jueves, 29 de diciembre de 2016

MERA INFORMACIÓN

Quiero que sepas que mi fondo está lleno de las piedras que lancé desde la orilla. Por eso siempre harás pie. Por eso nunca te hundirás lo suficiente como para ahogarte. Así que no temas. No hago ningún mal ahora retirándolas una a una de ese fondo. Sólo que la arena que hay debajo queda más abajo y hay que sumergirse un poco más para que tus pies se alivien de tanta llaga.

Quiero que sepas que te amé en la sombra, y en la luz, en la más despiadada cobardía, en la cruel ternura. En la estupidez y en el inocente embeleso con que el atardecer me soprendía, buscándote en cada renglón de las olas. Que desde que se pronuncia tu nombre en mi boca todo gira alrededor de una sola sílaba. Todo crece sin control por el suelo fértil que abunda en mi recuerdo.

Quiero que sepas que, a pesar de todo, todo sigue pesando igual que lo que flota. Que a las andadas se vuelve caminando por el mismo sendero, al mismo tiempo, estando o no aquí, siendo o no ahora. Por eso, cada vez que me piensas, todo lo que temes es vapor que luego se hace nube, esa que más tarde llueve sobre ti; la misma que me llovió hace tanto.

Quiero que sepas que no llevo paraguas, ni calzoncillos. Quiero que sepas que me veo en bragas, en las tuyas, cuando tiemblas de frío y no existe. Ese frío que te hacen ver. Que la voluntad hace más que la intención, que la belleza es más poderosa que el amor.

Quiero que sepas que no me amas.

lunes, 26 de diciembre de 2016

URGENCIA

Urjo.
Se me requiere ya.
En todo instante pasajero.
Me desea la prisa.
Soy siempre para ayer,
acumulándome
sobre el escritorio.
La alarma sudando fría,
espalda abajo.
Ahora o nunca.
Inmediatamente.


Pero mi alma
es perezosa.
Tarda en recorrer
pasillos. En levantarse
de la cama.
Padezco de lentitud.
Soy experto cuidador
de musarañas.
Minucioso cartógrafo
de los cerros de Úbeda;
oriundo de Inopia.

Dejo que se me olviden
los sueños; que se me duerma
la memoria. Me despreocupo
demasiado del encanto.
Los asuntos pasan por mí
como una bicicleta solitaria.
Merodeo. Me despisto.
El tiempo está enfadado conmigo.
Ya no me hablo con él.
No me perdona haberlo perdido.
Él sabrá.

domingo, 25 de diciembre de 2016

POR SI REQUIEM

Puede que pase
ese día que un muerto
como yo, engalanado
de guirnaldas, apague
el color de las caléndulas.

Que os dibuje de pronto
en la sonrisa una distancia,
un llanto amarillo
como de cúrcuma,
un recuerdo en salmuera.

Atravesará vuestra memoria
una bandada silenciosa
de gaviotas calladas. Solemnes.
Un cardumen de auroras desoladas.
Una constelación maltrecha, un canto.

Puede que pase
ese día luminoso, un breve séquito
de figuras deshojadas, arrastrando
un asombro quejumbroso,
una sazón abandonada.

Contarán vuestros dedos
las veces que fingimos
estar al lado de las sombras.
Las ventanas desde donde
un gato maulló en mi idioma.

Gemirán las piedras,
Temblarán los portales
como a punto de llorar.
Pero no será ese día pronto.
Tacharé las fechas más probables.

Puede que pase
ese día que entre el sueño
una campana
os anuncie que mi vida
ya no es tanta, ni tan hombre.

Que lo que estaba por venir
no vino más. Que lo que había
ya no sangra. Que lo de mi nombre
es puro trámite para el olvido.
Que lo que soy es calma ya.

