martes, 26 de febrero de 2019

LO QUE DEL MAR HABLAMOS

Lo que del mar hablamos
permanece jugo,
aún la tarde molusca, bivalva;
cartagineses flotando
bajo crepúsculo,
hacia todo naufragar.


Lo que del mar hacemos
es hueco manso, gesta,
legendaria la lujuria
memorable después.
Conocer la pesca.
Bullicio en lonja.

POEMA DE AÑO NUEVO 2019

Rompen a oírse los mirlos.
Han regresado de su lejano
letargo; se han hecho con el dominio
de los laureles cansados. Eunucos
fieles y devotos del decadente
imperio de las ramblas.


Mis amigos duermen en mi cama.
Ya se han hecho dueños de mis sábanas.
Yo les honro escribiéndoles, rememorándoles;
incluso a los que se marchan al fin
de todo silencio.

Rompen a oírse los amigos, ascensor abajo,
como mirlos que preparan un nido
por toda la avenida, para acogerse
al beneficio del asombro de lo que suponga regresar.

Complicidad de buenos pasos hacia casa: ¡pírdula!

Mis amigos duermen en mi cama.
Debo cuidarles el descanso.

MICROPOEMA #4

Por si llegas
he dejado el tiempo
en la maceta de la entrada.
Sabrás qué llave es
por su olor.

HAIKU LI-PO

Abierto el vino
acude una polilla;
algo le atrae.

POEMA RIDÍCULO

En este poema cabe todo.
Hasta la nada cabe en él.
Todo, de tanto hacerse todo,
se deshizo; se fue meciendo apenas
hacia el patio tranquilo,
nido del océano.
Ojal huérfano a lo alto,
adherencia vúlvea a la noche,
por donde una recua de camellos
galopó contra espanto de titanes,
sacudida de cadenas el desierto.
Este no es el poema
único. Definitivo. Primordial.
Fundador de comitivas; germinador
de adeptos; locuaz, ni siquiera.
Este no es ese poema.
Ni quiere serlo. Se moja los pies
por donde pisa. Se exhibe, allá él
su escaparate, apresuradamente.
Frena todo lirismo. Cae rodando
por la sustancia incombustible
de no decir nada. Bagatela lúdica.
Aquí no se encuentra, está reunido.
Por el hecho de un mínimo gesto
al término de este momento

este es un poema ridículo.

AN(IM)ALOGÍAS 6

El sacacorchos es el papagayo de las aves.

HIPERPERSONAS

Somos egos. Quien lo niegue sabe que miente. Miente a sabiendas de que los actos, al igual que las palabras, no garantizan nada ni a nadie.

La opinión es libre, el juicio no. El juicio ni es justo ni es libre nunca. El juicio es injusto porque se basa en una ley escrita, estricta, y ya he dicho que ni las palabras, ni los actos son garantía de nada, no pertenecen a nadie. Por tanto, lo que yo diga, no debe ser tenido en cuenta. Incluso lo que no decimos o no hacemos es utilizado en nuestra contra; también hay culpables por omisión. Por omisión de auxilio, por omisión de conciencia; por omisión, en general, también. Somos culpables por pensar, por no pensar, por pensar mal, por no saber, ni siquiera, pensar. El pensamiento, como la opinión, es libre, tanto que sin pensamiento, como dice el tango, se puede andar, tranquilamente, después de sufrir, de amar y de partir. El pensamiento es el refugio, la casa de la opinión adonde acudimos maltrechos, a consolarnos, a lamernos las heridas mutuamente, para aliviarnos ese dolor, ese pudor que debemos sentir por ser quienes somos.

No hay malas ni buenas personas. Hay personas. Hacemos cosas, condicionados por lo que otras personas hacen, dicen y piensan. Cuantas más personas hagan, digan y piensen, mayor es la catástrofe. Nos hacemos daño, nos damos placer. La hospitalidad es una manera refinada de ejercer la autocomplacencia; piénsenlo. La generosidad parte de un leve deseo de retribución, aromatizado con la paciencia, raíz de todo resentimiento, es decir, lo que se vuelve a sentir, a revisar, a examinar, a juzgar.

Mi opinión es libre. Mi juicio no. Menos aún mi prejuicio, inherente a toda persona que piensa, siente, dice y teme. Vivir no es lo normal. Vivir es lo anómalo. Es resistirse ante la desaparición. El prejuicio es un mecanismo de supervivencia, una forma de trinchera desde donde arrojar piedras sin que las manos se vean.

Pero somos ego, lo único que nos mantiene vivos, porque deseamos asistir, no lo nieguen —quien lo niegue miente— a la destrucción, pero siempre desde la barrera, procurando que no nos afecte, de todo lo que no tenga que ver con nosotros.

Todo nos afecta, y gracias a eso, nos apostamos en las atalayas como francotiradores dispuestos a reventar de un disparo la paz interna que nos brinda la confusión. Nos da vergüenza equivocarnos porque está mal visto. Por eso es bueno pedir perdón, aceptar disculpas, condescender. Porque lo aleatorio, lo fortuito es un defecto. Todo lo que no se controla es semilla de miedo. El miedo. El miedo a que nos maten y a ser capaces de matar. El miedo a ofender y a que nos ofendan. El miedo a sentir y a que nos sientan. El miedo a no ser, y a que no nos sean.

