domingo, 30 de diciembre de 2012

MACHO OMEGA

se me comen

algo como un
monstruo no detectado
entre las fauces
de mi feliz infancia

un debajo de
la cama en su ángulo
                                                                                                                                                muerto

una estrategia
pulcramente urdida
para apartarme del resto
de la existencia

no soy convencional
no soy una presa
fácil
ni
dominante

no está en mi naturaleza
el gen de la depredación

sí en cambio
el de la degustación
no el del celo

como tampoco está ser
otra expectativa
de propagación de
la e s p e c i e

tan sólo soy
un pedazo del tiempo
extendiéndose
sobre la piedra vertebral
de un cuerpo
enfermo

aunque vivo

podría estar mejor

sin lamentarme

me entristece el tiempo
que pierden las

princesas

martes, 18 de diciembre de 2012

ESCORPIÓN

parece un extraño reloj
el
e s c o r p i ó n
no de arena
ni de tiempo

más bien un reloj
a c o r r a l a d o

una esfera en llamas
que lucha por alejarse
de ellas

es extraño el reloj
del
e s c o r p i ó n

se contiene en él todo lo crucial
de morirse
o matarse
de mirarse
y mutarse

el
e s c o r p i ó n
y el
t i e m p o

son pues

h e r m a n o s

ambos conocen el poder de las agujas
fermentando su veneno al sol
de los eriales

también
la mansedumbre
escondida en sus siestas

bajo el polvo

por eso

el
e s c o r p i ó n

vive atenazado
como un dócil cisne
rodeado por el miedo
al fuego en el tiempo
de ese amor

que le haga estornudar
hasta
la

m u e r t e



martes, 11 de diciembre de 2012

ETERNARIO (FRAGMENTO)

Hacia el interior, donde la niebla se disipa, se extiende el Gran Lago Gris de aguas serenas, rodeado de varias hileras de fresnos a lo largo del contorno de su orilla, salvo por una parte. Parece un inmenso estanque, sumido en la quietud de un templo de leñosas columnas. Sin embargo, cualquiera que sea el lugar entre los fresnos desde donde el caminante observe, siempre verá en la orilla opuesta lo que parece ser un acceso hacia el lago, eternamente inalcanzable.

Medité largamente sobre aquel fenómeno y el misterio que encerraba, pero no acerté a encontrar ni siquiera un resquicio de sombra en toda la extensión de mi mente para llegar a él. Incluso se me ocurrió trepar por uno de los fresnos hasta alguna rama más alta por si se trataba de un efecto óptico. Bien es cierto que a este lado la percepción de las cosas siempre se viste bajo otro aspecto y no tardé en darme  cuenta de que, nuevamente, se trataba de eso; había pasado demasiado tiempo al otro lado, por lo que mi percepción de las cosas se había acomodado a los seductores paisajes de la razón. Pero aquí nada es lo que aparenta ser. No hay tiempo, y por tanto, no hay movimiento; nada es lento ni rápido; el viento sopla y no sopla a la misma vez sobre los lugares que no son lugares.

Hube de visitar la vieja biblioteca circular, al otro lado, justo donde se encontraba el Gran Lago Gris rodeado de fresnos negros. Sentado entre ellos esperé a la lluvia.

La galería principal se hallaba en penumbras. Gracias a la luz de la luna que se colaba a través de los ventanales en arco de punto podían distinguirse las formas e incluso alguna noción de color. Revestida de mármol rosado sobre un suelo de jade con incrustaciones de obsidiana diestramente pulidas, la extensa galería principal se estrechaba a medida que avanzaba escaleras abajo y se hundía varios metros bajo la tierra. Al final del túnel, ya sin haces de luz en los que viajar permanecí a oscuras durante unos minutos. Hacía frío. La humedad había penetrado mi ropa. De repente, un intenso resplandor iluminó el túnel, dejándome ciego durante unos instantes. Era la arena de viaje de mis bolsillos, que al contacto con la humedad del ambiente había reaccionado.

Flanqueé la puerta que conducía a la gran sala circular. A pesar de carecer de luz, la arena conseguía que la gran sala principal quedara plenamente iluminada. La inmensa cúpula de mármol blanco estaba vestida desde su arranque en el suelo hasta el comienzo de su curvatura por negros estantes curvados de caoba, con cientos de anaqueles repletos de libros de distintos colores, grosores y texturas, grabados sus lomos con los más diversos signos y glifos, muchos de ellos imposibles de reproducir por manos poco diestras en las artes caligráficas. Intuía que era entre todos aquellos volúmenes innumerables donde se hallaría la respuesta a aquel misterio que el pensamiento ahora me ofrecía. Tal vez, la llave hacia aquel extraño conocimiento residía emboscada entre sus páginas llenas de ramas, pero podría estar toda la eternidad buscando y, probablemente hubiera sido descubierto antes de llevarme al otro lado aquella piedra de luz.

La inmensa sala circular tenía siempre el mismo aspecto girándose desde el centro, justo en el nadir. Sobre el punto blanco de mi eje en el ornamento helicoidal de mármol que cubría el suelo, comencé a dar vueltas, como hiciera en Konya, como una peonza oscilando en el eje de la esfera sobre la que parecía estar flotando debido al efecto óptico que producía el patrón del pavimento a cada nuevo giro.

Debió de ser la fuerza centrípeta, pues la arena de viaje salió expulsada de mis bolsillos a una velocidad de vértigo impactando sobre los lomos grabados, lo que produjo de repente un sinfín de pequeños símbolos brillantes flotando en el espacio; diminutos títulos impresos en trazos de luz, como lava que se deslizara lenta por las coladas de la sombra; pequeñas grietas de fuego en las paredes de la memoria.