Puede que pase
ese día un día.
Y un cisne. Y una cabra.
Y un árbol derrámandose
en toda la hojarasca.

martes, 20 de diciembre de 2016

CARA

Qué cara tienes
en la espalda.
Con qué ojos
me miran tus vértebras.
Qué espalda tienes
en los ojos.
Con qué espalda
me vertebra tu cara.
Con qué cara.
Qué cara.

VALOR

Me vales.
Me vales así.
No es que me hagas falta.
Tan sólo me vales.
Sólo porque vales
me vales. Me haces valer.
Por valor.
No por valentía.
Me vales.
Así.

sábado, 10 de diciembre de 2016

XILÓIATRA

Quien cura la madera.
Quien vela celosamente
el gemido sordo de las vetas,
el lamento de la savia, la humedad
de la corteza.


Quien conoce los secretos
de la poda. Quien conoce el cuidado
primordial de las raíces. De la firmeza,
del silencio.
Saluda cada floración,
ampara toda madurez de fruto.

Quien cobija al árbol.

viernes, 9 de diciembre de 2016

POEMA PELMA

Otra vez por aquí...
Incansable.
No hay festín o antología
en que no se deje ver.
Siempre con ese aspecto,
de poema serio;
con esa odiosa verborrea
automática. Con ese impostado
surrealismo en sus formas;
con esa cursilería abominable
en su fondo.


Como cruce sus versos
con tus ojos, se acabó:
irá a por ti. Y no te dejará.

No te dejará salvo que cierres
el libro o arranques las páginas
—siempre se extiende, como virus,
por más de tres o cuatro, con suerte—.

A mí me tocó uno cerca
de mi página.

Terminé por volverme
surrealista.

jueves, 8 de diciembre de 2016

HARD

Que te quite el sueño.
Que me pidas todo lo de mí.
Que al alzar mi cuerpo sobre
lo que pronuncias, obscena,
se haga verdad lo que deseas.
Que seamos responsables, no culpables,
de lo que nos nazca en el temblor.
Sacarnos lo que sobra
en el momento preciso,
desde el desdén. Desde
lo que nos hace piedra.
Desde este salvaje verso,
tan verde que se crece en musgo.
Que te empotre. Que los vecinos.
Que se le pongan herraduras
a tu nombre. Bridas.
Caballo largo.
Ladrar es en este momento
causa. Dialecto cóncavo.
Relincho
de lo que nos es hocico;
de lo que nos hacemos sin medida.
De lo que nos pesa. Del tambaleo
hacia el baño. Del estar
casi muertos. De habérnoslo llovido
todo
dentro.

DISTANCIA

Permanece a lo lejos
lo que no estoy al alcance.
La obviedad. Lo normal.
¿Para qué cuestiono todo eso?
Que se me acerquen es verbo en tiempo
improbable. Tesoro en sorpresa.
Casa en luz. Ya me pondrán
al día. En promesa.
Lo que no se me da no existe.
No me come ni el óxido.
Me entretengo en mis libros.
Sé que les jode
que no esté.
Allá ustedes.
Aquí yo.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

DURMIENTES

Me soplas en las palmas de las manos
mientras dormimos.
Tu aliento es viento del desierto,
hormigueo que gime y se desvela
—duna avanzando lenta por mi rostro—.
Te vuelves; me das la espalda, y tu cuello;
tu nuca describe una geografía muda,
un silencio que busca guarecerse
en mis costillas. Caricia frágil, difusa.
Olor de rocas pulverizándose
mientras respiras. Tierno sucederse
de las horas. Breve escalofrío iluminado;
breve tu espalda, acoplada en el espacio
que mis labios besan, dormidos.
Sobresalto en mis ramas; sombra fresca.
La noche se cansa entre nosotros.
De tus pies germina el frío que acojo
entre mis corvas.
Sólo entonces cae el amor
hacia la calma.

