martes, 31 de enero de 2017

X-CRIBIR

Para qué engañarles:

Yo empecé a escribir porque quería follar. Yo también fui joven poeta que trataba de ir de Mick Jagger por la vida. Me gustaba —y aún me gusta— exhibirme en esas lides: me siento como una gran estrella del rocanrol cuando recito. Luego, como no follaba, lo seguí intentando, es decir, seguí escribiendo y recitando cada vez mejor en detrimento, claro está, de mis destrezas eróticas. Y así he seguido hasta ahora. Escribo mucho mejor de lo que follo, y también más. Gracias a no follar tanto me he hecho escritor, contra todo pronóstico. Ahora, cuando follo, cosa que pasa muy de tanto en tanto —a menudo también contra todo pronóstico—no me siento como una estrella del rocanrol, pues creo que no he follado en mi vida por lo que he escrito, sino por la persona que soy gracias al tiempo que gané escribiendo y al que perdí queriendo escribir para follar.

ESCRIBIR NADA

Aún no escribí
lo que debiera:
queda demasiado polvo
en el camino.
Pezuñas de jirafa indican,
en la hondura de sus huellas,
que las copas de los árboles
más verdes, los de hoja
más jugosa, más caduca,
durarían lo mismo que un cometa.


Verbos no me faltan.
Días menos, pero a noches
saltan del papel hacia mi rostro,
sepultan mi razón,
se ponen muy palabra,
tanto, que ladro en sueños.
Irrumpo en la dicha
taconeando torpemente
cuando a la danza un gesto
hace del lápiz violonchelo,
esa gravedad que frota
el aire, una voz con osamenta.

Qué decir, entonces.
Qué decir nada.
Qué.
Esto es lo que no me salva
de cazar colibríes,
del vino, del muerto
casi acontecido, común.
Frío como un pastel.
Ni flores siquiera
sudando en un jarrón.
Ni dientes cargando
con el peso de las sílabas.

No tengo dedos
para ganarme las letras.
No tengo yugos,
ni llagas, ni llegas.
Esto es sólo eso solo.
Un aparato más.
Un óxido en la queja.
Un lamento ávido,
una vulgar audacia
queriendo decir nada.
Queriendo hacer cielo
donde no lo hay.

Aún no escribí
lo que debiera.

Paciencia les ruego.

Después dirán.

FRÍO UMBRAL

Llegar siempre tarde al frío umbral del desencanto. Cuando la fiesta acabó hace rato. Cuando todos se han marchado a verme llegar tarde, escondidos tras la maleza. Nadie dice nada. Nadie avisa, y cuando lo hacen, sólo profieren el reproche, ese "¿lo ves?". Pues no, no lo vi. No vi más que la luz que me guió hasta ese umbral, ahora frío; hasta ese umbral donde no hay puerta, ni abierta ni cerrada; hasta ese umbral donde hay, eso sí, un enorme timbre. Y tocas, y vuelves a tocar. Pero el timbre no suena. No suena porque no hay más que un umbral, un marco, un quicio, una sensación de puerta abierta, un ánimo de cruzar hacia algún lugar donde estaría mejor que antes. Y te dices: iluso. Y te dices: imbécil. Y te repites: otra vez. Llegar siempre tarde al frío umbral del desencanto. Y darte cuenta de las pocas ganas que tienes de darte la vuelta y volver por donde viniste. Todos siguen acechando tus movimientos, tras la maleza. Esperando a que te vayas para poner la puerta, para arreglar el timbre, para seguir la fiesta a la que tú no debías llegar a tiempo. Me adentro en la maleza. Desaparezco.

viernes, 27 de enero de 2017

¡ELI, ELI!

¿A dónde me llevas, verbo?
¿A qué lugar sin geografía posible, 
a qué inimaginable territorio, 
con toda su atroz virginidad?

¿A dónde quieres llegar conmigo?
¿Qué salones debemos frecuentar
para darnos el mutuo placer
de la vibrante compañía?

¿Hacia qué estancia me conduces,
lejos de miradas imprecisas, 
lejos de tanta descuidada intimidad?
¿Cuándo quieres que te perdone?

¿A dónde me llevas, verbo?
¿Acaso piensas que en mi boca
quedan aún surcos fértiles 
para sembrar tan débil tu belleza?

