lunes, 10 de abril de 2017

MORENTE

Se fue el duende con tu ángel
y tú, tras ellos;
distraído en otra copla heterodoxa,
dañado en la sal y en la arena
por puñales sordos de noble
hoja bien forjada.

Se te apareció la sombra,
Enrique,
y ya sabías
que nadie estaría a salvo;

que de manera sucesiva
se irían veteando las miradas
poniéndose así de tristes;

que en Granada,
que en Manhattan,
que en Berlín,
le saldrían crespones a los árboles;

que el frío igual nos empujaba más
bajo el unísono y jondo silencio
que este día ondea en tu ausencia.

Tal vez se detuvieron de pronto las guitarras
cuando te partían la camisa
para salvarte el corazón.

Sé que merodeaste por negros olivares
persiguiendo a la luna,
blanca como una yegua,
y a sus lomos montaste diciendo:

Ya volveré más tarde.

Pero te enredaste en otras cosas.
Te fuiste por las ramas,
y vete tú a saber
dónde apareciste.

Si quieres
te dejo encendida
la luz del pasillo,

por si de repente a medianoche
algo te inquietara.

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