martes, 6 de diciembre de 2016

IN VINO VERITAS

Todo este tiempo les he estado escribiendo en calzoncillos. Sin que ustedes se den cuenta. No me visto de domingo para escribir. A veces desnudo, con la polla fáccida sobre la tela de la silla, como un apéndice más; como escribir con una verruga, un herpes, o un bostezo. Como escribir triste un poema alegre. Nunca escribo dormido, sin embargo. Me resulta imposible escribir soñando. No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo. Borracho, sí. Borracho sí que les escribo. Sobrio también, que conste. Les escribo fumando. Tengo la habilidad de escribir con un solo dedo. Practico una mecanografía manca, de mutilado por los vicios. Llega uno a hacerse experto, créanme. Les escribo cansado. Sin ganas de escribir, pero yo les escribo. Cosas. Dramas de poetas que sólo se fijan en la forma de los charcos después de llover, salvado de la lluvia. No se puede escribir bajo la lluvia, la tinta se corre, el papel se reblandece. Nunca llevo bolígrafo, ni bloc de notas. Les escribo cuando llego. Cuando he dejado las llaves no sé dónde. Cuando me quito el disfraz. Después de todo. En diferido, como un gol repetido desde muchos ángulos de cámara. Les escribo cuando no debiera. Cuando tendría que estar en la cama, durmiendo. Pero, insisto, no se puede escribir soñando. En el supermercado, no les escribo. No les escribo en el trabajo. Les escribo en calzoncillos. Cuando hace frío, en pijama. No resulto nada sexy escribiendo, no escribo con voz en off. Eso es mentira. Se escribe como un polvo a salto de mata. Cuando no me ve nadie. Por la noche. De madrugada. Mientras vigilo las tostadas. Les escribo mirándome al espejo. Sacándome los zapatos. Canturreando por la casa, les escribo. Cosas. Les escribo. A lo mejor no pienso en ustedes cuando escribo. Es probable que no piense en nadie cuando escribo. No sé por qué escribo. Pero escribo. En calzoncillos. Con las piernas cruzadas. Con olor a pies, les escribo. Con mi mal aliento. Serio. No sonrío cuando escribo. No hay amabilidad, ni cortesía. No hay complacencia. Sólo escribo. Y miro lo que escribo. Leo lo que escribo. Me recreo. Como si me lo escribiera otro. Me encantaría saber que me leen en calzoncillos. En bragas. Sin calzoncillos, sin bragas. Sólo porque les escribo. No por otra cosa. Cosas, les escribo. Yo sólo escribo. De verdad, no por otra cosa, sino sólo porque no sé hacer bien otra cosa. Bueno, sí. Sé hacer arroz blanco. Pero mientras hago arroz blanco, no les escribo. Como cuando busco las llaves frenéticamente por toda la casa. Como cuando cojo el ascensor. Escribir en un ascensor es de enfermos, es imposible, no da tiempo. Nadie escribe así. Yo, por lo menos, les escribo en calzoncillos. Y lo digo. Y lo escribo. Me gusta escribirles. Me da igual si me leen, de verdad. No se sientan obligados.

sábado, 3 de diciembre de 2016

MILAGROS

Yo sé multiplicar los trenes
que dejo pasar;
las veces que me acobardo
al mirar la luna, cabizbajo,
sabiendo que no será mía.

Yo sé resucitar a los vivos,
rescatar de su sueño eterno
a las medusas. Sacar oro
de la oscuridad. Hacer la luz
y que se haga sombra.

Yo sé cantar sin mover los labios,
mover el amor hacia el deseo,
el deseo hacia el delirio,
el delirio hacia la calma,
hacer desaparecer la calma.

Yo sé decir palabras que no hieren
para cortar la respiración,
para asfixiar todo el aliento
que luego me regresa,
sé cómo, cuándo y desde dónde.

Yo sé llorar por nada.
Sé cocinar exquisitos cadáveres.
Subirme por las paredes,
atravesarlas; sé asustar a los fantasmas,
estremecerse a los muertos.