Extasiado en la visión y en el aliento, permití a la extensión de mis sentidos hacerme reparar en un punto que carecía de luz. Sólo un único volumen de entre todos los volúmenes de lomo iluminado, justo el que la distancia hacía que estuviera frente a mí, mirase a donde mirase, permanecía ciego, sin título. Caminé trazando un radio con mi trayectoria hasta que estuve frente a él. Ahí estaba, justo al alcance de la mano, justo al alcance de mi vista sin necesidad de forzarla, preso entre los volúmenes adyacentes. Traté varias veces de procurarme un resquicio por el que lograr extraerlo del anaquel, pero no hubo forma, a lo que se sumaba un lomo tremendamente deslizante pero de agradable textura.  Parecía resistirse a su liberación. Hallé el modo de engañarle extrayendo uno de los libros adyacentes. Funcionó. Con facilidad, un grueso tomo con un título escrito en algo parecido a glifos mayas cedió entre mis manos, cayendo al suelo con un estrépito acorde a la acústica de la gran sala, de proporciones catedralicias. Atemorizado por mi posible delación ante la más que probable presencia de algún guardián, permanecí de cuclillas durante unos segundos que se alargaron como los ecos perdiéndose aún galería arriba.

Sujeto ahora por su propia caída hacia un lado, formando en el espacio desalojado dos triángulos equiláteros con fondo de mármol, logré hacerme con él al extenderse la superficie de agarre sobre ambas tapas. Una vez en mis manos, lo examiné con cuidado. No había ningún sello grabado sobre él, nada que hiciera a su poseedor consciente del contenido de aquel extraño libro. Extrañeza a la que contribuyó el hecho de no poseer ningún modo de abrirse, pues si bien podía verse con claridad el cuerpo del libro, de un inmaculado blanco, entre la cobertura de las tapas, éstas no tenían filo por el que abirse: un libro de dos lomos.

La luz se fue retirando poco a poco. El aire comenzaba a hacerse más seco hasta que finalmente me vi envuelto en la más densa y pesada oscuridad. Entonces regresé, amparado en las sombras.

Tendido entre los fresnos, al pie del lago, comprendí.

Hay puertas que nunca dan a ningún lugar, porque hay lugares a los que no llega ningún camino de igual modo que flotar en el centro del pensamiento sólo puede hacerse girando sobre el eje de la memoria.

Fue así que se me otorgó el don de olvidar hacia adelante.

KOAN

¿Cómo será el autorretrato de un árbol?

sábado, 1 de diciembre de 2012

LA MENTIRA

la mentira es una zona de la verdad que tiene miedo
la mentira es una oscura cavidad donde viven los enanos
de la desesperación
la dura consecuencia de una herida calcárea
la honda pena de una casa a la que le gimen las paredes

la mentira es esa escoba para perlas
que se saca después de las siestas
un terrible asilo de palabras malditas
una bandada de murciélagos
oxidándose en la boca

la mentira es eso que le falta a los árboles
a los lunes explotando en la ventana
en las panaderías en las manos de los niños
en el rostro de quien amas desde el principio
de su nombre

la mentira es un elegante butacón de espaldas
a la vida que le pasa a los demás
una carrocería a punto de ser desguazada
una sopa en plato llano
la ropa tendida que nunca se seca

la mentira es el único mandamiento revisable
la mentira es una táctica del hambre
para no darte de comer
a los leones o a los cristianos
es un puntapié silencioso a una cacerola

la mentira es tan despreciable como hermosa
cuando la ves subir por las escaleras
vil y arrogante como una góndola
campando por la vida
con su insolente displicencia de avioneta

la mentira es una plaza vacía
que no halla consuelo en el invierno
el cadalso de los fieles de los leales
de los eternos pelícanos del egeo
con el buche repleto de caléndulas

mi mentira es su búsqueda

HAIKU DE INVIERNO

bajo la lluvia
subiendo por la calle
¡cuántas medusas!

martes, 13 de noviembre de 2012

ETERNARIO (FRAGMENTO)

Fue en la madrugada del 15 de abril de 1959.

Hacía seis días que Yorgos se había hecho a la mar y no había regresado.

Ni los viejos encaramados a las rocas más altas e imposibles de los acantilados lograban ver más allá de lo que veían al escrutar el horizonte. Aunque durante muchos años sus ojos hubieran estado sometidos al constante castigo del mar y al tormento del sol cegador que abrasara sus córneas, a pesar del salitre ardiendo en sus retinas, sus pupilas aún permanecían ágiles; al modo de precisos catalejos bien curtidos en innumerables galernas, rasos bajo las estrellas y coordenadas ocultas en el insondable mapa del firmamento, eran capaces de enfocar y distinguir desde muchas millas de distancia, tanto el color de una pestaña caída en la mejilla de una muchacha triste en un puerto, como la silueta recortada en la espuma lejana de las olas batientes de un náufrago a flote, aferrado a la salvación de un madero durante la noche.


Tal era el peso de su abatimiento, que ahora ni siquiera ellos se veían con el poder suficiente para atraer hasta el pueblo una brisa de esperanza o un mínimo gesto de benevolencia entre las arrugas que buscara guarecerse a la desesperada entre los pliegues de sus miradas salobres.