¿Crees todavía que te seré fiel,
o incluso leal? ¿De qué quieres
convencerme a estas alturas
del silencio que propagas?

¿No te has dado cuenta?
Lo que pueda hacer contigo
es pura imaginación,
puede ser hasta mentira.

¡Eli, Eli!

¿Por qué no me has abandonado?

jueves, 26 de enero de 2017

1977*

Cuando a 1977 le sigan un guión y una cifra.
La cifra de un año no conocido por mí.
Detrás de mi nombre completo, entre paréntesis.
Tras un poema, o un verso,
una leve cita de aquel poeta desconocido
de quien un lector incauto hizo patria,
protestad.


Protestad enérgicamente
ante mi tumba, o ante el polvo
arremolinado;
con rabia, con ternura, con todo el recuerdo
del que seáis capaces. Con la debida nostalgia
del poeta privado que les dio ganas.

Abrid la boca y formulad la protesta
ante los gerifaltes del olvido, del descuido
de sus próceres sutiles. Ante los enciclopédicos
recopiladores de hitos universales,
decidles:

"Este poeta fue mío"

Que no me manchen con su memoria
tibia, con su media tinta.
Que no me recuerden en los tratados,
sino en la tardecita, con el café, o la copa
con la que siempre os brindé todo guiño.

Cuando no sepáis a dónde llevarme flores
sabréis que todo pistilo fue mi labio
vibrante, mi voz quejida, mi desgarbo.
Mi olor íntimo sólo sensible en el abrazo.
Mi pudor estructural. Mis suaves maneras.

Cuando a 1977 le sigan un guión y otra cifra,
desconocida aún por mí,
venid a verme a donde sea. A los lugares
donde os hice frecuentes, a donde os amé
bien fuerte, como se ama a quien se espera.
Acordaos de mi cocina, sanctasanctorum
de grandes confidencias, de gestos inusuales.
De lágrimas inscritas en lo que resulta blando,
tierno como un pan recién nacido.

Cuando sea desconocido para siempre
recordad que una vez fui vuestro.
Sencillo como una silla, terco como una piedra.
Ponedme un vaso de licor junto a los labios.
Besadme.

Sabréis donde esconderme
de todas las miradas.

miércoles, 25 de enero de 2017

CONTRATIEMPO II

Las autoridades habían cortado la avenida. La comitiva policial formada por el cuerpo de motoristas, agentes armados con escopetas, caballería, coches celulares que hacían girar la luz estroboscópica de las sirenas sin sonido, comenzó el desfile, flanqueando el gran coche, donde, a modo de vehículo papal, exhibían al asesino en serie en una cabina de cristal blindado. Los transeúntes, asombrados ante tal despliegue de solemnidad policial, nos alinéabamos en las aceras, esperando a que una vez que hubiera pasado el cortejo pudiéramos continuar con nuestros cotidianos quehaceres. El gran coche pasó por delante de mí. En la cabina blindada, un varón de unos 50 años, canoso, con gafas y cara de no haber roto un plato en su vida se hallaba sentado, encorvado y cabizbajo, fuertemente esposado de pies y manos, con el atuendo naranja típico de los convictos. Pregunté a una agente armada con una gran pistola en la mano a qué se debía tal parafernalia.

—¿No se ha enterado? Es el peligroso asesino en serie al que llaman "The Taylor" (El sastre). Lo detuvimos ayer tarde. Llevábamos meses detrás de su pista. Catorce las víctimas que se le atribuyen. ¿Que qué hacía? Secuestraba a sus víctimas, principalmente señoras de avanzada edad, y las desollaba vivas. Después les sacaba los ojos. Con la piel se hacía abrigos y con los ojos, una vez desecados a través de un complejo proceso de taxidermista, se hacía los botones de dicho de abrigo. Ahora nos lo llevamos al puerto porque el Ministerio del Interior ha fletado un barco para llevarlo al islote prisión. Va a ser el primer inquilino de la prisión de máxima seguridad allí instalada. Llevábamos tiempo esperando este momento —me dijo, ufana.

