jueves, 3 de diciembre de 2020

ADVERTENCIA

Este poema puede herir la sensibilidad de muchas expectativas.
Recomendamos que aparten a los niños de sus pantallas
y que les hablen, y que les dejen hablar si así lo desean.
Durante la lectura de este poema queda prohibido
su uso indebido.
En este poema existe una cláusula por la cual se exime a todo lector de su responsabilidad.
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De ser así, todo lo anterior. Atentamente
                                
                            
PROPONE (como verso)

En su momia se deconstruye el guanche perenne.

martes, 1 de diciembre de 2020

ONÉSIMO

Onésimo tiene cabeza de ave, extremidades de muflón, boca de pez. Se salva porque nada de lo que le sobra le falta; ojos de buey, dedos de ardilla, dientes de jirafa. Miente más que habla, pues la verdad es para él un mero atajo hacia el frío; bigote de morsa, orejas de ratón, lágrimas de cocodrilo. Sufre por las horas que le quedan de trabajo. No deja de observar el reloj cada cinco minutos, sabiendo que cada cinco minutos han pasado cinco minutos, los cuales ha invertido en angustia; frente de jabalí, lengua de gato, hocico de ganso. Fuera hace frío, y Onésimo, sentado ante la ventana, tirita. Sujeta una jarra blanca de café caliente; escucha un oleaje de autos. Rebuzno metálico de ambulancias. Onésimo tiene mirada de perro, piel de gallina, cuernos de alce. Pide tabaco o dinero por la avenida; hambre de lobos, memoria de grillo, sangre de toro.

miércoles, 24 de junio de 2020

CINCO POEMAS DE JUAN SEBASTIÁN MUFALETA (México, 1954)

 MI NOMBRE DIRÁS A LOS SICARIOS

Para que seas capaz de comprender
El peso de la mugre que generas
Cada vez que deformas los paisajes
Yo compraré tu casa para echarte.
Y así, cuando te veas en el desierto,
Descubrirás que el cactus y los huesos,
La expresión de los perros cuando arrecia
El calvario del viento en los calveros
Y la oración que canta el eremita
Conforman el hogar de la intemperie,
Los puntos cardinales del infierno.
La vida en las planicies es difícil.
Buscarás en el pueblo algún refugio
Y mi nombre dirás a los sicarios.

*****
CONSEJO A UNA JOVEN POETA QUE VIVE CON LOS PADRES

No intentes, tonta, hacer esto en tu casa.

Más allá del jardín están los monstruos
Que nunca entenderán el mecanismo
Capaz de hacer que exploten por los aires
Renglones de palabras bienfolladas.
A esos monstruos tú debes acercarte
Y fijar en sus mentes la belleza.
La misión es difícil y titánica
Y entre cuatro paredes no funciona
Porque ella necesita de intemperie,
Un pecho whitmaniano y muchas drogas.
Así que si decides, tonta mía,
Practicar dicho riesgo sin arneses
Lanza un cuchillo al cielo a ver qué pasa.

*****
LA VIDA SE DESPRENDE

Como pestaña viuda en un estuche

Te has quedado obsoleta de repente,
Un monumento solo y ancestral
En el pasillo cutre de una clínica,
Un litro de silencio en transferencia
Cuando hablas de tus cosas con los muebles
O buscas en los dientes de los niños
Signos de deterioro, enfermedades.
¿No sabes que la vida se desprende
De locos, achacosos, perros viejos
Y al otro día te muestra un cielo cadmio
Y un niño que pregunta por la abuela
Mientras se echa peditos de frambuesa
Y el padre le promete una mascota?

*****
ANTIALEPH


Voy a mirar de noche, arrodillado,
Con las uñas mordidas, calcetines,
Los talones muy tensos y la frente
Pegada a las baldosas amarillas.
Sin pestañas ni párpados mirar
Las líneas que me aguantan y los ángulos
Sobre los que reposan estas rótulas.
No perderé detalle de mi suelo,
Aunque sin previo aviso abran la puerta
Y sea una visita inesperada
Que rompe la unidad del Universo,
Yo seguiré mirando el bajo astral
Que habita entre las grietas, las ranuras,
Paredes putrefactas, huecos negros. 

