martes, 29 de agosto de 2017

DOMINGO INTERIOR TARDE

El sueño de la cacerola.
Imagina un guiso imponente.
Un hambre saciada.
La emigración del sabor
de humildes lentejas,
suavidad de zanahorias.
Voracidad de familia vocinglera.
La risa que estalla en cualquier parte
de la mesa. Comedor trepidante.
Quienes dormitan en el sofá,
ajenos a la timba de chinchón.
Al licor de hierbas. Al mejunje.
Al meneo de la próxima partida.
Yo y mi parque móvil de miniaturas.
El alcohol a raudales modificando
comisuras. Elefantes que deciden
descansar en el pasillo. Serengueti
de almas que poseen la dicha de no
tener el tiempo de marcharse. El hacer
de toda la tarde. Lo constante del licor.
Abuela que arría velas de navío hacia
el momento sutil de la marcha. El aire
que deja en su bondad discreta.
La respiración luego se acoge a sagrado;
una iglesia de macacos que se quitan pulgas
y pólipos de las orejas. Un aire que ya es casa.
Esta casa que sigue siendo templo.
Lugar donde renacer es principio y causa.
Todo lo demás viene haciéndose.
De lo que se come se crea.

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