No sé si me inquietó más el paripé, la sonrisa de la agente, la solemnidad del acto, o saber que entre nostros existía tal calaña de individuos que se cruzan contigo en la frutería, y que con exacerbada amabilidad piden un kilo de naranjas a saber con qué oscuro motivo. Una vez pasó la cabalgata, crucé la calle y me metí en la librería de viejo, donde conseguí varios libros que llevaba tiempo queriendo adquirir. Entre ellos estaba "Madame Bovary" en una edición francesa del año 1926, una auténtica joya.

martes, 24 de enero de 2017

CONTRATIEMPO

Al asesino en serie le ocurrió un contratiempo. Yendo a la ferretería a por más cinta aislante, tropezó con un escalón, totalmente inesperado, y dio con su cuerpo en el asfalto. El camión de la basura, vaciado ya el contenedor donde el asesino en serie depositó los restos más recientes de su víctima, tuvo un pinchazo. Colapsó todo el tráfico de la estrecha calle del barrio. Mientras tanto, el asesino se retorcía de dolor en el suelo; tal vez una rotura de ligamentos, o un esguince. Una señora llamó a la ambulancia; una señora que no sabía que esa noche no cenaría de no haber sido porque el camión de la basura tuvo un pinchazo y su asesino en serie tropezó en la acera. La ambulancia no pudo recoger al asesino en serie porque el camión de la basura bloqueaba la calle antes de que la policía, que lo venía acechando desde hacía meses lo encontrara, retorcido de dolor. No tuvo salvación.

lunes, 23 de enero de 2017

CISTERNA

Es un coro abismal,
acuático, que se lleva
todo mi mal cuerpo.
La excrecencia de serme.
Una vorágine incauta,
una nada hacia la nada.
Una coacción, una coartada
del cuerpo que se desaloja.
Un principio de Arquímedes,
pudorosa eureka.
El maelstrom. El remolino
hacia el Averno.
El olor familiar hacia lo oscuro.
El conocimiento primordial
de lo desconocido.
La cadena, la condena,
la rutina de lo que sobra,
el abandono íntimo. Lo vulgarmente
bello.
El íntimo pacto conmigo mismo.
Lugar donde gira frenético el despojo:
compota de lo que soy.

COCA

Siga la raya blanca.
El invierno pronto
en el cerebro. El frío.
Siga la raya blanca.
Respire. Trate de no pensar
cómo lloverá luego en las encías.
La ácida lluvia en el cielo
de la boca desbocada;
en los ojos llorosos,
en la nariz húmeda.
Salte.
Siga la raya blanca.
La piel haciéndose pedazos,
copos de luz, fuego
de artificio. Mascletà
en el corazón.
Bolero de Ravel.
Mírese el sexo.
Mírese abultar
ese tembleque.
Siga la raya blanca.
Piense que es buena,
que no es cal, ni tiza,
ni ibuprofeno, ni nolotil.
Piense que es coca.
De la buena.
Plata o plomo.
Colombiana chévere.
Siga la raya blanca.
El horizonte donde
caerse de rodillas.
El abismo por detrás.
Siga la raya blanca.
Hasta que todo caiga.
Caiga.
Siga la raya blanca.
Siga la raya blanca.
Siga la raya blanca,
mírese al espejito.
Siga la raya blanca...

PRIMER ADIÓS

El primer adiós
no es como el segundo.
Menos aún como el último.

El primer adiós
se despide siempre
con mano suave,

con inseguro ademán,
sin mucha agitación
de muñeca.

No es definitivo.
Es un adiós el primer adiós
como quien sale por la puerta

y parece que entra
nuevamente,
una especie de saludo

dedicado al pasado,
y también al futuro.
Algo que no termina.

El primer adiós
es una sonrisa de bebé.
Nunca se sabe muy bien

si se ríe por algo,
o si no sabe expresar
bien la tristeza

por tamaño desencuentro.
El primer adiós
dura mucho tiempo.

