El juez Ruz imputa a Caco Senante por presunta apropiación de 30.000€ de la SGAE.
Una prueba más que indica que la Propiedad Intelectual es, de base, un delito. Me explico:
La Sociedad General de Autores de España (SGAE) —que curiosamente
comparte siglas con una conocida franquicia dedicada al cuidado del
oído, pero dispuestas de otro modo— ha proyectado durante su sombría
historia la vetusta luz que hacía penumbrosa la censura del régimen
anterior.
La intelectualidad en España desde siempre ha sido un
bien codiciado, por tanto, envidiado —se dice que la envidia es uno de
nuestros más atávicos endemismos sociales—, por parte de los grupos de
poder que se sirven de ella para introducir hábilmente tendencias de
pensamiento en la sociedad con el objeto de mantener a la población bien
distraída y domesticada.
Es habitual encontrarse con
expresiones como "clase intelectual" o "los intelectuales dicen",
atribuyendo a quienes difunden la intelectualidad un cierto poder
blando, equiparable al de los predicadores religiosos, pero
introduciendo un curioso elemento que hace que la tal mal llamada
"clase" se cohesione y perdure cualesquiera que sean los tiempos que
corran para eso del pensamiento y la Cultura: el sentido de la propiedad
de las ideas; o lo que sería aún más pernicioso: el gobierno del modo
de pensar, es decir, de imaginar lo que es posible.
Del mismo
modo, existe una cierta corriente de activismo intelectual que postula
una absoluta indefensión de los Artistas —de los cuales estos
intelectuales de la acción se sienten "aliados", cuando en realidad
ejercen un taimado paternalismo—, grupo heterogéneo de ciudadanos que
abogan por una postura creativa crítica más desde la emoción que desde
el minucioso raciocinio, del cual se sirven para ahondar más
profundamente en la naturaleza de la emoción que produce el mundo.
El caso es que los intelectuales, de algún modo, dejan de ser
"creadores", para convertirse en "difusores" de productos intelectuales,
es decir, comienzan a tener cierto sentido del comercio, de corte
franquicial en muchos casos; en otros, tan sólo, piramidal. A ese
comercio incipiente contribuyen los medios de comunicación, ingeniosos
instrumentos de confusión, que a modo de gran mercado o foro, se
consideran el canal de difusión de "la verdad" (eso que tanto gusta a
los poderosos, pero que tanto rehúyen), no por prestigio adquirido con
el tiempo, sino por el maléfico influjo del dinero, ese abstracto
violador de intercambios.
Así, las ideas, en manos, o en mente
de quienes se han convertido también en canales de ese flujo continuo de
infamia que perpetúan las cadenas del poder económico, medios de
dispersión de las miserias a nivel masivo, desembocan en un lugar donde
comienzan a ser consideradas objeto de transacción, y, por tanto,
generadoras de sumisión. La intelectualidad (que es el conjunto de las
ideas vivas que dinamizan a una sociedad) se convierte en un ente
material no ya de intercambio, sino de consumo, provocando que esa
viveza se congele y se serialice, al tiempo que el dinamismo se detiene.
Así, la "sociedad de consumo" (como si hoy por hoy no existiese otra)
incorpora la pulsión por la adquisición de productos relacionados con la
Cultura, previamente coreados por los mercaderes intelectuales, ávidos
de mantenerse en su estado de estar siempre en medio de la relación
directa de los individuos con la Cultura, a la cual rinden y piden
tributo.
El Artista, entonces, para salvarse, se convierte en
Autor. Pasa de su confortable estado de anonimato al estridente y
bullicioso resplandor de la "autoría", es decir, la separación de sí
mismo y de su obra. Entonces entra en el juego, se hace un profesional
de lo suyo y siente que lo suyo vale, y lo reclama. ¿Pero a quién
reclamarle ese tributo? ¿A quien "consume" su obra?
Poco se
preocupa el Autor de quienes intervienen en su existencia, al final no
es "su obra", el Autor es el producto, su obra sólo un medio para
sobrevivir, bien sea en el opulento prestigio o en la más mísera
invisibilidad. El Autor pasa a ser propiedad de quienes le consumen: se
convierte en Intelectual.
Por eso la Propiedad Intelectual es en
su esencia un delito civil. Un delito contra el legado más importante
que cada ser humano porta consigo: las ideas. Las ideas son patrimonio
de la Humanidad, las buenas y también las malas (sobrados ejemplos en la
Historia hay de ambas). Nadie es propietario de ellas. Pretender
comerciar con las ideas es como venderle un caramelo a un hijo. Y ya ven
ustedes, hay quien no sólo se apropia de las ideas, sino además de lo
que las consume.
19 de julio 2014