*****
TITO
 

El tío drogadicto llega a casa.
Encuentra a los sobrinos enfrascados
En luchas de vaqueros y princesas
Y se sienta en la silla y los observa.
Proviene de esas plazas con grafitis
En las que no se adentran los taxistas,
Lugares donde el humo toma vuelo
Y hombres como castillos se pelean.
Los padres que han tejido un compromiso
Con el camino recto y luminoso
Consideran infierno lo prohibido,
Pero el drogata tiene hoy una sorpresa.
Entre bolsas de plástico y basura
Descubrió esta mañana un patinete.


AFUERAS

Marco tuvo calor. Soledad. Ayer lo llevamos al hospital. Sí, ya, el día de los enamorados. Todavía no ha parado el Universo. Hacía frío, pero le abrimos los cristales, los cuatro. ¿Una caja de bombones?, qué detalle, a mí nada, con lo de Marco no dio tiempo. Los relojes descuartizan brujas. Sí, se le pasó un poco, pero no dejó los escorpiones, no los dejó como cuatro años atrás… ¿El vestido negro, también el vestido negro del escaparate? Entonces habrán pasado una buena noche. Nosotros no, ya sabes… Bueno, el médico estuvo bastante amable. Tenía bigote. Y habló un rato con él a puerta cerrada. Hicieron migas. Marco es muy listo, aunque ya sabes… Luego se nos acercó, el médico, quiero decir ¿Marco?, lo tumbaron en la camilla hasta que se le pasó un poco. Sus ojos eran tigres o estrellas abolidas por la gravedad. No, él no tiene novia, aunque en esas cosas es muy discreto, como te decía el médico nos dijo no sé qué de unas inyecciones… ¿También un peluche? Estuvo sembrado, la verdad. Pues a esas horas, ya sabes lo de las jeringuillas, fuimos a la farmacia y decidimos llevarlo a la consulta de guardia. Sí, sí,  la que está a las afueras, una lástima las afueras. Todo emborronado por algo similar a la lluvia. Después fue como cuando era pequeño, la misma lucecilla y, buah, como el sol, como el sol cuando era pequeño y escorpiones, caballos y casi, fíjate tú, casi le digo lo del chupete, pero me parecía un poco ridículo, con quince años me pareció un poco ridículo. Entonces, entonces fue cuando gritó ¿Lo hicisteis? ¿Cuánto tiempo llevaban sin…? Qué simpático. Me lo imagino suplicándote. Sí, sí, decía que entonces fue cuando gritó déjenme aquí, déjenme aquí que tengo que ir a buscar… mientras, el coche, todo metal y humo, pasaba entre las chabolas, las afueras, una lástima las afueras.
__________
© Jonathan Juárez Atenza

martes, 23 de junio de 2020

LOS JÓVENES POETAS

Los jóvenes poetas ya no hablan de Bogart. Ni de París. Son más fieles a otros antihéroes; depositan su fe en Cobain, y viajan a Berlín.

Los jóvenes poetas hablan del amor a toda velocidad, pisándole a lo que dé el verbo. Follan innumerables veces a cada poema. Se visten de ensueños tras desnudarse los tatuajes, se entrelazan en sus dibujos, se extravían por sus rayas de tigre.

Los jóvenes poetas se olvidan ya tan pronto de que un verso es más delicado que el mecanismo de la guillotina. Pero escogen mejor arma cuando alcanzan a decapitar más títeres de un solo gesto.

Los jóvenes poetas ya no hablan de Bogart. Ni de París. Hablan, en cambio, de eternos amigos con la sangre aún en el plato, de espacios que tal vez, por miedo nuestro, no deberíamos recorrer sin su consejo; esa maravillosa humedad que se les pone en los ojos cuando no hablan de Bogart, ni de París.

Los viejos poetas ya no hablan de Cobain. Ni de Berlín. Hablan de los jóvenes poetas que no hablan de Bogart.