Yorgos, el más hábil y valeroso marinero del pueblo, había caído presa de un mal, como decían las viejas viudas, también muy hábiles en tejer en torno a quien fuera toda suerte de infames cuchicheos en sus frecuentes corrillos junto a las capillas blancas sobre el cerro. Desde hace poco, era frecuente oírsele a Yorgos fanfarronear a altas horas, al regreso de la taberna donde enjugaba en abundante ouzo su hígado hinchado, con pesaroso vaivén dubitativo, paso de baile desordenado, en ocasiones temerario. A lo largo de las tortuosas callejas empinadas se elevaba la misma cantinela de siempre, a trompicones por las escalinatas del cerro hasta su casa: "¡Cualquier día las hago callar! ¡Cualquier día las hago callar a todas!".

Bien conocida era la especial e intensa inquina de Yorgos contra "esas viejas putas", refiriéndose sin tapujos a aquellas viudas decrépitas que habían hundido su matrimonio con Marianna, en tiempos algo más felices. Y muy bien sabían aquellas mujeres el destino que podrían correr sus suertes en caso de que un perturbado Yorgos, ávido de saciar su honda sed de venganza, diera salida a todo aquello que con la lentitud de los años se le había terminado pudriendo mal en las entrañas.

Durante varios meses se había visto a Marianna frecuentar el muelle al atardecer. ¡Qué beatífica estampa de abnegada esposa en añoranza de su esposo, novio ahora de la mar! Sin embargo, novia ahora ella de un enigmático turista americano, bien entrado en años para la lozanía de la muchacha. Paseaban por la calle del puerto, espontáneos, divertidos. De repente la calle se llenaba de una risa blanca como la cal de las paredes, con su tacto rugoso e impreciso, con sus imprevistos altibajos. A su paso, los postigos azules golpeaban enérgicos al cerrarse a cal y canto ante aquella abominable y pecaminosa escena en una curiosa secuencia de dominó derrumbándose. Nunca iban de la mano. Al contrario. Mantenían una discreta distancia. Esto hacía pensar que Marianna andaba en cortejo con aquel apuesto y respetable caballero americano. Sobre todo porque sus citas siempre tenían lugar justo en aquellos días en que Yorgos faenaba en aguas más profundas, lo que prolongaba su ausencia lo suficiente.

Transcurrieron algunas semanas abundantes en conciliábulos; los mensajes corrían de casa en casa bajo las boinas de los chavales, convertidos de la noche al día en apresurados correíllos por un par de lepta que gastar en almendras fritas, cigarrillos, cerveza o jugando al tabi. Aquí cada cual sacaba su tajada.
Las viudas seguían reuniéndose donde cada tarde, junto a las capillas del cerro, para poner en práctica su refinado arte de la habladuría, que propagaban con suma destreza según conviniera. De modo que entre los vecinos comenzó a extenderse una creciente y contagiosa inquietud, irrumpiendo en cualquier cena y espesando el aire, ya de por sí turbio, de los húmedos dormitorios. Algunos decían que  hasta las almohadas susurraban hasta altas horas de la noche y que en el pecho de los pelícanos se ocultaban grandes secretos.  

Fue así como en pocos días se creó toda una red –especialistas eran en estas artes– consistente en la ubicación permanente de distintos puntos de información distribuidos por las diferentes zonas del pueblo que la feliz pareja recorriera dejándose ver sin apariencia del más mínimo atisbo de pudor. Puntos aquellos de donde partían hacia la figura de Yorgos y, en especial, la de Marianna, sin ninguna piedad, toda clase rumores descarnados, juicios de puertas adentro, maldiciones y muy de tanto en tanto, alguna que otra caritativa palabra de misericordia. Misericordia que no tuvo el consejo del pueblo al convocar a su regreso a Yorgos y sus convecinos en la plaza, aquella fría tarde de finales de marzo, con objeto de revelar públicamente lo sucedido durante las prolongadas ausencias en alta mar de éste, para vergüenza, deshonra y entredicho tanto de su persona como de la de Marianna, y objeto de escándalo para el resto; comidilla que picar entre idas y venidas, mientras se descansan las piernas, cansadas de tanta cuesta, tanto camino de cabras y tanto burro inútil.

Congregados ante el portavoz del consejo en la plaza, de pie varios escalones por encima, todos, incluido Yorgos, escuchaban con atención aquella encendida y fervorosa proclama. Ésta concluía, en consecuencia, de manera salomónica e inamovible con la resolución de investir a Marianna como proscrita por adúltera. Obrando conforme a la ley de Dios, y apelando a tan altísima instancia, se había ordenado su ingreso inmediato en un convento, lo que indudablemente la apartaría de indecentes tentaciones a través de la oración y el servicio a Dios Todopoderoso.

Atónito ante la barbarie que atravesaba su alma, incapaz de articular un sólo gesto, de mover una letra, emitido el veredicto, Yorgos cedió ante sus rodillas al tiempo que se cubría el rostro descompuesto con sus anchas manos, no fuera a caérsele en pedazos. Los hermanos mayores de Marianna ya la tenían sujeta por los brazos, dispuestos a ensillarla en una mula y custodiarla durante todo el trayecto desde el pueblo hasta el convento más cercano que aceptara novicias. Una turba desaforada se congregó amenazante en torno a Yorgos, objeto ahora de escupitajos, patadas, pellizcos y capones por parte de niños y mayores, como muestra de su hombría rota. Entonces, para evitar males mayores, el portavoz del consejo volvió a tomar la palabra, llamó al orden a los allí presentes y rogando que se disolvieran para no hacer todo todavía más difícil. Recuperando la sensatez, los parroquianos marcharon nuevamente a sus casas, entre murmullos y rezongues.