El último trae brisa
repentina de portazo,
un olor a pino que golpea

la estancia, la sonrisa
del bebé que ya olvidamos.
El primer adiós

sirve tanto para un roto
como para una bienvenida.
Sirve para decir

un buen hasta pronto.

domingo, 22 de enero de 2017

POEMAS, SEXO Y ROCANROL

Para qué engañarles:

Yo empecé a escribir porque quería follar. Yo también fui joven poeta que trataba de ir de Mick Jagger por la vida. Me gustaba —y aún me gusta— exhibirme en esas lides: me siento como una gran estrella del rocanrol cuando recito. Sin embargo, como no follaba, lo seguí intentando, es decir, seguí escribiendo y recitando cada vez mejor en detrimento, claro está, de mis destrezas eróticas. Y así he seguido hasta ahora. Escribo mucho mejor de lo que follo, y también más. Gracias a no follar tanto me he hecho escritor, contra todo pronóstico. Ahora, cuando follo, cosa que pasa muy de tanto en tanto —a menudo también contra todo pronóstico— no me siento como una estrella del rocanrol, pues creo que no he follado en mi vida por lo que he escrito, sino por la persona que soy gracias al tiempo que gané escribiendo y al que perdí queriendo escribir para follar.

Proliferan últimamente por nuestras ciudades cierta cantidad de locales y espacios por los que desfilan gran cantidad de jóvenes, bien curtidos en las redes —o marañas— sociales, que hacen de su verbo y sus versos pretendidamente subversivos —dicen polla, coño, follar cada tres palabras— el instrumento perfecto mediante el cual exhibir sus egos ansiosos de veneración prójima; jóvenes —y no tanto— de una adolescencia programada que dota a nuestras letras de una nueva significación explícita que suponemos realista, confesional y descriptiva, de hazañas vitales y crónicas existenciales basadas en incursiones constantes en el inframundo urbanita. Sientan cátedra desde sus tronos dorados y adorados mediante un lenguaje ultramoderno, acorde con los tiempos críticos que nos toca vivir —a todos—, lanzándose con desmedida audacia y nada desdeñoso atrevimiento a una verborrea insolente, insufrible y a menudo insustancial. Es lo que podríamos llamar, si me lo permiten, postpoesía —es decir, poesía no, lo siguiente—, atados a la engañosa estela de todo lo que bajo el latinajo post encierra y fascina.

No seré yo quien diga qué es y no es poesía, puesto que, como ya dije anteriormente, yo también estuve y he estado ahí en numerosas ocasiones, apoyando nuevas voces, nuevos giros y nuevas maneras de entender este oficio que basa su poder, esencialmente, en la expresión de ideas, sentimientos y, sobre todo, en la búsqueda incondicional de la belleza, desde todos los prismas posibles. No obstante, me parece que esta búsqueda de la belleza, único propósito, elegible libremente, así como los recursos y los instrumentos que la imaginación nos ponga al alcance, con toda la inmensa diversidad de estímulos que la exciten, resulta en la gran mayoría de estos nuevos próceres una suerte de vocación por el mero escándalo superfluo, superficial e inmediato, basando la eficacia y la calidad del mensaje que transmiten en función de la cantidad de megusta que en sus cuentas y perfiles sean capaz de coleccionar, como pokémons, o como en los cromos de mi época vetusta y carca. En definitiva, una persecución exacerbada de un poder mediático y mediatizador de su propio culto a la persona y a la imagen, lejana a cualquier compromiso real con este oficio ancestral y, permítanme que este carca así lo diga, sagrado que es hacer y crear belleza a través del uso cuidadoso y esmerado de la palabra; único bien consustancial a nuestra especie.

De muchos serán conocidos los movimientos artísticos que ampliaron el espectro expresivo y el desarrollo que en el campo del Arte proporcionaron durante todo el siglo anterior la aparición de corrientes contraculturales o incluso antitradicionales como el dadaísmo, el surrealismo, el ultraísmo, el feísmo, el futurismo, el postmodernismo y otros tantos ismos. Movimientos todos ellos regeneradores y vigorizantes del lenguaje y la expresión artística, cuya exploración y desarrollo, con mayor o menor fortuna o trascendencia, fueron acometidos, y también —por qué no decirlo— perpetrados estrepitosamente por tantos artistas en pos de una reivindicación sociocultural con arreglo a las circunstancias del momento, con ánimo siempre crítico o hasta evasivo en toda su hondura.