SORGO

Una vez más la despertarían los motores de la avioneta fumigadora sobre los campos de sorgo. Una vez más desayuno y porro, ducha caliente, sofá, gato y alfombra. Una secuencia que se venía repitiendo hacía meses, desde que heredara la vieja casa de madera junto con los cultivos; herencia que ya empezaba a pesar sobre sus días venideros. Pensaba en cómo de apuesto sería el aviador. Pero resultó ser aviadora cuando se estrelló y los lugareños se acercaron a ver el siniestro. Era tan hermosa. Sintió lástima por ella, por las dos, en realidad. La cosecha se malogró. Se arruinó y finalmente vendió la casa de madera y los cultivos. Luego se haría aviadora por lo de la Guerra. Ya mutilada, años después, recibiría una pensión del estado. Dio conferencias, sin sus dos piernas. Era tan hermosa.

FE

Creo en una poesía omnívora,
heterodoxa, promiscua,
desobediente, antinuclear.
Una poesía que se pueda tocar,
con piel, carne, músculo,
con órganos y membranas que palpiten,
que sude, eyacule y gima,
que se muera de risa, atolondrada,
irresponsable, con las rodillas raspadas,
con lamparones, rasgaduras, cicatrices.
Creo en una poesía inconstante,
imprevista, multicolor, drogadicta,
que se haga pis y caca, que sangre,
que pierda los nervios, que huya.
Una poesía extraterrestre, humana,
cetácea, anárquica, temerosa, psicodélica,
que mire a los ojos, al pubis, a Cuenca.
Una poesía divergente, centrífuga,
descolocada, en movimiento perpetuo,
políglota, perezosa, que llueva, nieve,
una poesía en la que salga el sol por donde quiera,
sin ropa interior, que no vaya al gimnasio,
alérgica a parnasos y academias, despeinada,
que se enfade, que grite y rompa cosas,
olorosa, sin sentido, que me dé la vida,
y la muerte.

PULP

Cuando el pulpo
te encuentre en el garaje
tú hazte como la aguja
del pajar, disimula;
o como el alfiler
que no quepa.


Porque si el pulpo,
en la fría y desalojada
oscuridad del parking,
en su frenesí tentacular,
en su hambrienta angustia
te palpa, hará pum.

LISERGIO

Peor que el rancio maní,
a la boca, la mayor decepción
del paladar, como ese saborear
de lo que viene viejo, lo manido
en su sed, la vítrea danza del
alacrán, es en este darme,
ocasión solemne para veneno.

No la almendra, acre, palatal
la detiene, bajo el almizcle
aún perenne lo que trenza dulzor:
caña como quien muerde bosque.
Mangal que se esconde tras lo que oculta
el desafío frutal, todo temblor.
No la almendra saciadora.
Velaré, amigo junco, junto a ti
el humedal de donde brotamos
palabra. Así tan quietos.
Sangrar del cálamo el aroma
tibio de los lotos floreciente.
Decirlo todo con salivar de cobra:
en abrazo monzón,
en mutua ofrenda
del primer trazo.
Nazca el tiempo.

YA

Lo quiero ya.
No, no. ¿Cómo?
¿Esperar? ¿Qué es eso?
No puedo esperar. —No sé
esperar—. A mí me dijeron que.
Déme su nombre.

POEMA IRREVERSIBLE

Otro poema.
Otro poema abocado al fracaso.
Otro poema que no volverá.
Que desaparecerá entre
los miles de millones de poemas
que se escriben diariamente
en el mundo de los vivos.
Otro poema sin interés,
sin audaces metáforas.
Inocuo.
Otro poema
que agoniza solo. Terminal.
Inútil. Desvalido.
Otro poema surcado por la vil
indiferencia. Un poema suficiente
que nadie celebre. Del montón.
Otro poema sin destino, perdido,
deambulando por la autopista.
Anónimo.
Que no va a ser otra cosa
que otro poema más.
Un poema escrito con desgana,
por vicio, por aburrimiento.
Miembro de ningún club.
Un poema desechable.
Prescindible.
Escrito para nada.
Que no saldrá en ninguna
parte de la conversación,
ni siquiera para decir que no tiene valor.
Insignificante. Ridículo.
Ni para un descosido. Mediocre
como una señal de tráfico.
Otro poema estancado.
Que no avanza. Que se queda ahí.
Con cara de haba.
Otro poema al uso.
Insustancial. Superable.
De fosa común. Sin lápida.
Sin funeral.
Otro poema más.
Otro poema menos.
Que ni pena da.
Irreversible.

