martes, 28 de junio de 2016

DIÁLOGO CRUZADO


A: "¡Españoles! España ha muerto". Es inquietante este señor. Parece un pastor.
B: El monito de Franco.
A: Simboliza todo lo que ha muerto.
B: ¿Ha muerto?

A: ¿Arias Navarro?
B: No, lo que simboliza.
A: No, claro que no ha muerto.

B: ¿Arias Navarro?
A: Arias Navarro
B: ¿Arias Navarro?
A: Arias Navarro sí.
B: ¿No ha muerto?
A: Lo que simboliza, no.


PODER X

No hay erotismo en la política. Sí que hay erótica del poder, que es como un wanabismo interminable que sume al lumpen-paletariado en la mediocridad más abominable.
 
No hay erotismo en la política. Si uno fuera a las urnas con la sensación de estar votando por el o la próxima porn-star del momento, probablemente habría otra lubricidad social, pues los políticos serían ídolos de fantasía y proporcionarían una vida interior y un gozo privados que no tendría comparación con la flaccidez mundana y fría de estos empajillados corredetrases y fermentacueros...

28 de junio 2012

lunes, 27 de junio de 2016

27-J: LA MADRE QUE NOS PARIÓ

Prometí a mi madre que esta vez me mantendría sereno con respecto a lo que pasara ayer. Y eso haré. No se rompe la promesa hecha a una madre, y aún menos a una madre de España. Porque quienes realmente manejan con pulquérrima habilidad los hilos de esta, lo diré así, (porque le prometí a mi madre que no diría palabrotas)"pintoresca nación" son las Madres de España (permítanme que lo ponga con mayúsculas), las de "todos los españoles".

Sin embargo, hay en España otras madres, abstractas, conceptuales, sobre las que a menudo tendemos a volcar, bien en hi-fi, bien en privadísimo sotto voce, nuestros más vulgares verbos y pensamientos: las madres de los "otros". A esas es mejor no mentarlas, ni hacerles promesas. No conviene.

Dicho esto, y para dejar a todas nuestras madres en paz, con lo que cuesta en España dejar en paz a alguien, paso a compartir mis impresiones, desde la severidad que respira en la entereza toda crítica sensata.

Comienzo:

Debemos pensar, queridos coterráneos, que España ha sido siempre, desde su Historia escrita, una nación previsible —como ente, ojo—. Por el contrario, el carácter hispánico es fuertemente proclive a la fantasía, al evocador ensueño, al voluptuoso placer del no hacer nada, latino síndrome que exportaran los itálicos: su bravísimo dolce far niente. También es el hispánico un ser noble (cuando quiere), afable, espontáneo, profundo, trascendental, solemne, vulgar, vocinglero, dejado, astuto, codicioso. Pero el hispánico (y es aquí donde interviene el poderoso influjo de la madre española) es sobre todo, y en ocultarlo a cualquier precio se empeña media vida, un miedica.

El miedo es, ha sido y será el verdadero enemigo atávico de este país, como así pudimos comprobar en la jornada electoral de ayer.

Se presentaba el panorama con el épico sorpasso (otra importación itálica tan repentina como mediática) de la formación policéfala, esa hidra de Pablo Iglesias y Alberto Garzón, Unidos Podemos, al mastodóntico PSOE, que a estas alturas del partido sigue manoteando y boqueando, hiperoxigenando, desde la prolongada extenuación de su líder, Pedro Sánchez, el nuevo Cid Campeador de la izquierda. Pues triunfal salió a correr a lomos de Babieca desde los primeros sondeos por el yermo campo de la incertidumbre terminando en indefectible descalabro debido al inesperado, pero como digo, previsible avance de los caudillos moros, perdiéndose así Valencia, Al-Ándalus, bastiones hasta hoy incontestables de esa moderada izquierda cada vez más descolorida (tal vez la corrosión de aquella “cal viva” haya contribuido). Entre medio, un quijotesco Albert Rivera saldaba su paso por la castellana y adusta estepa política con una huida despavorida de simpatizantes que se volvieron por donde habían venido el 20-D como almas que se llevara el diablo.

En toda esta abierta contienda, el gran triunfador, el rey moro Rajoy, con su sonrisita de viejecillo majadero, sujeto aún como puede en esa trama excelentemente urdida de cuya solidez hace siempre gala el Partido Popular, donde se empiezan a afilar sables, o uñas, y a oírse cuchcicheos en los baños de señoras de la sede de Génova (y también en Ferraz), pues igual que en los despachos de los ministerios.