Correlativamente, en otros ámbitos artísticos, quizás más abocados a lo políticamente incorrecto —si es que a estas alturas cualquier cosa política no apesta a incorrección—, tanto el punk, el movimiento hippie, la new-age, y otros muchos, supusieron, desde el punto de vista de la cultura como vehículo de cohesión social —con sus cultivadores y sus perseguidores— una referencia indiscutible a la hora de tomar posiciones y establecer compromisos ideológicos y bases sólidas para la construcción del imaginario, del deseo y de las aspiraciones de las diferentes sociedades en que éstas tuvieron cabida. Bien es cierto que siempre es necesario un revulsivo, un traqueteo en las bases del andamio sobre el que se construye toda la mentira que nos toca confundir hoy con el absolutismo de la Verdad.

Ahora todo es para ya. Si no te ven, si no te exhibes, no existes. Porque ahora, en vez de que la obra sea el objeto de veneración, lo es el autor, o la autora, por encima de lo que pueda suponer en valor artístico el objeto de veneración. La obra se confunde con el autor, es decir, el autor se convierte en marca comercial, en hashtag, en trending-topic, esto es, la personalidad del artífice se construye a través de la obra y viceversa; la obra y el autor son indivisibles puesto que se han convertido en el mismo objeto de consumo. Muerto el perro, se acabó la rabia. Por tanto, a menor virulencia de la rabia, menor la ferocidad del perro. Los poetas exhiben sus tatuajes tribales, sus rayas de tigre, sus pinturas de batalla, mientras que sus palabras sólo sirven al efecto de perpetuar la imagen de quien las proyecta, es decir, todo queda en la epidermis, todo es un trampantojo en la retina. Nada conmueve, sólo pone. Si no pones no follas, si no follas, no eres nadie. Bienvenidos al bucle.

También resulta patético ver cómo muchos viejos y viejas poetas se acercan a estos aquelarres, a estas orgiásticas reuniones con intención de pillar cacho con jovencitos o jovencitas cañeros, plegándose a una protésica expresión afín para no sentirse “fuera de onda”. Lo confieso, yo he merodeado en esas turbiedades, pero les garantizo que nunca se sale indemne. Es más, probablemente sucumbamos al morbo que despliegan estos hipersexualizados autores, como nostalgia de aquellas oscuras fantasías que nunca pudimos conseguir a través de nuestras primigenias y espúreas basurillas lacrimógenas con las que pretendíamos dárnoslas de malditos, porque molaba ir de triste y de destroyer por la vida. El problema reside en que cuando uno desiste, tal vez por pudor, o por decencia; cuando uno se da cuenta de que todo ese meollo no conduce más que al estrepitoso fracaso, es cuando se empieza a vislumbrar la luz al fondo del pasillo.

De entre todas esas voces y autores hay muy pocos que merezcan mi respeto, sobre todo porque, una vez tomado el contacto, cautamente, se revelan como personalidades de un profundo calado artístico que fascina y perturba; comprende uno que sus tiempos no son nuestros tiempos, que la dirección de su verbo no es la nuestra, pero que el fondo comprometido que nace con cada chispazo de otros, en éstos se hace llama constante, una llama que permea todo lo que hacen y son, como autores, como personalidades. Dejan de ser una marca, aunque su aspecto externo nos recuerden los salvajes años del rocanrol, donde todo eran correrías interminables, juergas y jergas, sexo, drogas, rocanrol.

Nunca me resultó admirable lo masivo, sino lo puramente salvaje que en cada ser humano que he conocido ha permitido a mi instinto disfrutar de la íntima belleza carente de inocencia; la belleza basada en el contacto carnal de la palabra; sólo cuando el verbo se hace carne, el ser humano existe. Cuando el ser humano sólo se hace carne sirviéndose del verbo, estamos ante una pornográfica pulsión de consumo irredento e inmediato que caerá en el olvido más desolador. Cuántos de todos ellos lo saben sólo lo dará la franqueza con la que conjuguen en su idioma propio, único, el verbo que remita a la más pura belleza de sus vidas, sin parapetos. Sin la inhibida impostura de los que dicen ser lo que son, sin serlo, pervirtiendo la natural desinhibición de quien se ha comprometido por fin con la belleza.

martes, 17 de enero de 2017

PUTA

Llamarme puta
mientras me amas.
Como si un quiste
en tu alma sucia.

Llamarme puta,
cuando soy puta,
tu puta y no me pagas.
No me pegas, no te valgo.

Llamarme puta
y dejarte todo ser maligno
en la mesilla, metálico.
Tu placer, reventarme.