VENERACIONES

Hay unas veneraciones.
Unos cultos, unas liturgias
de tábarros. Así surge
toda voz.
—Un aeroglifo.

A LOS CÍCLOPES DE CHILE

Habrá una generación de cíclopes
que no sólo dieron su otro ojo
en precio de su honor, sino que,
como hiciera Odín, sería ofrecido
a la sabiduría de lo humano
para conocer lo inhumano.

CUIDADANOS

Nos debemos ser amables.
La cortesía no es un protocolo,
es una opción: un instinto de placer.
Deberíamos cuidarnos más. Enternecernos.
Fundar inquebrantables hermandades.
Cultos imprescindibles. Sectas no coactivas.

Cuidadanos.

CADÁVER TAN ATROZ

La hojarasca de las cosas
me busca, sicaria,
para desmantelarme del tiempo.
Dos balazos de otoño en la cabeza,
sangrienta la escena, carnaza
de noticiero. Desmadejado
junto a un jeep, sobre el charco
rojo. Bajo el cerezo, mi silueta humedecida;
cadáver tan atroz,
incorporándome ante todo espanto.
Aprendan cómo matarme,
inútiles.

CASA LA HÚNGARA

Madame Bathory,
la que se bañaba en sangre
de vírgenes,
cual Cleopatra, en leche de burra,
tuvo sede, en su barbarie,
en lupanares portuarios
de esta isla.
 

La primera franquicia
del vampirismo isleño.

CAÍN DIXIT

¿Acaso soy guardián de mi sombra?
Dijo Caín, tratando de enterrar
la quijada ensangrentada
bajo la arena, sabiéndose
descubierto.

RECREO

Sonido de recreo en un colegio:
pequeños bárbaros.
Los convocan elefantes
a solemne formación,
en el patio, sólo perturbando
su silencio


un estornudo.

HAIKU COLATERAL

El colibrí,
exhausto, se posó
sobre la mina.

domingo, 21 de junio de 2020

PIPI

La dama había muerto con abrigo de visón y zapatillas blancas. La encontraron en la cama, bocarriba y con los brazos en cruz. Su corona de espinas era una almohada sanguinolenta. Pipi, el detective junto al resto de compañeros, cuando fue apartada la pelambrera del rostro, no pudieron reprimir el magnetismo de reírse. Además está desnuda… ¡Qué asco, sólo con ese abrigo, con ese abrigo y las zapatillas y la radio sonando, sonando sola, sola sonando! Luego rebuscaron en la cómoda, encajes polvorientos, tabletas de Clonazepan, entradas para circo y, entre todo, sus documentos esenciales. Una masa amarilla y llena de pasado. No-sé-qué Gutiérrez, pero aquel nombre ya no servía para nada, para nada, para nada. La esquela, en el rincón de la prensa, sería su momento de gloria. Los periodistas, en el parte de la noche, preferirían hablar de las tormentas en Birmania. Cuando los papeles llegaron a manos de Pipi, después de unos comentarios sobre aquella cara impresa notablemente joven, intentó leer los datos: Fecha y lugar de nacimiento. Sexo. Nombre de padre y madre. Sin las gafas no veo nada. ¿Dónde las habré puesto? Vete al coche, igual están en la guantera, sí, junto a la pistola. ¿No-sé-qué Gutiérrez?, ¡Qué espanto! Entonces se sentó, sin cambiar esa mueca de comedor de limones, a los pies del lecho. No era nadie importante, ni siquiera tenía marido. Sólo una vieja, sólo una vieja con sus lanas y… Joder, ¿dónde se ha meado el perro? ¿Dónde está el perro? Qué mal huele. Pipi sacó su pañuelo y se limpió la grasa de la frente. Plegó la cartera, dejó los documentos en su interior y para bromear uso la zapatilla blanca del cadáver como si fuera un teléfono. Piii piii piii ¿aló? Sí, era para decirles que tenemos un abrigo muerto, un abrigo muerto… Todos rieron, rieron porque hacía calor y había que reír. El perro está en el hall, bajo una mesa, lleno de sangre y asustado, pero la sangre no es de él, dijo el ayudante, joven, imbécil, creyente... Y Pipi, teléfono en mano, ladró, ladró porque aquella muerta, bocarriba y con los brazos en cruz, había sido morsdiqueada por su mascota.
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Sergio Barreto