España es un país de extremos, por eso es previsible. Está la extrema derecha, la extrema izquierda y el extremo centro. Está el Real Madrid y el Barça, están la 2 (por nostalgia, sobre todo) y Telecinco, en fin, moros y cristianos, rojos y azules. El término medio en España es el miedo. Y el miedo es lo que polariza, por suponer el extremo un espacio de confort, una atalaya desde donde observar y dominar el terreno de batalla: la observación casi mística del otro, desde esa profundidad étnica nuestra que nos hace solventes cumplidores de los siete pecados capitales, mientras nos persignamos, devotos del miedo, no vaya a ser que Dios nos castigue, o peor aún, que mamá se entere. 

Si alguien ha ganado en realidad estas elecciones han sido las madres, las madres de España: las madres del miedo. Ese miedo fundacional de las madres, esa aparente prudencia de la madre hispana, que no es más que temor, no sé si a Dios, pero sí a lo que representa su déspota dominio, el reverencial temor hispánico a Dios y a las madres. El medievo mal curado que arrastramos como pesada cadena que nos ata sin tregua al pánico. Porque en España resulta más aterradora la certeza de una verdad que la angustiosa incertidumbre. Porque en España se equipara el sufrimiento al sacrificio, se confunde la fe con la verdad, la venganza con la justicia, la violencia con la valentía, la arrogancia con la excelencia. 

Ayer hice la promesa de no volver a ocuparme de la política española, sobre todo porque ya no me preocupa. Porque ya me la sé, porque no espero nada de otros que no sea yo o de quienes comparten en igualdad de inquietud e incertidumbre mi entorno más cercano. Porque hoy 27 de junio tal vez me interese mucho lo que piensen esas otras madres del miedo de mi madre; a mí me preocupa muchísimo más el miedo de mi madre que el de las otras madres que no conozco y cuyas dimensiones del miedo han hecho temer hoy a mi madre por mí. Y eso es lo único que no les perdono a esos hijos y a esas madres; no les voy a dar el fervoroso gusto de mi miedo. Ya no.

jueves, 23 de junio de 2016

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Si me preguntas qué estoy pensando te expones, amor mío, a decirte lo que en realidad me predispone a estar merodeando tu territorio del ser que eres. No me gusta utilizar "conquista" ni "seducción". Me gusta utilizar "naturaleza", "espontáneo". Ese no sé. Ese "no sé" que en mí, varón, es una posibilidad, y que en tu territorio fémino es una rotundidad pesada como una cadena. Por eso, amor mío, no por ser mío es que eres. Sino sólo por ser, amor, es que nos pertenecemos, en la medida de lo que el espacio nos permita frecuentarnos. El resto es sólo escarcha, maquillaje de esqueletos.

TEMORES

¿A que da miedo quedarse a solas en el chat?

Ahí, acorralado por el silencio. Cualquiera puede asaltarte con un terrible smiley y provocarte la angustia de tener que dudar si quedarte o marcharte... Justo en este momento, en que, a pesar del miedo, estabas disfrutando de ese momento a solas en el chat, sin nadie que invadiera ese espacio de silencio que es quedarse a solas en el chat, con esa gelidez de peluquería subiéndote, despacio, por la espalda. Esa seguridad aparente de la soledad. De controlar, de algún modo, todas las ausencias. De saber quien entra y quien sale. Te conviertes, del mismo modo, en un vigía, en un centinela (palabrísima que nos recuperara el buen Sergio), acechante. Como una araña. Ahí, a la espera...

¿A que da miedo quedarse a solas en el chat?

