La
cínica frase, socorro y parapeto de quien no quiere, no sabe o no puede
decir la verdad es: "Yo te quiero mucho, pero es que me gustas como
amigo/a y no quiero que el sexo rompa esta relación tan bonita de
amistad que tenemos..."
Analicemos:
Se supone que la
amistad básica entre dos personas pasa por el afecto mutuo, al haberse
establecido la aceptación de un vínculo en el que la jerarquía —y por
tanto, la noción de poder— está absolutamente fuera de todo lugar y de
todo tiempo. Es decir, la amistad nace de la vocación de un conocimiento
a través de un reconocimiento de la otra persona y sus particularidades
que interviene en esa relación. Es decir, y en esto —a pesar de
probables desacuerdos— suscribo las palabras de Ernesto Sábato: "la
amistad opera entre iguales".
Reconocer a otra persona como
igual es, al mismo tiempo, reconocerse en la otra persona como parte de
un contexto existencial en el que, sin demandas mediante, esas dos
personas —estado básico en el que la amistad o cualquier relación humana
se establece— deciden que sus tiempos y sus vivencias son correlativas,
entendiendo que cada tiempo y vivencia son absolutamente privados, pero
no por ello, intransferibles, incluso en los distintos espacios y
tiempos en que dicha relación se se desarrolla. Es ahí donde radica la
diferencia fundamental de cualquier relación entre personas; ese es,
precisamente, el pacto primordial que se genera entre quienes se
reconocen como iguales en el momento de realidad que comparten
mutuamente.
Por tanto, si la amistad opera entre seres humanos
"iguales" —por "igual" habría de entenderse "común posibilidad", sin
incurrir en ese cansino y retórico juego de la simpleza que lo equipara a
la "simultaneidad compartida", gran falacia y abyecta mentira sobre la
que se sustenta, de manera alarmante, el edificio de las relaciones
humanas genéricas que hoy identificamos como "auténticas"— el acceso
mutuo, en lo emocional y en lo físico, debería contemplarse del mismo
modo como una posibilidad común, esto es, como algo que ocurre y sucede
de un modo más o menos frecuente, cotidiano y alejado de cualquier
escándalo; una "consecuencia natural".
De hecho, hay amistades
que se inclinan más hacia un lado o hacia el otro, más hacia lo
emocional o más hacia lo físico. Las relaciones de amistad más tendentes
a lo "emocional" se constituyen en un entorno confesional donde la
sinceridad (a menudo confundida con la insolencia) es el único vehículo
autorizado para transportarnos a la tan ansiada "complicidad", si bien
el aspecto físico opera como refuerzo más bien secundario que con
frecuencia desemboca en un perentorio y constante ejercicio de
contrición por parte de uno de los miembros que intervienen en esa
relación. Por otro lado, existen las relaciones de amistad que se
inclinan más hacia lo físico —podríamos decir "carnal"—, en las que lo
emocional pasa a tener un valor más coyuntural actuando como bisagra,
permitiendo una apertura hacia lo sensorial desde la confianza —o
confidencia— desde la "emotividad", que conduce al afecto y también a la
afectación.
Sin embargo, hay en la amistad un territorio tabú
que va más allá de lo privado: lo íntimo. La amistad "íntima" parece un
privilegio labrado con los años, un petulante elitismo, si por "íntimo"
en ese plano quería decirse "estrecho", más que otra cosa.
La
"intimidad" en el desarrollo de una relación amistosa sincera y
verdadera, en cambio, va más allá del territorio tabú; es más, desactiva
el tabú. Una amistad "íntima" sienta sus bases en un equilibrio más o
menos conseguido entre el aspecto emocional y el físico. Es decir, la
verdadera amistad "íntima" es la única posibilidad real de amistad
básica —auténtica— entre dos personas.
De este modo, las
relaciones sexuales en el marco de una amistad —odiosos los neologismos:
"amigos con derecho a roce", "follamigos", "relación abierta" (¿qué
relación no lo es en sí misma?)— no debieran presuponer un error de
correlación entre amigos "íntimos" en un momento determinado, con lo que
el problema no radica en la relación sexual que se pueda dar en la
amistad, sino en lo que esas personas llaman "amistad" para referirse a
la relación personal que tienen entre sí.
Así, eso de que "el
sexo puede romper una bonita amistad" parte de una mala gestión de los
conceptos aplicados a las relaciones, y por tanto, de una visión
desenfocada de su autenticidad.
Mejor llamarlo "desconfianza", lo opuesto a todo lo que se pueda llamar "amistad".
Agosto, 2014