PIEDRA DE JADE

Minotauro llegó hace menos de una hora. Niebla. Salió del aeropuerto, subió al taxi de un señor decapitado y se desprendió del gran sombrero gris que le cubría la mitad de la cara. Nadie grita ya a menos de mil kilómetros alrededor: 
 
—No tengo papel, por eso he escrito las direcciones de los moteles en este jade— y sobre la mano del conductor colocó la piedra, la piedra del tamaño de un corazón de huérfano. 

—¿Se puede fumar en el vehículo?— Su respiración mezclaba cartón desgarrado y cuervo con mar lleno de bahías. La guantera, quizá, estaba repleta de insectos.  
 
—El humo me escuece en las llagas, así que mejor no— respondió la cabeza, que  se bamboleaba de un lado a otro en el asiento de atrás poniéndolo todo perdido. Quién sabe lo que esconden los maleteros.
 
—De acuerdo— dijo Minotauro. El cigarro, entonces, salió de la luna, rodó unos metros y fue directo a la alcantarilla. Un chasquido de caimanes blancos como senos de virgen no tardó en ser oído en toda la ciudad. Era ése el momento para hablar del frío o sospechar de algún criminal llamado Ducasse. 
 
—¿Viene de muy lejos?— inquirió el decapitado con acento gutural e imprevisto. Los cristales del coche, en silencio, reflejaban el cementerio, vaharadas, tos y velocímetros llenos de recuerdos. En el cenicero alguien había sacrificado mariposas. 
 
—Vengo de un sótano (tic tac)

—Pues aquí no hay nada que hacer (intermitente).

—Depende del odio (curva y color anaranjado).
 
Los minotauros siempre tienen estalactitas en la boca.
 
—No, se lo digo yo, que llevo conduciendo más de cuatrocientos años (una calle infestada de cuervos)… 
 
En ese momento, en la última dirección, Ariadna dejaba caer sus tijeras al fondo de la noche, levantaba el rostro de las madejas, se limpiaba las narices con las mangas del jersey y era asaltada por un presentimiento estibado de hienas. Minotauro, después de decir: Este es mi destino, después de poner un pie en el asfalto, después de sacar un fajo de billetes rojos en circulación y, con cierta complicidad, depositarlo en la mano del decapitado, miró la piedra de jade, la apretó con el puño y miró la luz del motel: 
 
—Que tenga buena noche— dijo la cabeza antes de que el cuerpo arrancara.

___________
Sergio Barreto

ÑÁCARA

Andaba sola. Sola. Sólo andaba. Sólo. 



Al parecer a la urbe la tenía como hábitat: fierecilla rubia nunca domada, entre todas tú la oveja más blanca de todas las ovejas negras, quitadora de pecados del mundo, la que nadie llegó a contar, la que no saltará la valla. Nadie contaba con ni de Ñácara.



Vi cómo entraba en la cafetería el día del atraco, pero todo el mundo sabe que ella no fue. Imposible que fuera ella, tan canija que ni para sostener un monedero. Ella no robaba;  en todo caso se la pasaba pidiendo mientras se pellizcaba las pupas secas que encontrara en su piel, extasiada. Hay quien decía que era como una penitente, que algo andaría pagando de antes, que con lo guapa que era, «y con lo joven que es», apostillaba siempre alguien.



Petacho la quería. Pero lo mataron. Vendía bragas y medias, a santo por par, en un puesto de calle Lumbre. Tenía ojo para los negocios. Uno solo; el otro bajo parche. Pero un día lo tangaron, coño. Alguien con mejor ojo y peor corazón que él. En el callejón de la lonja vieja le dieron yerrito, por el atraso de una deuda, se ve.

Ella lo encontró, ahí tirado, parecía, ¡ay, señor!, un niño dormidito después de un cólico. Venía de acercársele a un mandante que la jugó en la plaza. Decidió acortar por el callejón hacia calle Lumbre, y allí bajo el bombillo, se lo encontró. De los gritos que dio se espantaron hasta las ratas. Se trajeron cubos con agua y jabón, para la sangre. Sábanas para amortajarlo, según la costumbre, y esperaron a que viniera la Orden.