A nadie le amarga un dulce ni una palmadita en la espalda, tampoco una caricia. Pero ese dulce, esa palmadita, esa caricia viene siempre con cláusula de retribución. Decir que no es un privilegio. Decir que sí es un atrevimiento. No decir nada es, simplemente, atroz.

La opinión es libre, no pública, ojo. La opinión pública es una obscenidad, una perversión de la libertad. Un allanamiento, una invasión de la casa del pensamiento. Una violación de la hiperpersona que está por encima de todo eso. Un ultraje perverso a la impureza.

ARTE COMPROMETIDO

El adjetivo sobra. Está de más. La necesidad —odiosa, en mi opinión— de especificar la existencia de un tipo de arte llamado comprometido es síntoma grave y revelador de una estructura de pensamiento que aboca a calificar como "comprometido" todo aquello que airee la vergüenza de nuestra fallida condición como sociedad.

El arte es en sí mismo un compromiso con la imaginación, con la capacidad y la libre disposición de las ideas; admite por sí mismo un compromiso con la comunicación de ideas, las que sean, que apunten a cualquier capacidad humana de mostrar nuestra naturaleza como individuos, unidades mímimas de civilización; supone o más bien presupone —cuando no impone— una capacidad crítica que reconstruya o diverja de la común raigambre de todo lo que se establece como canon, como norma, como apropiado. El arte tibio no es arte. Es mero entretenimiento. No invalida una manifestación humana necesaria, vinculada al instinto del juego a lo lúdico como manera de relación entre individuos, o a la satisfacción inmediata de una pulsión de escape de toda rutina que nos damos, o nos permitimos para una convivencia eficaz, lo cual es una utopía.

Si por arte comprometido ha de entenderse toda manifestación cultural individual que entraña consecuencias en lo colectivo, no siempre agradables para quienes lo practican para su encaje en la sociedad, entonces estamos incurriendo en un error terrible al pensar que lo cómodo, lo que nos acaricia, lo placentero es equiparable a la felicidad. El arte es una interferencia, un palo en la rueda, una zancadilla inesperada en el camino habitual. El arte es un escándalo. Siempre es materia sospechosa. En su nombre y por su causa han muerto seres humanos que han pasado por este mundo intentando explicarse desde el libre ejercicio del inconformismo la razón de estar y ser en este mundo tan maravillosamente diverso, y por ello inconsistente y asistemático.

Sólo entiendo una forma de arte: aquella que lleva a la conmoción, a la transformación, a la revelación a través de cualquiera de las diferentes técnicas que éste nos ofrece y de cuyas capacidades nos podemos servir para colarnos por las grietas del sistema, para atravesar el muro que se erige ante toda cosa que nos perturba, tras el cual otro mundo existe no revelado. No creo en el arte dirigido. Ni en las modas. Ni en los clichés. Creo en el arte que se refiere a cada cosa que nos atraviesa, sin aspavientos, sin dramas, tan sólo ese arte que nos recuerda la naturaleza frágil y falible de nuestra propia condición humana, con sus glorias y sus infiernos. El arte como espejo de lo que somos, y también de lo que deseamos ser; como motor de nuestra conciencia más profunda, de nuestros oscuros recovecos. El arte no es una exhibición de habilidades, no es una olimpíada. No es una competición. El único mérito que posee es dotar a nuestra desesperanza de un sentido, aunque éste se nos muestre incómodo, incluso placentero.

El arte cumple la función de esa llaga que pellizcamos, esa herida que no termina de curarse y que nos recuerda la inútil persecución de nuestras metas, que en realidad, son las metas de otros. Una vez leí del escritor Raúl Antelo, "la poesía nos brinda una actitud frente al desastre". Entiendo que es una herramienta, pues, imprescindible para seguir cuestionándonos la realidad que está en cada cual.
No confío en un arte que genere víctimas. No me amedrentan, por otro lado, los verdugos que las provocan. Tampoco creo en un arte complaciente. El arte es el único espacio común legitimado para desobedecer.

HAIKU PENUMBRA

En la penumbra
se golpea, frenética,
la mariposa.

SIN TÍTULO II

Trepa hasta mi ahogo,
donde la marea deje huérfanos
flotando en mis mejillas;
hijos indefensos,
sal al madrugar sobre la sábana.

Quede entre tus piernas
mi salmuera; el anhelo presuroso
que enrojece mis muslos;
tuya la cabalgadura exhausta,
cera derramándose vela

de vaciarse de sol la madrugada,
córneas que arden aún
en el centro del gemido,
fuego que se apaga a tientas,
mientras nos lo perdonamos todo.

Hay un lugar entre nosotros sin mapa:
un dormitorio agreste. Fieras
que acechan bajo las sábanas;
surgiendo entre gotas de sudor,
una fraternidad de hienas.

Desayunarnos de frutas indecentes;
recrearnos en las curvas de las peras,
en el jugo de los mangos;
besarnos pegajosos de rabia enternecida.
Ahora duermes. Hueles a este día.

BROTE #8

El poema más pequeño del mundo
comienza al pie de una escalera.

SIN TÍTULO

Labio.
Solo el labio.
Vibrando al beso ese de nadie.
Mascullar que palpita, barajando nombres
que podrían haber sido besados
con toda fruición de selva.


Palpas muslo y dices:
—Todo lo que abarca mi mano
es ahora obsceno—.

Aquí languidece la mañana.
Cae todo hacia el umbral
de lo que nos dicta el cansancio.

Arrojados al río,
pronto saldremos a flote.

Inertes.