Yo sé volar bajito,
columpiarme en el vértigo,
quedarme quieto en la marea.
Sé dejar de amar.
Ser indestructible.

Yo sé caminar deprisa
con unos pocos pasos;
aconsejar a las almohadas,
evitar que el tiempo borre
lo indeleble. Escribir mal.

Yo sé cuidar de las heridas,
dibujar luciérnagas, conciliar
pesadillas. Sé cargar maletas,
anclarme al vacío, oscilar.
Sacarme de aquí.

Yo sé cosas
que a nadie le interesan.
Ese es mi poder.
Mi virtud.
Yo sé hacer milagros.

viernes, 2 de diciembre de 2016

MUERTO EL COMANDANTE, SE ACABÓ LA TROVA

No pensaba pronunciarme acerca de la devocional manera en que muchos entusiastas han lamentado la muerte de Fidel Castro. Máxime, porque cada vez más, el homenaje hacia los ídolos de masas, ya pertenezcan al mundo del arte, del conocimiento, de la política, de la sociedad, me van pareciendo con el tiempo un acto de exhibicionismo sentimental que en poco o nada remite a la verdadera dimensión de compromiso real que esos personajes homenajeados tuvieron con respecto a quien los homenajea.

No me caía bien Fidel Castro, me parecía un personaje ciertamente siniestro. No por una cuestión de ideología, pues siempre he sido militante de la simplicidad y la sensatez, del respeto y la concordia, de lo que la naturaleza humana puede dar y no arrebatar, sin adscribirme a pies juntillas, ni a renglón estricto a una confesión o fe determinada. Fidel Castro, desde la simpleza y la sensatez, era tan dictador y tirano como lo fueron Mao, Stalin, Pol Pot, Ceaușescu, Kim Il Sung, Hitler, Mussolini, Batista, Pinochet, Videla, Stroessner, Franco o Salazar. Personajes que en su fuero interno lo único que demostraron fue una absoluta devoción por el poder. Por su poder. Por la enorme lascivia del poder exterminador de los otros. Che Guevara, esa figura pop que tantos recuerdan por la famosa foto, demasiado positivada, mató personas, del mismo modo que él también fue matado, o quitado de en medio, por su fiel "compañero" Fidel Castro. La contradicción es perdonable hasta cierto punto, sólo cuando entra en contacto con la amable paradoja. En realidad, la contradicción en sí no tiene importancia, todos lo somos en función de nuestro cambiante y transitorio estado efímero del ánimo, de nuestras pulsiones ávidas, de nuestros deseos por satisfacer aquello que creemos merecer por el mero hecho de hacer algo.

Fidel no creó belleza, no hizo posible una sociedad, desde su revolución sombría, capaz de independizarse de la barbarie. Como tampoco lo hemos conseguido aquellos que enarbolamos la tan raída y espúrea bandera de la "democracia", violada hasta la extenuación en sus más básicos reductos.

La primera vez que fui a Cuba, en calidad de turista, es decir, de mantenedor indirecto de un estado de las cosas, lo que percibí fue miseria. De entre toda aquella miseria, florecían jardines escuetos, pequeños aromas que en mucha gente se hizo carne, percibí también la osada picaresca que hacia el turista incauto y embelesado de lejanos y exóticos ecos desplegaban sin pudor muchos de los que se decían "revolucionarios", aquellos a los que mejor les dabas dólares, el mayor chantaje emocional de la historia de la miseria humana.

La segunda vez, años después, ya venía con otro ojo, con otra percepción del estado de las cosas y funcionó esa intuición. En mi caso no hubo ocasión de ningún romanticismo: aquello que vivencié se parecía más bien poco a una verdadera revolución social. Simplemente por el mero hecho de que en el contexto humano en que me integré durante unas semanas sentí enormes cantidades de cariño, pero de un cariño interesado, de un "sácame de aquí". Las consignas, los eslóganes, no son más que una forma más de tiranía. Una tiranía que se ancla en lo profundo de las ideas hasta el punto de modificarlas de tal manera que al final, lo que resulta de todo ello, es una sensación de velada manipulación.