Desde entonces, le dicen Ñácara, pues desde entonces se pellizca las pupas que se va haciendo. Se regodea en el rugoso tacto de la pústula seca, horadando con la uña la caspilla hasta que cede y se levanta: entonces alterna yema y uña, para sentir eso que aparentemente se desprende de su piel, pero que es su piel, herida: éxtasis. Desde entonces no habla. Ella no fue la del atraco. Se la llevó la Orden. Allí, dicen, la violaron a cambio de su inocencia, y ella cedió, como la caspilla seca de sus llagas.



Los que mataron a Petacho murieron en el atraco. Pero ella no fue.



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Javier Mérida

jueves, 28 de mayo de 2020

LASTRE

Ahora sólo me quedan preguntas. Como único equipaje para el camino incierto —en realidad todo camino parece ser una invitación, una certeza de incertidumbre— voy cargando una talega de interrogantes que se antoja ya insoportable. El trayecto recorrido, con todos sus matices de color, textura, hitos, no representa más que una fotografía en caliente de una fría realidad detenida con aspecto de cadáver reciente, fresco aunque inexpresivo. Transito por la colección inmensa de recuerdos, vivencias, objetos, tesoros privados, habitaciones secretas donde mi mente se refugia de mí: donde dejo de ser ése por cuyo aspecto se me conoce —puede que así haya sido siempre—; donde cada vez me alcanza menos la vista, pues ya veo menos a distancia, y sin embargo me cuesta enfocar lo que se me aparece delante. Se me va arrugando la vida como una ciruela, lenta y seca, por eso desconfío de toda sombra.

No me queda otra cosa que lo desconocido, lo cual no quiere decir que me enfrente a ello con entusiasmo, con cierta ilusión. No. Lo desconocido me confronta, me saca de mi casilla inicial y me obliga a avanzar, sin destino, sin rumbo, sólo dependiendo de la cifra que arrojen los dados. Pero avanzar no implica ir hacia adelante. Es sólo un movimiento, de un lado a otro, de un escenario a otro donde cada vez se representa una nueva escena que es siempre la misma: deambular. Lo único que cambia es el decorado: un resquicio de grieta por el que colarme y pernoctar hasta que pase el tiempo que tenga que pasar. Nunca me he llevado bien con el tiempo. En cambio sí que me he conformado con los lugares: esa vocación de vivir en un cuadro, donde nada y todo sucede en silencio, sin que nadie diga nada. No sé si es momento de soltar lastre. No sé cómo será ser más ligero. No pensar, no tener, no querer, no desear: convertirme en un trozo de madera. 

Ya únicamente creo en lo que se mueve; en lo que tiene capacidad de trasladarse, aunque yo permanezca, inerte, asistiendo a esa secuencia de imágenes que se agolpan unas tras las otras, sin orden. Sospecho de toda idea, de todo ídolo, ya sin nada que decir, sin el músculo vivo, sin la forma, sin la manera. Sólo me quedan las preguntas, como digo, y desde ahí  procuro continuar estando, en continuo compás de espera antes de entrar al hecho de cualquier sonido. Ni siquiera sé si el amor es algo, si la muerte es nada, si la lluvia es de verdad o es un salvoconducto para huir a cualquier pírdula. Ni siquiera sé si hay pírdula. Pero hasta entonces sí que habrá pasos, infinitos pasos que conduzcan mi cuerpo hasta una costa, por ejemplo, donde no distinga horizontes a lo lejos —¿ya dije que veo mal de lejos?— que alberguen cualquier cosa que pueda conocerse. No soy capaz de distinguir: todo es una mezcla, una maraña, un sentido sin sentido, sin dirección, sin intención. Sin intensidad.

Temo detenerme para siempre y echar raíces que germinen hasta una eventual floración, como de orquídea. Como también temo elevarme demasiado, alcanzar una altura irreversible que me haga superar el vértigo de la caída y confiarme en el vuelo, o en la flotación. En realidad lo que más temo es la caída, el hundimiento. También temo el silencio, todo silencio que sea mío.