martes, 3 de octubre de 2017

ORDEN PÚBLICO

Nuestra historia reciente —nada reluciente— y remota está enmarcada en múltiples y notorios episodios de desorden. De desórdenes creados por desequilibrios. El espíritu de la política se forja en la pasión y la razón. El arte de la política está en saber cuándo avivar un fuego y cuándo otro. O cuándo hay que mantenerlo al mismo nivel, para alcanzar templanza. El virtuosismo en política pasa por saber en qué momento hay que dejar de jugar con el fuego y utilizarlo con sabiduría.

Nuestra indisciplina y ánimo proverbial para la insurrección, para el aspaviento, para la insolencia y el solivianto nos ha conducido en numerosas ocasiones hacia atolladeros de los cuales siempre hemos zafado a empujones, a manotadas, en tumultuoso orden. Y es que en España gustamos del tumulto, de la bronca; pero también de la indolencia, dolencia de lo que debería dolernos y no nos duele. Vocación de cicatriz tenemos bien poca. La mala sangre, la zafia y retrógada tirria hacia todo lo por conocer, sea bueno o malo, de esa vocación vamos sobrados. La prepotente y fecunda gonadología que engendra el mal capital de esta sociedad es el victimismo. En este país, hasta los verdugos son víctimas. Somos expertos creadores de incomodidad y molestia; nos las arreglamos siempre para que el molestado sea quien nos solucione la molestia que le hemos causado. Profesamos una afianzada solidaridad por el listillo, nos solazamos con el escándalo. Evitamos por sistema la concordia.

A España le hace falta disciplina. Pero no la castrense. No la clerical, ni la feudal. Esa nos la sabemos ya. La disciplina es una revolucionaria manera de administrar el espacio de las acciones. Es el arte de la organización del tiempo, la visionaria gestión de los instantes, de las secuencias: la semilla de la atención que es el germen de la sublevación contra el orden "establecido". A España le hace falta conquistar esa disciplina del orden natural de las cosas. Del saber cómo entrar y por dónde salir. De dejar la puerta abierta, síntoma de melancólica hospitalidad, también refinada astucia. La disciplina del arranque, la del sabio modo de mirarnos, no la de esa chirriante petulancia entre los pueblos, alimento de legendarias glorias y miserias mutuas. Esa no.

La disciplina del deleite, la de embellecernos con cuatro cosas, a deshora. La de ser puntuales. A España le hace falta la disciplina ardiente de la fragua que temple la hoja de este largo dolor. La disciplina de hablar. La disciplina de escuchar. La disciplina de callar mientras hablamos y escuchamos. La disciplina del silencio.

Hace tiempo que la opinión pública es privada.

Pienso que el orden público no necesita fuerzas del orden público, y que un Estado que no fomenta el orden público, necesita cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para protegerse del orden público.

Siento que la Política no puede ser otra cosa que social.

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