jueves, 30 de marzo de 2017

TRINCHERA

Te escribo desde tu trinchera.

Encontré tus cosas: la taza de metal,
la del asa roja. Un par de documentos
con coordenadas a lápiz, arrugados
bajo una piedra ennegrecida por el fuego.


No eran tiempos de alzar la cabeza.
Tampoco de agacharla. Lo prudente
era escuchar. Leer en el aire el olor de la pólvora,
la caligrafía de la sangre reseca, tan cerca.
Los jirones pardos entre las alambradas;
una bota aquí, con el barro viejo, cuarteado
en la suela. Un casco con un orificio fatal.
Sobre todo el silencio. El festín devastador
del silencio sobre el camposanto de la guerra.
El innombrable hallazgo de una fotografía
con los bordes quemados, casi hasta los ojos
del retrato de una mujer pálida, pero sonriente.
Un nombre en su reverso, incompleto.

Tal vez fue ése el momento en que tu recuerdo
convirtió la nostalgia en un témpano.
Tal vez fui a buscarte en ese instante sordo.
Cuando el amanecer ahora me queda frío.

Imagino el poder que aquel cigarrillo húmedo
provocó el coraje que te aferró al fusil.
Al grito último. Al viaje eterno, irreversible.
De donde nunca se sabe volver.

Te escribo desde tu trinchera.

Ese cobijo zanjado para ocultarte
del odio y también del miedo.
Para protegerte de la enorme duda.
¿Qué hacías ahí?

Sin duda, lo último que hacías era
escribir un nombre, incompleto,
en el reverso de una fotografía, lejana ya:

la única imagen que tuviste de la muerte
fue la vida.

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