Un buen día, tras una noche de sonada borrachera que acabó en trifulca en la taberna, cosa nada inusual debido a la célebre proclividad de Yorgos por el pugilato de posada, desapareció. Zarpó en su bote muy de mañana rumbo a no se sabe donde, envuelto en delirantes alaridos mientras se alejaba en el mar y se acercaba la tormenta.

Las horas se hacían meses y los días, años. Entre gentes de lugares como aquel el tiempo es movimiento, y seguramente no se pueda encontrar entre sus expresiones y refranes populares ningún otro que los retrate mejor que: "más deprisa se mueven las palabras que los hombres". Ciertamente, todo lo que transcurría entre aquellas callejas de casas blancas colgadas de la piedra venía revestido de una lentitud de gasa. Pero las palabras siempre van más rápido y, por eso,  no tardó en llegar el día en que la preocupación,  tal vez fraguada en profundas herrerías donde cada golpe de mazo es una cuenta más que se pasa en el rosario de las culpas, comenzó a apoderarse hasta de los perros por la prolongada ausencia de Yorgos. Las viejas respiraban con cierta tranquilidad viendo sublimada en otro propósito la  probabilidad de una hecatombe, pero también andaban confusas, y esto quizá contribuía aún más a su inquietud; ese "no saber", comezón que ilumina la parte de atrás de cada cosa.

Muchos ya habían dado por muerto al desgraciado de Yorgos. Otros le hacían varado en alguna costa poco profunda, constantemente ebrio, berreando a los nueve vientos el dolor ingerido. Los niños imaginaban épicas batallas a arponazos contra gigantescas y temibles criaturas de las profundidades. Se oyó incluso hablar de sirenas, de tritones; se desempolvaron las viejas leyendas, pero casi siempre como consuelo entre trago y trago, o como distracción mientras se reparan las redes.

Fue de madrugada, seis días después. En torno a las cinco de la mañana un rumor estremeció a los lugareños. Un fuerte ruido, un estrépito que la bravura de las olas no podían disimular, irrumpió en el aire haciendo crujir las vigas del sueño más profundo. El aire se volvió denso; una mezcla de humedad y sal se colaba por las rendijas, provocando en los rostros aún entumecidos y pegajosos un extraño escalofrío.

Tras el brusco atraque Yorgos descendió del bote acarreando a sus espaldas un bulto que, a juzgar por su tamaño, debía tratarse de un buen ejemplar de algo muy parecido a un escualo. Era frecuente en ciertas épocas encontrar entre las redes algunos cazones, lo que suponía bendiciones y concurridos festejos por parte de los agraciados, sobre todo porque a veces conviene hacer saber a ciertas palabras que no deben ir tan rápido. Algo hacía pensar que no era este el caso; no era normal que a la sombra de tales acontecimientos tuviera lugar una inminente celebración en los días sucesivos, por lo que la sospecha volvió a instalarse en las ya de por sí tambaleantes certezas transitorias, propias de quienes siguen a pies juntillas incendiarias voluntades de una autoridad indiscutible, pues ahí es donde parece residir la integridad de muchos: en la fe ciega que el corazón no siente.

Torpemente, como quien trata con un cadáver de manera apresurada, aquel bulto comenzó a tomar forma de horrendas conclusiones en la imaginación de los primeros testigos. Algunos viejos llegaron incluso a adivinar el contorno de unos senos bajo la lona que envolvía el supuesto trofeo. Lentamente, el pánico comenzó a cundir conforme se vertía el agua en la palanganas. El desayuno salía entrecortado; rumores de una ahogada entre el pan y el queso; murmullos en forma de sutil reproche, pues a nadie le gusta al fin y al cabo salir sin la cara lavada o las manos.

Vencido al fin, se desplomó sobre la rampa del muelle junto al bulto. Me acerqué a él. Retorciéndose en el suelo gemía y balbucía palabras que no podía distinguir. Con ambas manos le sujeté la cabeza intentando que fijara su mirada en mí y así poder hablarle; pero no estaba en este mundo. Me incliné para examinar el bulto y observé que lo que fuera que se encontrase envuelto medía al menos dos metros y estaba dotado de una vigorosa cola de cetáceo que sobresalía por un extremo. Con ayuda de unos pocos que se congregaron, se logró desenvolver el bulto. Sin embargo, más que un cetáceo, lo que había atravesado el mar en ese bote junto a Yorgos era algo, o más bien, alguien bien distinto. Todos enmudecimos ante lo que tuvimos la ocasión de presenciar. De piel azulada aunque tersa que moldeaba unos rasgos suaves; una nariz exigua, cuyas dos cuencas eran en realidad dos hendiduras que se prolongaban por las mejillas hasta el cuello, a modo de branquias; la boca, prominente, recordaba a un caballo de perfil, aunque los labios bien podrían pertenecer a alguna princesa africana; los ojos eran rasgados y muy separados, casi se situaban a la altura de las sienes; la frente, amplia, dibujaba una graciosa curva sobre la que descansaba un tirabuzón de pelo cobrizo y vetas de jade; el resto de la melena ensortijada cubría buena parte de la espalda, ocultando un poderoso hueso dorsal que nacía en la base del cuello y descendía progresivamente estrechándose hacia donde empezaba la cola. Las manos, membranosas como las de las ranas, eran largas y estilizadas, de apariencia blanda y a la vez firmes y proporcionadas con respecto a la función que debían de cumplir; los brazos largos y atléticos, delicados y firmes, entrenados en las estelas de los buques. A nuestros pies, muerta, yacía una sirena.