Llamarme puta
cuando quieras,
y no puedes porque
más puta que yo no hay.

Llamarme puta
y risa es tu corbata,
cuando me atas a la cama
y me haces más puta, tu puta.

Llamarme puta
a manos llenas
a cada pollazo que gimo
para que te creas grande.

Llamarme puta,
y qué quieres,
sólo dame eso que falta
antes de hablar.

Llamarme puta
es tu misión.
Hacerte hombre,
correrme en tu boca.

YÉRGUETE

Yérguete.
Nímbame toda sal.
Hiriérasme lo pobre,
lo caduco simple,
lo que es pasmo.
Lo sí.


Exponme
al aire súbito,
al minucioso céfiro,
al hondo seísmo.
Cáusame perdón.
Grito. Sésamo.

Fállame
si grieta abajo
nada aquieta.
Fóllame
mal. Ni siquiera
me quieras.

Tímame.
Haz como el mar
cuando se para.
Cuando castillo
me rompas de arena
con tus pies, cuervos.

Horádame
la fuerza, la tez
cóncava tristeza.
Ojos sacan lágrima;
exprimidor de luz.
De agua.

Gástame
cada mala broma.
Gírate a mí.
De tu espalda sacaré
lo frágil, la musa.
Nada que sea eso.

Tenme.
No me sueltes.
Quítame la cara.
Es que no hay rostro
para pronunciarte
cielo o coño.

Te mataré.
Sólo un día más.
Dame polvo.
Ganarás tiempo.
Sólo así, herido,
gozarás mi odio.

sábado, 14 de enero de 2017

BENNY

Flotando en esa firme ligereza de halcón prudente, el aire y la presencia hacen de este ser humano una compañía siempre favorable. Esconde en su lozana osamenta una persona que casi es búho; intenso voyeur, rapaz de ideas al vuelo, con las que construye un nido noble, duradero, propicio para que todo guarezca. Su desgarbado atletismo, propio de complexiones forjadas en extensas llanuras y linajes extremos, invoca a una tierna elegancia, a un espacio de cómoda privacidad, a corta distancia de lo atrozmente sutil, de lo íntimo y complejo, de la cómplice desdicha. Él es la pregunta que te hace el abismo. El vocacional espía-mayordomo de nuestras vidas. El amable registrador. El cronista que desata la penumbra. La encarnación de la curiosidad. La esencia del gato.

miércoles, 4 de enero de 2017

JMR

Nací hombre. No varón, ni macho.
Nací hijo. No padre, ni patriarca.
Nací niño, soltero, amado;
ni dominante, ni dominado.
Nací persona. Humano.
Nací digno. Con sexo,
como todas las personas,
entre las piernas —en mi caso
colgando—.
Nunca tuve balón, tuve coches,
clicks, legos, puzzles y libros.
Jugué con muñecas, con videojuegos,
canté, toqué el órgano y el piano.
Leí; aprendí idiomas.
Tuve abuela y abuelo, tengo madre y padre;
tuve novias, novietas, rollos.
Tuve sexo bueno, malo.
Fui feliz con personas,
también infeliz. Pero fui.
Y soy.
Nací alguien, con esta forma,
con esta mente.
Nací honestamente.
Discreto.
Luego me hice pasión,
miedo, entusiasmo. Conmoción.
Nací ya siendo hermano.
Rosado. Frágil, no débil
—no es lo mismo—.
Nací en este mundo,
en este planeta. Un día
hace casi 40 años.
Nací falible, no fallido.
Nací como nacimos,
por el mismo sitio.
Hay quien me acusó
de mis errores.
Hay quien me señaló
mis fracasos.
Hay quien también
celebró mis éxitos,
virtudes, logros.
Nací sin opinión,
sin opciones,
sin decidir haber nacido.
Pero nací,
aun así.
Aun así nací.
Me mezclé con gente
que también nació, un día,
en este mundo, en este planeta.
Crecí.


No me he reproducido.
No me he multiplicado,
no nací pan, ni pez.
No fui un milagro.
No fui un portento.
Nací humano. Con carne,
con huesos.
Sin conciencia de la carne
sin conciencia de los huesos.
Nací bizco, luego me operaron.
Y empecé a ver el mundo,
el planeta en el que me dejaron.
Fui educado en la amabilidad,
en el respeto, en lo sensible.
No fui adoctrinado.
Por ninguna fe,
por ningún rol.

