ITALIA POLONIA PERÚ CAMERÚN
El de "E.T.". El de "El Retorno del Jedi".
El de Naranjito. El de la secuencia
aleatoria de países, de retratos
de gente cansada, el pegamento.
Yo de Rossi, mi hermano de Armstrong
—Irlanda del Norte—; desde entonces
aquel dolor de uñas. Peanas.
Futbolín para expertos en boliches.
la tela verde sobre el suelo:
ritual, para mí, de toda derrota
Como en el Subbuteo no estaba
adoptó a Rumenigge, el Garfunkel
Yo siempre era "los malos".
Darth Vader, el lado oscuro.
¿Quién se acuerda de N'Kono, portero de Camerún?
Aquel hombre negro, alto,
vestido de la "Fuga de Logan", como Arconada.
Impresionaba aquella estampa.
A Arconada, guardameta con aspecto de funcionario,
le rompieron la tibia y el peroné
que Alaska y los Pegamoides movían
cuando cantaban "Bailando".
Entendí su dolor cuando me explicaron
en Naturales lo que eran la tibia
y el peroné. En el colegio.
Arconada, el Manolete del fútbol español.
España-Malta. Aquel gran fraude.
Malta no podía ser tan mala. 12 goles a 1.
Mi padre me estaba pelando cuando a Remedios Amaya
le pusieron un cero por preguntar,
en pleno Festival de Eurovisión,
"Quién maneja mi barca", (Múnich, RFA)
Descalza. TRUAPUÁ. Risas.
Felipe González. Aquel pasillo. El cuarto grande.
Los soldaditos de TIMPO, los calzoncillos de guasona.
como el libro gordo de nuestra prima,
El club de las piscinas, a bañarnos.
El escalope. La correosa tarta de chocolate.
Calle María Cristina. Calle Ramón Trujillo Torres.
"300 millones". "Informe Semanal". "Sesión de Noche". "Anillos de Oro". "Verano azul".
Moría Chanquete, mientras Willy Fog empezaba su viaje;
Mayra Gómez Kemp, que es cubana.
El 1,2,3: La Ruperta, Botilde —tuvimos el juego de mesa—, El Chollo. Han perdido ¡este coche! —Un Renault cuatropuertas— ¡este apartamento en Torrevieja!"—;
"Hasta aquí puedo leer"; Bigote Arrocet, Raúl Sénder, Charito Muchamarcha, Antonio Ozores —¡No hija, no!—,
Antes del 1,2,3 fue "Lápiz y Papel".
El inquietante comienzo de "La Clave",
Balbín, el señor aquél. Con todos aquéllos,
hablando de aquellas cosas.
El sabor de la mantequilla en las tostadas mientras daban "Retorno a Edén", por la tarde.
Stephanie Harper, desfigurada por un cocodrilo;
el doctor —su marido en la serie—, al cual decían que se parecía mi padre; y a Kenny Rogers.
El vídeo FISCHER en el que grabé "Mascarada" —con Rod Taylor—,
el capítulo de Raúl Salazar, de Katia Rakova, búlgara ella, espía,
que la detenían en el aeropuerto de Lisboa.
Para los americanos, Portugal, era todavía
una cosa exótica sobre la que proyectar
"Falcon Crest". "Dinastía". "Canción triste de Hill Street" —"tengan cuidado ahí fuera"—. Eran esas nuestras tardes.
Yo le escondía los Coronas a mi abuelo.
En la joyería, los Fritolay, la natilla de chocolate y los Oppal-Fruits. Sirka enseñándome el nudo gordiano en el buró.
La visita ocasional a la Casa Portuguesa
el juego de "Firefox" en las maquinitas del vicio
de la esquina, a donde nos escabullíamos.
El gran estreno de "Thriller" en Maya. El Spectrum 48K. Cuando Horacio se iba a esquiar.
"¡Las Pícaras!" (desde el pasillo) —yo que no me sabía callar desde que empecé a hablar—, el escándalo.
La segunda cadena. Aquellos dos rombos que pesaban como dos losas en la curiosidad.
El Volkswagen escarabajo azul TF-9305-C —porque me dio miedo el Ford Mustang—. El amarillo, TF-3709-A —antes el NSU—.
Mi madre fumaba Kent y leía "El perfume" de Süskind en el sofá. Me encantaba el olor cuando encendía cigarrillos, entonces ella tenía 35 años.
Mi padre grababa flamenco en cintas Sony.
Dibujaba casas a rotring en su tablero, bajo flexo.
Aquella precisión. El eterno misterio de sus cosas.
Las sábanas de Barrio Sésamo. La crujiente litera.