Fue por ellas, por las sirenas y sus cantos, que Yorgos prolongaba sus ausencias. Sabía dónde se encontraban. Sabía navegar hasta ellas, penetrando en las nieblas de su propia desaparición. Pero se dio cuenta tarde de que no hay sirenas en tierra ni mujeres en el mar. En la tierra se espera a quien viene del mar. En el mar nadie espera por nadie.

Fue por ellas que Marianna dejó su encanto en los brazos de otro, frente al hechizo que los brazos de su esposo ya no le prodigaban porque del mar no venía su esposo, sino un amante. Pero sólo por una Yorgos estuvo dispuesto a permanecer con vida hasta que pudo, por la que era terrestre y también marina: Marianna. 

Yorgos murió al poco tiempo, ahogado tras caerse del barco en una borrachera. De Marianna no se supo más y tampoco del turista americano. La sirena fue pasto del mar. Nadie más volvió a hablar de aquello. De hecho, nadie volvió a hablar de nada en aquel lugar. Y yo me marché, pues nada me había llevado hasta allí. Y nada hacía que me quedara.



 

  

jueves, 1 de noviembre de 2012

jueves, 18 de octubre de 2012

SIN MÍ

a veces
sin mí
todo es más fácil

llegar tarde
el mal despertar
tener la razón
la última palabra
toda la cama

huir

los armarios abiertos
como un disparo de hipódromo
la paulatina mudanza de las cosas
las pérdidas
los almuerzos familiares

aburrirse

la voluntad de los besos
los derechos humanos
el mando a distancia
ir a la playa
a la panadería

rendirse

dejarse de historias
la ciencia
tener que hablar
querer decir
que se salgan con la suya

resistir

las derrotas
probablemente el llanto
y también los transbordos
poner cascabeles
a las encrucijadas

olvidar

lo que supone
cada día

estar sin mí

jueves, 11 de octubre de 2012

SATORI

la mosca también quiere
llegar al cielo
a través del cristal

MU

me gustaría saber
a qué se refería la vaca
cuando dijo mu

después de cuántas jornadas pastando
de interminables digestiones
rumiando y rumiando
postrada sobre la hierba fresca de los prados

después de cuántos litros de pura vida
la vaca
no pudo resistirse por más tiempo

qué reconcentrado encono con su vida bóvida
atosigada por las moscas en establos compartidos
sin apenas luz a la espera del alivio matinal

será un mu de alivio?
será de protesta?
será de alegría?

de qué se ríe la vaca de los quesitos?



lunes, 24 de septiembre de 2012

ETERNARIO (FRAGMENTO)

En los pasos fronterizos, lugares sagrados por los que se pasa al otro lado, a menudo paran a descansar los caminantes de palabras. Suelen ser gentes solitarias y algo hurañas. Su labor en este mundo es la de llevar a cabo en actos lo que las palabras dicen; y así buscan la precisión. A este lado, las palabras son como un reloj que mide el tiempo inexacto de las cosas. Los caminantes de palabras hacen de relojeros  ajustando minuciosamente cada pieza verbal para que todo el tejido del mundo quede sin fisuras. En realidad, protegen ambos lados, custodian y adiestran el aliento que formará los vocablos que al otro lado fraguará los espíritus de quien los pronuncie con sapiencia, generando una estirpe de nuevos caminantes a quienes resultará de todo indistinto estar en un lugar o en otro, pues ya habrán trascendido ese mundo de formas que vibran. Pues la palabra no es libre hasta que no se encuentra consigo misma y con quien la pronunció por vez primera.

Ocurrió en una ocasión, tras amainar la lluvia. Yo acudía con frecuencia a los pasos fronterizos para encontrarme con ellos. Buscaba el fuego primordial que incendiara en mí la curiosidad más salvaje. Pero me resultaba difícil acercarme aprovechando su descanso. Se sentaban en algún lugar de la extensa llanura, con la mirada al frente pero ya sin firmeza. Iban de gris, siempre bajo un grueso abrigo abrochado hasta los tobillos y un hatillo a las espaldas con todas las cosas que precisaban en su peregrinaje, lo que les confería aspecto de monjes nómadas. 


Uno de esos caminantes acababa de cruzar un punto fronterizo desde el otro lado, muy cerca de donde yo me encontraba. Hubo un destello y una lluvia repentina y persistente regó el llano. El caminante avanzó unos pasos con aire confuso. Cuando pareció reconocer dónde se encontraba, aliviado, como quien se solaza en un prado al inicio de la estación de las flores tras haber cargado demasiado tiempo con la nostalgia, se desplomó sobre la hierba mientras emitía una serie de gemidos de placer. Mientras observaba con atención aquella escena, examiné los alrededores y, a no ser la silueta de algún centinela tras la niebla, nadie más que nosotros estábamos allí. Se incorporó, examinó sus alrededores y se encontró conmigo, observándole. Me sentí avergonzado y bajé la mirada. Percibí intensamente un aroma a paño viejo y húmedo al tiempo que una extensa sombra parecía crecer entre la hierba. Alcé la mirada y aquel caminante se hallaba frente a mí, mirándome fijamente. Su altura provocaba sensación de gran árbol, inspiraba cobijo cauteloso, incluso al sentarse. Y entonces habló de este modo:


"Sólo el ser humano decide lo que es o no verdad, ya que la mentira lleva tanto tiempo decidida, pero no oculta. Por tanto, más que la verdad en sí, el ser humano tiende a buscar el poder de decidir sobre ella, lo que supone la mayor meta a la que una especie puede aspirar, es decir, el control absoluto de toda su experiencia de la realidad. Pero la realidad no es la verdad, ni viceversa. La verdad no es en sí nada real, pues, si bien  representa un bloque más en la estructura de la torre de Babel, gran metáfora de la codicia humana al mostrar el ansia voraz del conocimiento, nunca llegará a dominar plenamente el curso de la existencia, ya que participa de la Naturaleza, de la cual parece ser que también formamos parte, que es cambiar. Porque el conocimiento es poder y el poder convoca al control y sólo desde el control se decide o no lo que una cosa es o no es. Quien controla el movimiento, controla el espacio y el tiempo, con lo cual se convierte en la mayor Fuerza Creadora del Universo cuyo precio a pagar es la soledad eterna, la decrepitud continua, el aburrimiento extenuante; tal vez la paz".



Mientras pronunciaba cada frase, con exquisita dicción y cadencia, no dejó de mirarme con aquellos apacibles y boscosos ojos grises. Cuando dejó paso al silencio, sólo entonces bajó su mirada, se levantó y dándose la vuelta caminó adentrándose en los dominios reservados de la niebla, de donde sólo se regresa en forma de diminutas gotas persistentes que riegan el llano...  


jueves, 13 de septiembre de 2012

ETERNARIO (FRAGMENTO)

El ritual era el siguiente: dos mujeres, con túnicas traslúcidas y máscaras de colibrí, iniciaban una danza al ritmo de los tambores de piel que un grupo de hombres, por lo general guerreros, golpeaban en un rutilante compás que habría de llevarnos a los allí convocados al más gozoso frenesí. Cuando los guerreros tocan el tambor les decimos tekpanawe, "los que acarician el trueno". Las dos mujeres, embebidas de una danza cada vez más delirante y quebrada cuyas figuras entre el fuego traían hasta la garganta de los ancianos nacientes cantos de remotos tiempos, comenzaban entonces a emitir una serie de alaridos que ni siquiera Uknabata igualaría en horas de convocar a todas las aves del universo, dueñas de las estrellas. Y el trepidante corazón que mugía en las pieles de los tambores se tornaba cada vez más intenso junto a las chispas que el humo sagrado de los árboles brindaba cuando los espíritus de las cosas baten sus pies en las cenizas. De pronto, todo quedaba en silencio; un agujero súbito en el tiempo, tan sólo el rastro del eco sostenido en las tripas vibrando aún bajo manos hinchadas de sangre.

Las dos mujeres yacían en el suelo, sin vida. Sólo era permitido a los parientes mayores masculinos más próximos de ambas mujeres retirarles las máscaras de colibrí, que luego intercambiarían en señal de agradecimiento por el alma ofrecida y su protección ahora conservadas en ellas; también como símbolo de alianza eterna entre los dos clanes, ya fuera por motivos de litigio, de vínculo matrimonial, tributo que rendir o deuda que saldar. Esa era la única esperanza de supervivencia ante la adversidad. Si Akonoma estaba enojado, era por nuestro imperdonable descuido de su hija, Okmariba, esta Tierra, ahora malograda, que en venganza se llevaba a sus dominios al ganado y a los niños. Y entonces venían las disputas y los ojos que no miran más allá de lo que ven. Dardos envenenados en la lengua que destruyen el alma de los hombres.

Tras la guerra siempre venía la paz. Y así durante más de mil doscientos años; luego aparecerían los Pueblos de la Luna, portadores de un saber oculto y poderoso. Desde entonces, nadie había vuelto a estas tierras.




jueves, 6 de septiembre de 2012

CARNE DE CAÑÓN

éramos parte de la vida
hasta que la vida dijo
hasta que la vida decidió
hasta que la vida sucedió
a otra vida
y venció todos nuestros ejércitos inmortales

éramos casa y pan
cada merienda se nos caía de la cara
como la vergüenza
y el seno materno
que hundía nuestra más profunda esquirla
en la fundición que nos traía la vida

esa vida de la que éramos parte

éramos hermanos
con todo lo puesto
incluso con las botas de morir
en el frente
y por la puerta de atrás

con el fusil bien lubricado
para dispararnos en pleno centro del amor
del que
éramos incapaces
minusválidos de corazón
como sueños húmedos no consumados

éramos la sucia incapacidad
de vernos
una eterna legaña endurecida de hace años
la pena inmortal que inventó palabras
para odiarnos
de esa manera

convenía
porque sucedía

éramos la corrida íntima en la mano
el hijo pródigo al que llamar arturo
la hija de puta que nos dio calabazas
cuando queríamos
simplemente
cer(t)ezas

éramos carne de cañón
poco hecha
casi cruda
por la que matar con miedo
por la que morir con valor
cotizar al menos
en la bolsa
mortaja de plástico transitoria
para el tránsito final

con las manos cortadas
con la lengua coartada
con el alma aferrada a aquel dulce recuerdo
que hoy

hoy

llorar otra vez para qué

éramos tú
éramos yo
y todos los comemierdas que surgieron
a nuestro alrededor

sujetándonos la polla
con su exquisita educación británica
con el remilgo más obsceno en sus sotanas
llenas de lamparones
vestigios de privados pe(s)cadillos

pero claro

no conviene
aunque suceda

habemus papam
habemus tuputamater

quién quiere ser millonario
a estas alturas
allá tú
pasa palabra
sálvame
cómeme el coño
como nunca antes
cabronazo
yanomequieres
yanomequieres

y sí
no te quiero

te engaño con tu hermana
te engaño con tu enfermedad venérea
te engaño con tu engaño

s.o.s una mina antipersona

éramos un olor horrendo más de la basura
que recogían los machupichus del documental
te acuerdas?
que después fuimos a puccini
madame butterfly
la sinfónica de mordor
tus muertos
sobre los que me cagué algún día
gora ETA
y yo no fui con dedo acusador
undostrés juanperiquito y
andrés
a descubrir tu escondite