Siempre he sido muy combativo con este asunto del "cubanismo ilustrado", que a lo mejor tiene sus bondades, no lo niego, pero esa bondad beatífica reside en un ideologismo externo y acomodado, facilón por costumbrista y recalcitrantemente pobre y ramplón. No vi revolución alguna en aquellos milicos que vigilaban en las cuadras a los nativos que se acercaban a hablarnos, no vi revolución alguna en las pescaderías, escasas de pescado, ni exuberancia en las fruterías, incluso llegué a percibir recelo, envidia y servilismo, tres de las facetas humanas más detestables que son correlato de la forzosa y deprimente humanidad podrida por el puro afán de poder. De poder hablar, de poder pensar, de poder comer. La verdadera opresión y represión de la que nos hemos hecho cómplices en este caso, viene dado por lo que tienes, no por lo que vales. Y eso, en un régimen como el de Cuba, se ha hecho patente. Dame dinero y serás feliz. Es obsceno pensar que por una pastilla de jabón o por un paquete de chicles, una colegiala se te puede abrir de piernas en cualquier esquina, y que eso, encima sea un reclamo que crea overbooking en los vuelos con destino a la Perla del Caribe. No hay revolución. No hay nada. Sólo miseria, la que nosotros, con nuestro modo de percibir las cosas desde nuestro cómodo sillón, desde nuestros reproductores de CD's que queman a Silvio o a Milanés, desde nuestro blasismo del ya comiste y ya te vas hemos dado a una sociedad que se quedó infectada por el pernicioso y vil virus de la codicia, encarnada en sus líderes a los que hemos mantenido con esa condescendencia hacia la pobreza institucionalizada de la cual nos hemos aprovechado para orgasmarnos en nuestras tertulias libertarias, de culturetas de a pie, sin tan siquiera pensar por un momento qué cojones hacíamos en aquel lugar, ni qué cojones tuvimos de intervenir. Mientras el zumo de fruta bomba fuera rico, y pudiéramos beber cerveza internacional, todo estaba bien. Mientras la Bodeguita de En Medio tuviera superpoblación de rosaditos turistas, todo iba bien; mientras en el Tropicana los magnates y mangantes rusos esperaran hasta las tantas para ver si pillaban cacho de una diosa de ébano, que por un par de pesos meneaba su esqueleto para que en su desvencijada casa se pudiera comer con un mínimo de decencia.

Pensemos en que la sonrisa no siempre refleja felicidad. Como la de los delfines de los zoológicos. Ha muerto un ser humano, pero me pregunto cuánto de humano en el fondo había en ese ser. Me pregunto cuánto tiempo habrá de pasar para que entendamos de una buena vez que para que otros sean felices hay quien tiene que joderse, y mucho. Ojalá que se nos acabe por fin la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta.

EFÍMERO

Siento aprecio por todo aquello que me deja solo. Por lo que me conduce al dulce aburrimiento. Todo eso me da la posibilidad del ánimo. La compañía íntima de la penumbra silenciosa que nadie me adivina. Los hábitos privados en los que me recreo, sin decisiones, sin opciones. La familiaridad de la inercia con que me voy añadiendo a cada instante. El gozo simple de pertenecerme. La firme intención de indefinirme, de diluirme entre mis cosas. De ser un yo más que sobra en lo que falta. Una incógnita. Lo equis que se despeja, que se despoja del resultado de la ecuación que implico. El misterio que no busco ser. La bella causa de ser sin tiempo. La noción de esqueleto que soporta toda mi vida. Mi profunda amistad con lo que es frágil. La fe en la inocente torpeza como modo de salvarse. Las ganas de doblarme sobre mí como un papel sin nada escrito. Permanecer efímero.