza, le abraza como al niño que nunca tuvo, le abraza y ambos lloran, lloran porque de lo poco que se ha salvado de las bolsas nada les sirve para mañana. Es tarde, todo está cerrado ya. El gendarme se calma y la vecina le invita amablemente a su apartamento, no sin antes recoger el estropicio de la escalera. Aún con lágrimas en los ojos, la vecina del gendarme friega la escalera, barre los cristales, recupera unos tomates, magullados ya. La vecina ama al gendarme. Por eso le prepara una sopa y le abraza en la silla de la cocina. Ambos a solas, comiendo sopa, en silencio. El gendarme tiene sueño y vuelve a su apartamento, sin la compra, con lágrimas secas en los bolsillos. La vecina vuelve a cerrar la puerta cuando el gendarme entra en su casa. De madrugada, la vecina del gendarme se despierta, sobresaltada. Ha escuchado un disparo en el apartamento del gendarme. Grita. Sale y golpea la puerta del gendarme, que no responde. No responde. No responde. Se desploma llorando en el rellano, donde aún huele a vino y lejía. Son las cuatro de la mañana.

martes, 30 de mayo de 2017

BOLECO

Como si arrancara de pronto
la tierra a través de su garganta.

Como si le nacieran del fuego
cosas extrañas del vientre.

Como si el tiempo, en suspenso,
desde la jonda raíz del corazón

subiera hasta el silencio
como si la voz curase

el cuero del alma.

Como si el niño surgiera
del calor hacia lo hombre,

desde la naturaleza ancestral
de las cigarras.

Como si el canto hubiera inventado
a solas la marca de donde la herida

parte el pecho de un potro,
como fiereza de geranio.

Como si hubiera mañana
que se quedó temblando.

(Puebla de Cazalla, 27 de mayo de 2017)

lunes, 15 de mayo de 2017

LO DE EUROVISIÓN 2017, KIEV (UCRANIA), 13 DE MAYO DE 2017

Ganó Portugal. Sí, Portugal, ese país en el que cada vez que se piensa afloran los mayores y, por ello, peores tópicos de esta Europa devastada.

En 1964 (Copenhague), el año de su debut —en el que Gigliola Cinquetti triunfó proclamando su beatitud con aquel célebre Non ho l'età (No tengo edad) https://www.youtube.com/watch?v=Utd9cHBPfRA—, pidiendo perdón en pleno fervor salazarista, el tema portugués terminó en una desalentadora última posición, sin haber recibido ni un punto de sus adversarios (Oração  "Oración" de José Calvário https://www.youtube.com/watch?v=avK0zW4LRwg). Sin embargo, en esta edición, después de 47 participaciones de sonrojantes descalabros y escasos notables hitos, arrasó con la mayor puntuación obtenida por ningún país en toda la historia de este legendario evento, la nada despreciable suma de 758 votos, a decir del resultado del televoto (376) y de los jurados de 41 países (382) —salvo el jurado portugués— de los 42 que concurrieron en las dos semifinales previas.

Salvador Sobral, el joven artífice de esta proeza, presentó un bellísimo tema en portugués titulado Amar pelos dois (Amar para los dos), delicadísima balada, excelentemente interpretada y derrochando eso que nuestros hermanos lusitanos tienen de sobra y que marca en gran medida su personalidad: la sobriedad. Podría dedicarme al fácil guiño de comparar o relacionar el nombre del intérprete (Salvador) con el resultado de su participación, y también su apellido como curioso eco de su hazaña o de la elegantísima ejecución y puesta en escena del tema ganador (Sobral); pero dado que resultaría facilón y oportunista, prefiero quedarme con el buen gusto en la boca del alma por tan merecido triunfo, por fin, respondiendo a todos los pronósticos que en los meses previos a la celebración ya le daban por triunfador. Así fue, por una vez en la historia, que la justicia se mostró unánime, dotando al Festival de un, espero, nuevo giro en su concepto e intenciones (iluso de mí, valga el juego verbal). La inteligencia de presentar Amar pelos dois en solitario en el escenario central, es decir, arropado por la ingente audiencia del Centro Internacional de Exposiciones de Kiev (cerca de 11.000 espectadores) que allí se congregó para la Gran Final, contribuyó, en mi opinión, a generar una original atmósfera de sobria complicidad. Pues a menudo basta con pensar las cosas con sencillez, para obtener claridad y éxito en los resultados. Más allá, pensando en otras cosas, convendría recordar que la izquierda (la de verdad) gobierna en Portugal, y muchos recalcitrantes entre el españolado juzgarán el aspecto del joven Salvador como apodemizado en aras de insulso chascarrillo.