éramos tan cool
tan milesdavies
tan lado oscuro del corazón
y tan pink floyd
que no pudimos resistir la tentación
la atenta sión
de los que atentan

territorios ocupados por la cara
por la bonita y cara
carísima cara

éramos carne de cañón
bien hecha
sin sangre en el plato
¡plato!
BANG!
BANK!

el presente aullido de ginsberg
el pasado ausente de neruda
que se cansó de ser hombre
para el lobo

carnaza
para tiburones tigre
con sus rayas de más

éramos

éramos hermano
tanto

que vomité de tanto ser
tanto

conseguimos al fin
custodiar a nuestros hijos
esa discutible
PROPIEDAD PRIVADA
de toda libertad

conseguimos
no casarnos
para no cansarnos demasiado
y compartir

pues con partir hubiera bastado
cuando todo hacía aguas
justo cuando esas aguas se rompieron
mi vida

carne roja de cañón
carne al sol con la cornisa nueva

éramos suicidio encumbrado
mártires de pacotilla
dos de pecho
con un pecho por el cáncer
y también acuario

astros
rastros
de estrellas que no supimos nombrar
cada domingo

éramos parte
contratante
de la primera parte
jajajá

éramos este poema interminable

who wants to live forever
freddymercury
MARICÓN
SIDOSO
ni me toques

tú sabías lo que había

éramos
sin dueño

neanderthales
cromagnones
HOMBRES
y MUJER@S
compañeros y compañeras
putas baratas

nos vendimos
al mejor esclavo

limpios
siempre
como una patera

plasplás de manos
pilatos
pilates

aminomemires

éramos
la vida

follamos como locos
como si se fuera a acabar
para siempre

nos cogimos turcas
kurdas
y trancas
pedos descomunales que nos reventaron el culo
bebimos
valdés

bebimos tanto
que se nos olvidó sangrar
toda esa sangre de toro

pasodoble español

folclóricas apostólicas romanas
vírgenes de regla
escuadra
y cartabón

éramos toxicómanos
alcohólicos celosamente anónimos
proyectos de hombre
fundaciones de ayuda
oenegés
manos unidas sin fronteras
payasos
médicos
cooperantes
misioneros
patrimonios de la humanidad
premios nobel
cum laudes
horroris causa
por la UNIversidad
diversos
jodidos conversos
judías pintas
reservas de la biosfera

éramos
del verbo ser
y terminamos siendo
sólo (sí con tílde)
del verbo

nos aprisionó
presas del pánico que cundió

carne de cañón
escudos humanos
engaños colaterales
genio y figura
hasta la dictadura
que a tantos poetas sepultó
en comunas de huesos

memoria histérica
de otros bandos

osos panda
panda de osos
maotsetung

éramos
el último emperador

éramos
lo que somos

tanto monta
monta tanto
canal plus
ultra

isabel
como fernando

que es gerundio

domingo, 2 de septiembre de 2012

UTILIDADES

de qué me ha servido saber
que la unidad monetaria de bhután
es el ngultrum

que la capital de moldavia es chișinău
que la tabla
es también un instrumento de percusión hindú

que los que hablan esperanto se saludan
diciéndose

saluton

que fernando pessoa jugaba al ajedrez
con aleister crowley
en el café a brasileira

que al sol los indonesios le dicen
matahari
y una mariposa en paraguay es panambí

de qué me ha servido
un cinco siete cinco
como medidas explosivas de un haiku

o calzar un cuarentaydós
y a veces un cuarentaitrés
depende de la horma de los diversos continentes

que a cien grados hierve el agua
y que pi es trescatorcedieciséis
y un séquito de decimales traviesos

conocer la línea uno del metro de madrid
el padrenuestro y la internacional
que cortázar nació en bruselas

que séneca hablaba latín
con acento cordobés
que satie era masón

de qué me ha servido saber
el blando y húmedo sabor
del primer beso

el ciclo reproductivo de las ardillas
el épico viaje de la tortuga
aprovechando las corrientes del pacífico

el programa para lavar mi ropa
pochar la cebolla
descubrir el secreto alquímico del gazpacho

que fregar la loza me incita a bailar boleros
que el jazz nació ya roto
que el fado de momento no es una danza

de qué me ha servido saber
que en la primera cita no es conveniente
viajar a la humedad

que gracias a la piedra de rosetta
champollion descubrió
los jeroglíficos

que la pintura flamenca
es sublime
y que munch siempre deseó gritar

que in vino veritas
que el ron sale de la caña
que estambul es corrupción de constantinopla

de qué me sirve a mí saber
que cuando una mujer te dice no sé
significa no

o cuando dice como
quiere decir repíteme
como una fe de erratas

que donde dije digo
digo diego y me retracto
con la humildad de las cebras

que las hienas matan por placer
que hay peces hermafroditas
que summertime en cualquier versión siempre me arrebata

que el dinero no da la felicidad
sino la necesidad de la permanencia
que el holocausto fue en realidad un genocidio

