miércoles, 25 de noviembre de 2015

NEONÓMADA

Me volveré a ir
del mismo modo en que se regresa
al lugar donde se es y la casa sola.

Haré de nómada unos pocos kilómetros,
pero aún así auguro esa ausencia
de calles cerca,


ahora esas mis otras calles de siempre
que han de recordar mis pasos,
la noción del barrio,

edificios.

Me quedará lejos el campo,
o grande; nunca fui aquel rupestre;
ni los paseos, ni bicicletas bajo muchachas.

Me volveré a ir
del mismo lugar en el que fui
sombrero un tiempo, voz, nombre.

Tal vez el aire denso,
el vértigo, la calma.
Ese Javier entrándome

de nuevo hasta las trancas.
El miedo a la primera noche,
solo, en la cama grande.

Otra vez, acostumbrarse
al acento diferente de los grillos,
a aprender inútiles idiomas

sobre la mesa del comedor
donde no está ella,
vigilando que no me acerque

un ápice
a lo más normal,
cuando me enseñó

a barajar,
sin malicia,
las cartas de otro juego.

21 OCT 2015

Marty McFly me ha llamado esta mañana:
que no va a venir.

El DeLorean ha sufrido una avería
en el contador de fechas

y teme tardar al menos cuatro milenios
en repararla;

no hay mecánicos cualificados
en Babilonia.

HIPÓTESIS

Si yo fuera ruso, tendría, como mínimo, un gran y oculto talento para el coleccionismo de mariposas. Es cierto que aún no conozco a ningún entomólogo ruso de renombre, quiero decir, que no es algo que se comente así como así en un almuerzo o entre susurros de sepelio. La cuestión principal es el porqué de mi inclinación por las mariposas. No sé si por ser, efectivamente, ruso, las mariposas ejercerán sobre mí algún desconocido encanto ancestral del que sólo los eslavos padecen, tal vez como ensueño de una época de llanuras y cadáveres, con las mariposas revoloteando entre los arbustos tras la matanza. Me inquietaría muchísimo pensar que sólo por el hecho de ser ruso es que padezco esa incorregible afición por coleccionar mariposas. Pero lo que me causaría verdadero espanto es saber que, no siendo ruso, tuviese esa devoción por los lepidópteros. En verdad, no la tengo. Nunca la tuve. Me gustan, eso sí, las mariposas; verlas revolotear por los campos, entre los arbustos. Lo que me cuesta imaginar, y al tiempo, me hace cierta gracia, es si, no siendo ruso yo, pero las mariposas sí, se despertaría en ellas algún deseo instintivo de coleccionarme.

FELÍPICA

a felipe bollaín


es calando el escándalo,
escalándolo,
como el amortajado
amor tajado,
acre hedor
de acreedor,
se desdice
de sedes y cede
ante ti
—y decide.

VERBOS TRANSITIVOS: CORRER

Correr peligro, riesgo; prisa.
Las cortinas sin parar,
la voz; las tejas.
Lejos. El aire.
Los ríos como el tiempo.


También cerrojos.

martes, 24 de noviembre de 2015

HAMBRE

No por comerte serías menos
a cada bocado que te doy.
En realidad, comerte hoy una pierna,
paletilla mañana, criadillas para el domingo,
no es tan trascendental.
Tampoco creas, de verdad, que comerte
es un acto turbio, una perversión;
un selecto manjar. Como por hambre,
como comen los seres que no quieren
morir en el próximo invierno.

Así me hice caníbal.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

ELVIRA

Debería llamarse Elvira. Sólo así sería perfecto. Perfecto, sí; pero no real. Ya que tan sólo nos une mi rutina de cada dos, tres días ir a por tabaco o vino, o las dos cosas, o ninguna y la de ella estar ahí, tras el mostrador, al menos podría concederme el cosmos algo más a mi favor, más allá del leve instante, segundos: lo mínimo requerido para completar toda formalidad. Lo suficiente.



Si se aventura a afianzar nuestra débil complicidad preguntándome «¿tabaco?» mientras la señora que tengo delante rebusca entre monedas que desconoce, me da pudor revelarle que hoy, miércoles, vengo a por vino. Lo que se imaginará al oírme entrar con ese odioso y alarmante pitido, vestido de uniforme, a por una botella justo cuando aterrizo del trabajo, como si no me quedaran más refugios; pero, por otro lado, podría figurarse, aplicándose en la benevolencia que provoca siempre toda curiosidad, que soy de ésos que en vez de destruirse en el melodramático mundillo del solterón, prefiero homenajearme la cena con ese empaque que le da el vino a una pizza precocinada recién horneada. Que con mis horarios no debo de tener tiempo para cocinar, y menos aún, ganas o dignidad. Con lo bien que le deben de salir a ella las lentejas, y lo bien que estaría que me guardara un tupper, por aquello de romper el hielo. Por eso, sin que se dé cuenta, Elvira, si es que se llama así, que sería perfecto, me espeta una mirada inquisitiva cuando la frecuento con la hábil excusa del fumador de liar, es decir, del artesanal arte de liarse un cigarro con esos aperos del vicio que van faltando de a poco, nunca de golpe.

Hay días, sin embargo, que no debería llamarse Elvira. Esos días voy a por agua embotellada y el trámite, aunque cordial, resulta con frecuencia frío, distante, esquivo. Por eso la Elvira que debería de llamarse a sí misma, aflora entonces hacia un rostro apagado, de rictus convencional y burócrata que en nada se parece a la Elvira que realmente es, pero que no se llama. Nunca el agua tuvo sabor tan arenoso, como cruel propaganda en el cartel.



Así que Elvira —resultó no llamarse Elvira— fue pareciéndose cada vez menos a sí misma. Aquella tarde de sábado, verano, debía de ser yo de entre los escasos parroquianos que aparecieran por la puerta, el pitido horrendamente apuñalando la calle serena en plena siesta, para que me hiciera una fotocopia. Diligente, aceptó el desafío y para cuando ya había doblado la esquina con la fotocopia, camino del portal de mi edificio, reparé en que el original de este texto se había quedado, flagrante, en el cristal de la fotocopiadora. 



Por eso, y porque no le gustan las lentejas, supe que no se llamaba Elvira.