00:00-07:00

El próximo domingo trabajo de 00:00 a 07:00 de la mañana. El lunes lo mismo. Ese domingo llegaré a casa en torno a las 08:30 de la mañana después de un día entero sin dormir (nadie se acuesta en verano por la tarde para dormir, menos un sábado). Me quitaré el uniforme-disfraz. Me daré una ducha. Me vestiré de civil, y como civil subiré a votar a La Laguna (pues allí sigo empadronado) y votaré. Me enteraré de los resultados en una oficina fría, nuevamente disfrazado. Una fría oficina en la que espero dibujarme una sonrisa, una esperanza para no tener que volver a disfrazarme nunca más. O por lo menos sentir que no llevo ese disfraz. Pueden pasar muchas cosas: que un vuelo se retrase, se cancele o se compliquen las cosas, esto último es la tónica habitual. Estaré solo de 00:00 a 04:30. Luego recibiré, espero que con alegría, a quienes vengan a compartir conmigo ese espacio donde nos hemos dejado toda esperanza de que algo cambie, de que no sea necesario que quien viene a compartir el trabajo conmigo se tenga que levantar a las 02:00 de la mañana (repito, nadie duerme de día en verano, los días son más largos, y menos en jornada electoral) para aguantar, una vez más, a esas hordas de energúmenos y energúmenas que cogen aviones, por la razón que sea. Aunque también habrá entre esos energúmenos y energúmenas, personas. Personas que respetan el trabajo y el esfuerzo de los demás por estar ahí, sin descanso, esperando para ofrecerles el servicio que pagaron. Sólo espero que vengan relajados, tranquilos. Que cuando estén en el aire, volando a sus destinos, piensen también en quienes hemos renunciado al sueño sano para estar ahí, para poder llevarles a su casa, a su ocio, o a su vida. En quienes cada día se juegan el tipo a horas en la carretera, desde el conductor del micro que nos lleva, también a esas horas que no son horas para hacer que las personas que vienen a volar, vuelen, tranquilos. Ojalá a partir de ese día, mis compañeros y yo no tengamos que sabernos nuestra vida una semana antes. Ojalá que a partir de ese día nuestros jefes nos traten con el debido respeto, no ganado desde la reverencia, pues lo llevan claro, sino desde la dignidad de quien renuncia a horas que no son horas a las horas que les corresponden de dormir, junto a quien aman (pareja, hijos, abuelos, madres, padres, que necesitan que uno esté ahí). Ojalá que a partir de ese día, aquellos que se aplican con celo en lo implacable por un puñado de buenos euros, que a menudo no razonan por los "procedimientos", que no son capaces de ponerse en la piel de quien sufre a diario el desvarío enquistado de unos pocos que provocan cierto sufrimiento a unos muchos, se den cuenta de que sin ese disfraz somos igual de horteras, neuróticos, apasionados, gloriosos, mediocres, ingratos, imbéciles, que, en definitiva, somos personas, más allá de una chapa, más allá de un carguito. Ojalá que se den cuenta de que andamos todos en el mismo barco, como esos que aspiran al refugio que nadie les da, como quien navega por las aguas del desamparo, como quien se queda esperando en la orilla a que se salven de una vez. Ojalá que a partir de ese día se les caiga la cara de vergüenza y piensen: ¿y si no va nadie? Habrá quien, a las 14:00 entre con la sonrisa triunfal de quien ha aplastado a los subversivos, habrá quien entre con la sonrisa de saber que el subversivo es otro, quien oprime, quien amenaza, quien maltrata de verbo y pensamiento, quien sólo busca defender su cotarrito a costa del desprecio al precio que pagamos por estar ahí, esperando que pase ese algo que haga que todo haga ¡¡¡KATAKROKK!!!

Ojalá que nos veamos cara a cara en bolas, mientras el barco, el mismo barco en el que todos vamos se va a pique. Habrá quien no sepa nadar. Pero habrá quien sí. ¿Hasta dónde extenderemos nuestros brazos para salvarnos entre todos? Hay quien tiene los brazos del mismo tamaño que su virtud. Hay también quien no.

Suerte.

10%

¿Escribir? Sí, escribir. No escribir por escribir. Escribir es cribar. Cribar lo inútil. Cribar lo que no hace moverse nada en quien lee lo que otro u otra escribe. Incluso cribar lo que quien escribe sabe que no mueve nada, salvo una línea en un currículum para poder seguir escribiendo sin cribar. Hay quien criba y escribe bien, y mueve, y te deja pasmado ante un tejido verbal que cobija bien la risa, bien el llanto, bien la consternación, bien la conmoción, siempre el asombro. Hay quien escribe para y quien escribe desde. Hay a quien premian por lo que escribe y no por lo que criba; pero también hay a quien premian por cribar bien lo que escribe, porque cribar es escribir desde lo que uno siente que tiene que hacer, porque es lo único que sabe hacer bien: escribir y cribar.

Luego hay quien escribe sobre lo que otros escriben, no sobre lo que criban, no sobre todo eso que se dejan sin escribir por cribar. Entonces critican un texto como quien critica un vestido, pues al final un texto no es más que un tejido en absoluto participio.

El oficio de escribir es como un oficio de tejer. Hay quien teje bien, hay quien teje mal, hay, incluso quien tejemaneja para que escribir sólo sea un deporte, una competición olímpica del escribir. El resultado: sacarse una "photo-finish" con el pecho hacia adelante. Hay Carl Lewis que escriben. Ben Johnson (que era un escritor inglés mucho antes que un corredor de fondo), a pesar de que ese Ben Johnson que escribía cribaba más que Carl Lewis. Al fin y al cabo, cien metros lisos no son sólo más que eso, lisos.

Quien escribe ha de tener la responsabilidad de un sastre, la delicadeza de un sastre que viste el mundo de tejidos, que criba los tejidos para que el mejor lo vista quien mejor puede llevarlo, porque se adapta al cuerpo, a su deformidad, a su imperfección. Hay tejidos de color y tejidos sin color, chaquetas que nos gustan más y pantalones que nos gustan menos. Luego engordan, o enflaquecen, según la vida y la complexión física. Hay quien, como sastre, escribe a la medida exacta del cuerpo que desean vestir de verbos. Y lo hacen muy bien. Mi ignorancia me hace confesar que no conozco premios internacionales de sastrería. Un sastre no es un modista. Un sastre no se ocupa de lo efímero. Un modista sí. Sabe que en dos años su traje, su vestido será vestido por los maniquíes fríos de los escaparates de las tiendas.