No deja de ser curioso, no obstante, que las expectativas que se depositaron en nuestro joven intérprete Manel Navarro, con Do it f or your lover (Hazlo por tu amante) https://www.youtube.com/watch?v=qAOXHdLdlqQ, manida fórmula reggae-surfera de corte levantinesco, insustancial y cansina, cayeran en barrena hacia el final de la tabla, quedando en un merecídisimo último puesto. Como tampoco deja de ser curioso que, para los restos, el "gallo" (por otra parte símbolo nacional portugués) será lo que más notoriamente se oirá y recordará de nuestro juvenil, rubio y tópico representante. Otro dato curioso es la cuestión de haber quedado por debajo de Alemania, compartiendo rosco, durante toda la votación del jurado, siendo repescadas ambas por el televoto. Claro, en este país gobierna —malgobierna— la derecha y en Alemania, una señora con mano firme hace cosas raras y veranea en La Gomera, y así se ha reflejado en el eurovoto: 5 puntos para España, 6 para Alemania, es decir, más da una piedra. Diría Rajoy: "Mirusté", depende desde donde se mire, somos los primeros del final de la tabla.

Italia, con una pegadiza y discotequera Occidentalis Karma —budismo para Dummies— (https://www.youtube.com/watch?v=KieE_MLv-ZY, también prometía, pero como suele pasar con este país en muchas ocasiones se desinfló en directo, sabiéndose, por propio derecho y carácter, arrasadora. La proverbial y aspaventosa petulancia itálica al final se descolgó en una discreta 6ª posición (ni chicha ni limoná, al fin y al cabo), para el triunfador de la última edición del Festival de San Remo (trampolín para el Eurofestival), Francesco Gabbani.

En definitiva, podrían habernos ahorrado veintitantas —veintimuchas— canciones y haber dejado sólo cuatro o cinco, que hubiera sido lo mismo.

Sólo me queda felicitar de corazón a Salvador Sobral (quien, por cierto, lo tiene débil, pero bien grande) y a su hermana (autora del tema y acompañante en el reprise obligado por el triunfo) y celebrar la buena lección de firme humildad de nuestros coterráneos. Espero, por ello, que el año próximo pueda escribirles esta crónica desde la capital portuguesa. Firmes intenciones no me faltan.

Parabéns Salvador! Parabéns Portugal!

https://www.youtube.com/watch?v=Qotooj7ODCM

martes, 11 de abril de 2017

MELANCOLÍA

De una conversación limítrofe con mi querido Benito.

Habría que melancotraficar.

Volverse un sibarita con la melancolía.

La melancolía no es moco ni pavo.

Es una poderosa y dura droga que exige excelencia en el suave presentir el sufrimiento.
Una tristeza crónica.
Un imán hacia lo gris.

Hacia lo que no se sabe si impacta. Una desidia apacible.
Una astenia de tantas.

Una enfermedad.

lunes, 10 de abril de 2017

MORENTE

Se fue el duende con tu ángel
y tú, tras ellos;
distraído en otra copla heterodoxa,
dañado en la sal y en la arena
por puñales sordos de noble
hoja bien forjada.

Se te apareció la sombra,
Enrique,
y ya sabías
que nadie estaría a salvo;

que de manera sucesiva
se irían veteando las miradas
poniéndose así de tristes;

que en Granada,
que en Manhattan,
que en Berlín,
le saldrían crespones a los árboles;

que el frío igual nos empujaba más
bajo el unísono y jondo silencio
que este día ondea en tu ausencia.

Tal vez se detuvieron de pronto las guitarras
cuando te partían la camisa
para salvarte el corazón.

Sé que merodeaste por negros olivares
persiguiendo a la luna,
blanca como una yegua,
y a sus lomos montaste diciendo:

Ya volveré más tarde.

Pero te enredaste en otras cosas.
Te fuiste por las ramas,
y vete tú a saber
dónde apareciste.

