jueves, 29 de mayo de 2014

ALVARESQUE: HYPNOPÉDIE.

para Álvaro,
en nuestra "herramienta de soledad".


¿Quién viene a verte siempre tan tarde?

Sé que el amanecer aún hace tundra en tus canas,
te retira las legañas del espejo para que al mirarte
a los ojos, desnudo de nombre,
por ser sábado, te toque llamarte Álvaro.

En esos ojos tuyos que la muerte no se atreva, 
ni nunca, ni más triste, ni siquiera amordazado;
te halle junto a la penumbra del postigo árabe,
respirando júbilo de jazmines,

la felina seducción de las naranjas;
pero no aún donde no puedes defenderte
porque te debes a un tiempo de corazas,
al pecado más torpe, al emplumado reptil.

Sé que aún te falta descubrir
el secreto mecanismo de las palomas.
Pues al final todo termina y empieza
en el pan: la tecnología del verbo.

En eso piensas mientras retiras de la taza
la cucharilla, bastón involuntario del recuerdo:
en el aire el café, el silencio, los amigos
que se piensan, y ocurren tras el biombo,

bajo la mesa, acurrucándose en la punta
de tus zapatos manchados de tinta,
sobre el cálido y blando motor que inflama
en tu gesto la velocidad del gusto.

Sé que te frenan la lengua algunas palabras;
que se te pierden por el pasillo juguetes que detestas.
Sin embargo hay curare en cada sílaba que dices
desde tu territorio chamán, frente a las piedras.

Ahora abres la puerta y sales.
¿Llevas cascabeles en el bolsillo?
Me gusta cómo ajustas el retrovisor,
el astrolabio del tiempo.

Siempre es un placer conducir contigo,
estés donde vayas.



miércoles, 28 de mayo de 2014

ANTOLOGÍA DE ALLÍ #2

CRÓNICA MARCIANA

Vivo en una ciudad extraterrestre, de un país extraterrestre, en un planeta extraterrestre.
Sus habitantes, todos extraterrestres, hablan en una lengua extraterrestre cosas que tienen que ver
con todo lo extraterrestre.

El clima, aquí, por supuesto, también es extraterrestre;
como lo son, además, la ceguera, la memoria y los mirlos,
esos descomunales mirlos extraterrestres.

Nuestros sobrinos, son extraterrestres. Alargan sus bracitos extraterrestres
hacia el borroso arquetipo que enuncia su futuro extraterrestre.
Plantamos niños, aquí. También...

Pero los extraterrestres tenemos nostalgia,
una descomunal nostalgia de mirlo extraterrestre,
por un pasado ya a muchos años luz de nuestros dioses.

Les erigimos monumentos extraterrestres,
monolitos macizos, catedrales de viento,
como menhires fósiles de su sombra.

El verano es extraterrestre,
con sus nubes de cloro pidiendo tormenta.
Los paraguas extraterrestres son, por tanto, los mejores.

El amor, ah sí, el amor.
También lo plantamos aquí.
Es el único narcótico terrestre

cuya posesión se penaliza.
Por eso disculpen este tono,
algo extraterrestre.

No se me permite guardarles ningún afecto
por muy extraterrestre que éste pueda llegar a ser.
Por mucha que sea la memoria que aún conserve

de exterrícola.

(De Cautiverio de escamas, de William End, 1974)

______________

MARTIAN CHRONICLE


I live in an alien town, of an alien country, in an alien planet.
Its kind, entirely alien, talks in alienish about main alien issues.

Climate, here, is also alien, of course;

as it is blindness, indeed, memory and blackbirds,
those colossal alien blackbirds.

Our nephews, they are aliens. They hold out their alien armies

towards their blurry alien-futures archetype advice.
We do plant children, here. Too...

But, we aliens feel homesick,

a colossal alien-blackbird homesick,
by cause of many light years far away from our gods.

We erected alien monuments for their sake,

solid monolytes, wind-cathedrals,
as if shadow-fossiled menhirs.

Summer is alien,

chlore-cloudy storm, whether...
Alien umbrellas are, therefore, the best.

Love, oh yes, love.

We sow it here, too.
The only penalized earthly possession.

So, sorry for this alienish tone.


I'm not allowed to be fond of you at all,

as much deep alien as it could undergo.
Much as the memory it's still retained

as an ex-earthling. 


(Scales in captivity, 1979)


Traducción: Javier Mérida.

domingo, 25 de mayo de 2014

ANTOLOGÍA DE ALLÍ #1

Después del partido el concurrido y bullicioso Estadio se sume en un murmullo cabizbajo en medio de jubilosos y afilados vítores dirigiéndose al salvaje territorio de la vía pública, la de todos ellos. En vestuario, mientras unos celebran, otros se dejan posar ante el metal rabioso que sentencia de un portazo la taquilla; una especie de quirófano en las profundidades del monstruo de la ciudad que emerge ahora hacia otra cosa, hacia otra noche larga y espesa de bocinas y bronca. A nadie le sale decir la palabra frustración sin trabársele la lengua; a nadie, sin embargo se le escapa una ejemplar muestra de dicción: oé oé oé. ¿Evohé?

En el aparcamiento, se cruza con dos tipos. Uno grande, bien puesto; el otro más bajo, aunque con tablas, por la soltura. Activa el coche y se dirige no sabe ahora por qué acaba de acelerar el paso. Abre la puerta se sienta al volante y cierra la puerta, con seguro. No hay nadie en el aparcamiento. Arranca. Se va.

Mientras coge el desvío, se le ha olvidado que la calle estaba cortada y ahora tendrá que dar un rodeo enorme para poder aparcar, al otro lado de la urbanización, con el miedo que le da caminar solo de noche. A lo lejos, supone que al otro lado de la plaza, puede que se encuentre a algún vecino paseándose un cigarro con el perro y no entiende por qué de nuevo se acelera hasta identificar la cancel de atrás, justo la que nunca toma, porque luego le queda a trasmano y, en fin, que es un engorro.

Llega ileso al portón. Empuja mientras abre la pesada puerta, sabe que la luz está a la derecha, justo al entrar, pero siempre se equivoca y mira hacia atrás y lo que ve entonces no le gusta nada: no le han seguido.


No le han seguido porque ya estaban allí, esperándole; terriblemente anticipados.

Lo que se encontró a las 6 y media doña Silvia y lo que le dejaron puesto al joven en la cara, tirado en la escalera, en medio de un charco de lágrimas y sangre, mucha; y el vientre, derramándosele.

Al día siguiente, suspendieron la exposición. La policía dio con los supuestos agresores, ahora presuntos homicidas: "Se nos cruzó", dijo uno al parecer. "Y ya está", sentenció el otro.

"Evidentemente", dijo el comisario, y añadió: "sin los empleados de seguridad, claro que hay que suspenderla".

La bala en la hierba y otros relatos, (1984), del escritor Enuf Klamper.