He sido actor, poeta,
cantante, intérprete.
Toco la guitarra, el piano.
Sé cocinar para sobrevivir.
Sé fregar los platos, poner lavadoras,
cambiar bombillas, coserme botones.
Soy bueno, también malo
—no perverso ni malvado—
Soy travieso, alegre,
amigo. Soy triste, soy soberbio,
aburrido, cauto, tímido.
Soy complicado, me dicen.

Soy Javier.
Otro de tantos.

Aquí estoy.
Perdón.
Gracias.

martes, 3 de enero de 2017

POEMA RENCOROSO

Vale, vale...

Así te entre dislexia
cuando vuelvas a leerte
esa mierda.


Así te dé un picor
en los ojos y te rasques
hasta desprenderte las retinas.

Así te entren mareos,
náuseas, vómitos
cada vez que te emociones

con esos versos envenenados
de amorcitos cursileros,
de facilones efectismos.

Mira que mirarme por encima
del título, con ese desdén,
perdonándome la poesía...

Así te salgan bichos
por la boca cada vez
que leas en voz alta.

Así te caiga encima
todo el peso de la Literatura
y te aplaste contra toda la belleza.

Así te estallen en la cara,
en esa estúpida cara,
todos los juegos de artificio

con los que te obnubilas
—¿sabes acaso qué quiere decir
esa palabra?—

Vale, vale...

No pienso significar nada
nunca más para ti.

Tú te lo pierdes,
idiota.

lunes, 2 de enero de 2017

SEÑORÍA (APOLOGÍA PARA UN ÁLVARO)

Con la venia, señoría, con la hinchada venia de otorgarte el silencio, deseo que me escuches sonar a pecho, al fondo viniendo del claustro con caracoles en los huesos, silbando como una tetera —alarma de amanecer. Esto que oyes es la costa, esto la prisa, esto, no sé. En mi defensa no pastan los caballos, no tengo derecho a declararte sola en la llanura, ni vientre, ni tormenta. Ni indicios de naranjos en tu nombre que deshagan la siega, el trigo vuelva a emerger de tu lado, como las olas al mío. Que en tu descargo te otorguen las sirenas mi silencio.

YA SON AÑOS

Las madres son las únicas personas capaces de detener nuestro proceso de envejecimiento. Nos miran a través de sus años, de sus 13 años con los que sus madres las dejaron para siempre, detenidas, en esa adulta niñez que ahora nos otorgan, dándoles igual cuántas velas haya que comprar para celebrarlo. A los 31, utilizaron las mismas que a los 13 en nuestra tarta.

A los 40 es imposible llenar el pastel de tanta llama, a riesgo de que la cera se derrita odiosamente sobre su superficie. Por eso buscarán entre las cajas la de nuestros 4 años y sólo comprarán el 0 de cera (o tal vez encuentren en esa misma caja la del 0 de nuestros 10, 20 o 30), para ponerla al lado. A partir de los 13 es cuando se empiezan sólo a soplar dos velas, con su explícita cifra, contundente, llameante sobre el centro de la mesa. Ese es el momento en que dejamos de envejecer: cuando ya sólo soplamos dos velas, dos cifras. Desde ese momento, las velas se guardan con celo para poderse ir combinando entre sí cada 365 días después de ese día.

No se cumplen años. Se cumple con los años. Se cumple el compromiso de mantenernos en nuestros 13, con algún añadido de experiencias propias de edades que no nos corresponden y de las que poco a poco más bien poco o nada aprenderemos. Los años no cumplen con nosotros ni por nosotros, les da igual cumplirnos; es la verdad. También es verdad que nuestro cuerpo adquiere peso con los años; lo adquiere con los hábitos continuados de la propia vida. El simple hábito de seguir viviendo. Cierto es que ya no nos entretenemos con el mismo entusiasmo, ni con las mismas cosas. Ahora se nos supone adultos: eternos adolescentes desmedidos, pavos sin edad: eternos y trágicos.

A mis 13 años me siento como un niño que juega a cumplir 40. Y yo, a esta edad, me limito a cumplir con la vida.

Las madres son las únicas personas capaces de detener nuestro proceso de envejecimiento.