Si quieres
te dejo encendida
la luz del pasillo,

por si de repente a medianoche
algo te inquietara.

¡VIVA FRANCO!

Franco Battiato es uno de los seres humanos que, a través de su particular y originalísimo modo de ver en el aire lo sonido que somos, permea en toda la porosidad del repelús mínimamente exigido para ser uno presa irremediable de la delicadeza, del hacerse envejecer sin costuras, del sabio relumbrar de los cirios en la estante penumbra, el recogimiento de la universal fiesta de lo diverso, del profundo amor por la galaxia. Battiato es la fuga díscola, velocísima de un tópico a otro, cambiando la marcha a cada silbo del desorden, el príncipe del bellísimo tuétano del caos, del centro permanente de la gravedad de las vísceras, en torno a las que su música —el arte de hacer moverse a las musas—, gravita sobre las corrientes que desde el firmamento nos refugian de nuevo bajo el mundanal terramen de la sincera, alegre y espontánea, por imprevisible, sustancia de la belleza.
Alguien que canta tan tiernamente al abismo, al rostro feo de lo que nos queda, no puede ser mala persona.

Este señor es un proscrito; un proscrito de la especie mundana.

Este señor es lo mínimo a lo que no se debería aspirar.


Por eso, le amo.

jueves, 30 de marzo de 2017

MOLIBDENO GARCÍA

Molibdeno García encontró en su buzón un aviso de llegada de Correos. Inusual, por otra parte, puesto que no recordaba haber hecho ningún pedido. Le pedían un contrarrembolso de 29,86 €. Esa mañana, después de un pequeño altercado con el casero, el cual le espetó su falta de educación al no saludarle en el ascensor, con el aviso en la mano, se dirigió, diligente como siempre en todos los aspectos de su vida —el día de su Comunión corrigió al joven sacerdote que oficiaba la misa al saltarse un par de versículos del misal, lo que provocó cierto escándalo en la parroquia, porque, ya que iba a comulgar, lo suyo era que comulgara como Dios manda, y no como el joven sacerdote intuyera— hacia la oficina postal con cierto aspecto desenfadado. Al llegar, hubo de pulsar un botón para RECOGIDA; el 46 le tocó, después de una anciana que avasalló a preguntas absurdas a la funcionaria que debía atender a Molibdeno, anciana a la que, con su papelito del turno, ya arrugado por la incipiente ansiedad que su pesadez, la de la anciana, le ocasionaba, interpeló sonoramente con un desagradable improperio. Llamado al orden por el oficial de seguridad, Molibdeno García se achantó, achacando su grosería al mal dormir de la noche anterior y al repentino desconcierto de tener que desembolsar la cantidad de 29,86 € sin saber de qué se trataba. Pero, diligente, como es natural en su carácter, y no la grosería, de la cual se arrepintió pidiendo públicas disculpas a los allí presentes —no al casero, al que detestaba—, al iluminarse su turno, se abalanzó sobre el mostrador, visiblemente ansioso. La funcionaria de correos le pidió el aviso correspondiente y desapareció tras la puerta del almacén, ese lugar misterioso a donde llegan todas las cosas que nos llegan y que no sabremos cómo se organiza, misterios de la administración. Pocos segundos después, horas para Molibdeno, pues no estaba acostumbrado a esperar, apareció de nuevo la funcionaria con un voluminoso paquete triangular lleno de letras chinas. Desconcertado, Molibdeno García, dijo a la funcionaria que aquello debía tratarse de un error, que él no había realizado ningún pedido a ningún sitio, a lo que la funcionaria respondió con un displicente mohín de funcionaria por encima de sus horteras gafas de pasta de color crema jaspeada. Entregado el paquete, Molibdeno pidió un "cutter" para poder comprobar el misterioso contenido del mismo. Alarma. El oficial de seguridad se aproximó, y con actitud intimidatoria conminó a Molibdeno a dejar lentamente el paquete en el suelo con las manos donde él, el oficial de seguridad, las viera. Así las cosas, obediente, depositó el paquete en el suelo. Tic tac tic tac, se oía desde el interior del paquete. Alarma. La oficina fue desalojada y Molibdeno, neutralizado por el oficial de seguridad, con una llave de Krav Maga —arte marcial israelí—, fue finalmente reducido. Aislado el perímetro de seguridad, comprobadas las salidas y que el desalojo de la oficina fuera completo y satisfactorio, la funcionaria, cutter en mano, abrió el paquete triangular. En su interior se encontraba un salterio. Entonces Molibdeno recordó. Recordó que, años antes, una novia suya, con la cual ya no tenía relación, le prometió un regalo de aniversario. Una flauta. Con sus boquillas y todo, sueltas en el paquete, origen de aquel tic tac tic tac; una flauta de madera de cedro, proveniente de China. Capricho de una noche loca en que ambos, viendo un documental, acurrucados en el sofá de su antiguo piso, un documental sobre música oriental, china concretamente, suscitó en Molibdeno el impulso de pedirle a su novia un regalo como ése, como prueba de amor, lo cual ella cumplió, también diligente. Con amargura, Molibdeno García recordó el documental, la flauta, a su novia, y maldijo su estampa —no la de su novia de aquel entonces— por aquel inusitado episodio que esa mañana, por diligente, no pudo evitar sufrir. Lo peor iba a ser el bochornoso momento de darse cuenta de que no traía el dinero justo para pagar el envío. Qué vergüenza.