Los escaparates están llenos de escritores y escritoras con un nombre, más o menos artístico, más o menos anodino; pero un nombre al fin y al cabo. Al final buscan eso: su propio nombre dentro de.
El nombre es lo menos importante de quien escribe, como un título universitario, como un cuadro. Esto es un cortázar, esto es un darío, esto un auster y aquello un tolstoi. El sastre marca la tela, con una tiza blanca, dibuja un patrón, lo corta, con precisión, con calma, con delicadeza. Luego el traje está a medida, a medida no de quien lo llevará encima, sino a la medida de la desnudez que debe cubrir. Porque al final el sastre es un asistente del pudor. Y quien escribe es un asistente del asombro.

Yo escribo desde el asombro, desde el mío propio. A veces mi asombro, mi exhibicionista asombro, asombra, no por la sombra, sino por pudor. Escribo por el pudor que me produce lo que no se dice. Por eso escribo desde lo que no se dice, trato humildemente de darle voz a lo que nadie criba. A lo que nadie escribe.

No existe mejor premio literario que el que no te dan. Luego es un engorro. Entrevistas, reseñas, críticas, viajes. La tecnología del verbo. El artefacto. El producto.

Nadie premia el proceso, sólo el producto. Y el producto no es más que el resultado. Sólo se aprecia el proceso a través del resultado final. Cuando lo que se escribe, aunque cribado, se premia, lo que se premia es el resultado futuro. El producto que generará ingresos a quien lo haga visible.

Si no te leen no existes. Es como si no te vistieran. Como si hablaras y nadie. Pero esa desnuda mudez no interesa. Sólo interesa el vestido, el traje, el tejido. Lo que pueden ganar contigo. No lo que puedan perder.

Yo escribo desde el deseo libre de escribir. Cuando muestro lo que escribo me da pudor, y vértigo. Todas mis palabras, las que yo elegí para tejer el traje que otros visten, no se parecen en nada al frío.
A veces me gusta que me digan que mi texto es bueno, que mueve muebles en su casa-cuerpo-mente. A nadie le amarga un dulce, obviamente. Pero hay quien es goloso. Y hay quien no.

La palmadita en la espalda, condescendiente; ese horripilante e hipócrita "sigue así" merma cualquier libertad.

Me gusta hacer chaquetas de tres mangas.

Me gusta escribir libre. Escribir libros que nadie leerá. Tejer. No para nadie, no para nada. Tejer sólo para que el traje que les traje les quede bien, a la medida de su asombro.

Nadie acude al funeral del poeta desconocido. Nadie le da el pésame a su madre, a su hermano, a su hijo.

La liturgia cabe en un 10% de toda la vida que se deja en el traje el sastre. El tejedor de asombros. El silencioso escritor difuso, sin rostro, sin nombre.

Asómbrame y te querré.

EL VOTISMO


Votos, votos, votos, más votos, sorpasso, sorpresa, soryeyés...
Parece ser que este país es gobernable sólo por votos. El voto, como una entidad abstracta que pierde toda su carne al ser depositada junto con otro voto en una urna. Nada hay más democrático que la convivencia silenciosa y pacífica de los votos dentro de las urnas, ahí calladitos, como jugando al escondite... "Undostrespormí... y por todos mis amigos". Al final, todo el mundo pegado a la tele por causa de los votos, a ver si el de uno es ese "1" del sorpasso, el voto decisivo, el del cambio, el del intercambio o el del recambio.
Votos, votos, votos. "España", "ciudadanía", "nosotros decimos que..." "¡que viene la derecha!", "que viene el comunismo", pero votos, votos, votos, gimme the power con tus votos... No me importa en qué circunscripción estés, ni cómo te hayas levantado esa mañana, si echaste un pésimo polvo la noche anterior, si estás con gripes, si los críos los tienes con los abuelos, me da igual, me da igual, porque lo yo que quiero es tu voto. Votos, votos, votos... quiero votos... Y una vez que tenga todos los votos, todos, todos, todos, los tiraré a la basura, porque ya tengo el poder, por los votos. "Porque detrás de un voto hay un ser humano, y una ilusión", podría ser un eslogan cojonudo sí, pero lo que yo quiero es tu voto. Sólo tu voto. No te quiero a ti. Tu voto. Votos, votos, votos, más votos, sorpasso, sorpresa, sormierdas...