que una nalgada a tiempo te despierta
que marte podría ser un planeta apetecible
que al final de las películas porno nadie se casa

de qué me sirve a mí saber
tu nombre tu número de teléfono
si nunca estás en ninguno de ellos

que la eme con la a es ma
y que el alcohol convoca monstruos terribles
a orillas de mi almohada

que por la boca muere el pez
y a menudo la paz
que me salgan granos a mis dieciséis

que la generación beat fue importante
que en la generación del veintisiete
hubo eternos olvidados

que la poesía me salvó la vida
cuando estaba con la soga al cuello
léase literalmente

que en tu nombre he convocado
dioses odiosos y cansinos
pordioseros mercenarios

que en tu sombra habitan huellas
delicadas que dejé entre la noche
ante la implacable ausencia de zapatillas

que me encanta ir de puntillas
entrar en trance
drogarme hasta la médula

de qué me sirve saber
lo que no sé
si al final

todo no es más
que un sugerente simulacro




de qué me ha servido saber
que las constelaciones
son como el párking de un motel de la galaxia

que en lisboa el garoto es una forma de café
y que también podría guiñarte el ojo
en cualquier esquina quejumbrosa

que lo prometido es duda
que el perdón no olvida
que el amor es sordo

que la gota que colma el vaso
no siempre es la última palabra
estampándose contra la mesa

que etiopía fue antes abisinia
que el hambre es patrimonio
de la humanidad

de qué me ha servido saber
que una caricia puede ser más despiadada
que el ángel exterminador

que un sesenta y nueve acostado
es el símbolo mágico de piscis
que el arco iris no dispara flechas de colores

que la leyenda cuenta que en los bosques
aún puede oírse el profundo desaliento
del jinete sin cabeza

que la distancia entre el sol y la luna
es menor que de tu casa a la mía
en condiciones normales

que la última cena la pagó judas
que la línea de puntos es decisiva
que la culpa no existe

de qué me ha servido ver
la viga en el ojo ajeno
apolillada por los siglos

la huella de armstrong en la luna
el crimen de estado contra kennedy
la demolición programada de las torres gemelas

barrio sésamo los simpsons
el festival de eurovisión
informe semanal

el rostro de una madre
a punto de romperse
ante el féretro de su hijo

las manchas de sangre
sobre el pan de cada día
en srebrenica

de qué me ha servido
tanto dios tanta virgen desolada
tanta mísera misericordia

tanta miseria puerca
llenándose la boca a paladas
con tanto tanto tanto

tanta lacerante tristeza
tanta playa en verano
tanta calle perdida

tanto amor en dosis pequeñas
tanta contraindicación
tanta porquería en el ventilador

tanto silencio amordazado
tanta puta isla afortunada
tanto arrorró y tanta mierda

de qué me ha servido enarbolar
tantas banderas como causas
perdidas existen

coleccionar monedas y billetes
conocer alfabetos antiguos
hablar lenguas muertas

esconder mi nombre en una firma
ponerme medallas galardones
exponer mis trofeos

acudir a tu encuentro
y perderme por las ramas
llegar puntual a lo tardío

beberme los vientos
atragantarme con las flores
besar por donde pisas

de qué me sirve
una huida a tiempo
a estas alturas

de qué me habrá servido saber
antes de irme al cuerno
con mi pijama de pino

que en cada ser humano
hubo tesoros que nos buscaron
y otros que no

que en cada fracción de segundo
también existió el tiempo
agitando átomos de vacío

que en cada dolor ocasional
había un extenso mar de fondo
que no acertaba nunca con sus playas

que en cada fruto en cada rama
un deseo concentrado de nacer
se hizo carne apetecible

de que me habrá servido nacer
en este mundo tan pequeño
sin nada que hacer por él

más que juntarme con el viento
en las malas compañías de la noche
entre el sueño más profundo imaginable

envejecer sin límites de riesgo
sin coche sin dinero sin casa sin hijos
con miedo con sentido del humor o contigo

imaginarme a las puertas del olvido
con un certificado que debí presentar
en el momento de asustarme

sacarme la piel a tiras
ser alguien de provecho
ahogarme en camisas de once labios

de qué me habrá servido tanto tiempo
en las galeras del amor encadenado
la esclavitud masiva del deseo

la mentira a cuestas el salto mortal
el doble tirabuzón carpado hacia atrás
la pirueta más audaz del aviador

la papiroflexia la novena sinfonía
la ducha fría el mobiliario de la tristeza
la rendición la metafísica la tierra batida

el cáncer estructural de las ciudades
las ventanas cansadas la suerte echada
al azar como una enorme hoguera expiatoria

el rostro pálido la serpiente emplumada
el rey pescador ya destronado
el gran timonel de un gran navío sin rumbo

de qué me habrá servido decidir
mi epitafio como broma final
a la que deba venir un día

dicen que cuando alguien
piensa en sus últimas palabras
éstas cobran una vida independiente

se lanzan a volar hasta que llegan
milenios más tarde a la orilla
de un país desconocido

para empezar de nuevo
a hacer sus nidos y perpetuar
el ciclo vital de la conciencia

sólo entonces puede uno marcharse
con la sensación en la mirada
de haber hecho los deberes

sobre el pupitre devastado de su infancia
sobre la mesa de trabajo con grilletes
sobre la pira funeraria que pulverizará

los huesos
único vestigio fidedigno
de nuestra estancia en este hotel

ahora
si me lo permiten
desearía colgar por última vez

y sin que sirva de reincidente

el cartel
de no molestar