TRINCHERA

Te escribo desde tu trinchera.

Encontré tus cosas: la taza de metal,
la del asa roja. Un par de documentos
con coordenadas a lápiz, arrugados
bajo una piedra ennegrecida por el fuego.


No eran tiempos de alzar la cabeza.
Tampoco de agacharla. Lo prudente
era escuchar. Leer en el aire el olor de la pólvora,
la caligrafía de la sangre reseca, tan cerca.
Los jirones pardos entre las alambradas;
una bota aquí, con el barro viejo, cuarteado
en la suela. Un casco con un orificio fatal.
Sobre todo el silencio. El festín devastador
del silencio sobre el camposanto de la guerra.
El innombrable hallazgo de una fotografía
con los bordes quemados, casi hasta los ojos
del retrato de una mujer pálida, pero sonriente.
Un nombre en su reverso, incompleto.

Tal vez fue ése el momento en que tu recuerdo
convirtió la nostalgia en un témpano.
Tal vez fui a buscarte en ese instante sordo.
Cuando el amanecer ahora me queda frío.

Imagino el poder que aquel cigarrillo húmedo
provocó el coraje que te aferró al fusil.
Al grito último. Al viaje eterno, irreversible.
De donde nunca se sabe volver.

Te escribo desde tu trinchera.

Ese cobijo zanjado para ocultarte
del odio y también del miedo.
Para protegerte de la enorme duda.
¿Qué hacías ahí?

Sin duda, lo último que hacías era
escribir un nombre, incompleto,
en el reverso de una fotografía, lejana ya:

la única imagen que tuviste de la muerte
fue la vida.

viernes, 24 de marzo de 2017

ESPEJO

Es mirarme y decirme:
¿quién eres hoy?
Nunca pregunto quién el más hermoso del reino.

¿Quién ese señor que me interroga?
¿Por qué esas ojeras de lirón insomne?
¿A quién se parece mi reflejo?

Nunca pregunto quién el más hermoso del reino.
Tal vez me pierdo el piropo más sublime,
tal vez el perdón, la duda, la extrañeza.

La coquetería no es mi fuerte, ni mi débil
reclamo. Reclamo sólo mi aspecto.
Única manera de sentirme ahí. Así.

De pie sobre la sombra. En constante desafío.
Debería afeitarme. Cortarme los bigotes de la nariz.
Me resulta imposible no husmear. A lo felino.

Es mirarme y decirme:
Javier. Mi nombre. Mi semblante.
Qué mala cara. Qué triste figura.

Nunca quién el más hermoso del reino.
¿Bufón? ¿Poeta, acaso, —diosanto—, ¿Quijotito?
Vete a dormir. Mañana todo es no sé.

Es mirarme y decirme.

domingo, 19 de marzo de 2017

ORVALHO

Si no la hierba, desígname la nueva hora
de sangrarme: el pesado sustento
que hace raíz en todo lo hueso,
extendiéndosenos júbilo sobre la llama;
arena negra sobre esta bestia adormecida
que se busca en tus manos desde el principio
hacia un labio derritiéndose en las flores.


Cuánto dejas ardiendo en lo que luego nombro.

viernes, 17 de marzo de 2017

EL SICARIO Y SUS ORQUÍDEAS

Al sicario le apasionan las orquídeas. Acaba de entrar por la puerta de su apartamento en el DF después de haber asesinado hace escasas tres horas, frente a un escaparate de una tienda de electrodomésticos, al empresario Manuel Jesús Torroba Velasco, especulador inmobiliario y al pastor de la iglesia evangelista de su barrio por retrasarse al pagar la coima que le exigía el cártel al cual vendió la protección de su vida. Así son las cosas. El sicario deposita sobre la cama el pequeño bolso de mano en el cual su pistola, aún caliente, está envuelta en la muda que utilizó la tarde anterior, la del fatídico encuentro. Mañana le ingresarán la suma de 30.000 pesos, según lo acordado, de los cuales invertirá 10.000 en el cargamento de orquídeas que había solicitado unas semanas antes contra reembolso a la floristería y que le llegarán mañana. Mientras abre una cerveza, se recrea en las luces de los autos que serpentean por la avenida. Ha recibido un whatsapp de su hija, la dulce Margarita, que ahora vive con su tía, diciéndole: te quiero papasito. Cumple sus flamantes 15. El sicario acaricia, nostálgico, la foto de su mujer muerta hace dos años en la confusión de una balacera. Pero mañana le llegan las orquídeas. Y eso es motivo suficiente para pensar en la profunda y delicada condición de las flores. Le pesa el cansancio. En la televisión, la noticia del suceso. Apura el trago. Ya no bebe tequila. Prefiere no beber fuerte. Todo desde que la balacera. Por Margarita, que mañana cumple 15. El tequila le jodió la vida, el amor. Ahora sólo piensa en sus orquídeas. En Margarita. La noche cae sobre la terraza. Hace calor. Mucho. Mueve un par de macetas hacia la esquina, no vaya a ser que se malogren. De todas ellas, la más bella que le llegue, la enviará a su hijita. La pistola aún caliente entre sus mudas. El noticiero anuncia más detalles del suceso, tan de noche. El empresario, el pastor. Un hombre joven, otro no tanto. No pagan coima. Así son las cosas.

lunes, 6 de marzo de 2017

ÚLTIMA HORA

47 monjas y 6 sacerdotes, entre las víctimas del avión sin supervivientes siniestrado en el Annapurna.

jueves, 2 de marzo de 2017

LA MINUCIOSIDAD DEL COCINERO DE LA PENITENCIARÍA

La minuciosidad con la que el cocinero de la penitenciaría preparaba la comida de los reclusos se vio esa mañana interrumpida por la inesperada visita de su mujer, visiblemente afectada por algún acontecimiento reciente que, dado lo inesperado, insisto, de la visita en esas circunstancias precisas a la cocina de la penitenciaría, provocó gran enojo en su marido, que es en esta historia el cocinero, como hemos dicho ya, de la penitenciaría. Por el momento no sabemos cómo pudo la mujer del cocinero llegar hasta la cocina sin ser detectada por los guardias, que con férrea y canina dedicación custodian y garantizan la máxima seguridad de la prisión. Segundo: ¿por qué el cocinero de la penitenciaría sospechó que algo grave acababa de ocurrir como para que se permitiese la presencia de su mujer en aquella cocina, recinto hostil y tan poco apropiado para una mujer? En un acceso de ira provocado sin duda alguna por la inesperada interrupción que le impidió en aquel justo instante apartar del fuego las croquetas de espinacas que los reclusos almorzarían ese día, el cocinero de la penitenciaria se arañó la cara, gritando como un energúmeno a su mujer, poniéndosele el rostro demasiado rojo y la vena marcándosele, para acabar con tal alarido que hizo necesaria la presencia de un médico, el cual no había. La mujer se desplomó en el pasillo entre la freidora y la mesa auxiliar, frente a su marido, aún vociferante y fuera de sí, y un incipiente olor a espinaca quemada. El cocinero de la penitenciaría sufrió un colapso nervioso viniéndose al suelo, también, junto a su mujer. Nunca sabremos qué le pasaba a la mujer del cocinero de la penitenciaría. Las croquetas de espinacas para los reclusos, obviamente, se quemaron.