sábado, 13 de octubre de 2018

LAZTANA

Águeda odiaba a los pianistas. Notorio escándalo no armaría su reprobación pública del célebre August Kollmann —intérprete germanoamericano— recientemente en un recital privado, al señalarle con especial vehemencia, no exenta de saña, que su ejecución había sido poco menos que para cumplir con la arrobada admiración de sus adoradores, cuando dirigiéndose a la sala, agrega: "devoción enfermiza con que los melómanos a menudo nos fustigamos, como penitentes que no mereciéramos el voluptuoso misterio de la música: ese estar gravitante." Seguidamente, Águeda abandonaría el salón entre engolados murmullos y un pellizco de pata de silla en el suelo. Recorriendo confusa las calles que recordaba para su regreso —se orientaba fatal en la oscuridad—, no pudo encontrar, a pesar de las continuas consultas al minimapa de un expositor, la ruta idónea que la situara en algún lugar familiar desde el que poder partir. Sin embargo, logró la plaza. Le parecía que la villa se hubiera transfigurado en su contra al oír, mientras cavilaba sobre cuáles sus próximos pasos, un tumulto. Un sonido ascendente de barahúnda y, sin saber en qué preciso momento, se ve rodeada por todos aquellos asistentes al recital, en cuyos rostros obvios los signos de enojo profundo, de visceral odio, de desprecio, furia, hacia quien había tenido la osadía de afrentar al virtuoso August Kollmann, el cual, lejos de haberse sentido profundamente consternado, o arrepentido, al menos, por su más que evidente mediocre ejecución, acometiera aún con mayor displicencia las piezas restantes del repertorio. Entre los congregados en torno a la aterrada Águeda, el propio pianista, azuzado por su vanidad, por su catedralicia soberbia, arengando al resto de miembros de lo que ahora podríamos considerar siniestra liturgia hacia actos que aquí no debieran ser descritos.

En memoria de Águeda Leiza se erigió en la plaza de la Villa de Laztana un memorial, cuya placa reza en euskera lo que Garikoitz Saldaña, gentilmente, ha tenido a bien traducirnos:

"La Villa de Laztana a Águeda Leiza, quien, gracias a su coraje y arrojo, evitó el ultraje a la obra de su hijo, el virtuoso Endika Urbina Leiza en los homenajes que tuvieran lugar en la villa durante los últimos 20 años.

A la memoria de su hijo, quien legara a través de su incomparable talento y sensibilidad las más vibrantes y bellas composiciones en honor de la música, fusilado, por motivos ajenos a toda humanidad, el 14 de marzo de 1943, tras haber ofrecido su último recital en esta Villa de Laztana."

BOMBILLAS

Se me fundieron un par de bombillas hace unos meses. Y en realidad pensaba que no eran bombillas tan importantes, como las de la cocina, a la cual entro y salgo —enciendo y apago—, incluso las de la lámpara del comedor, siempre encendida para nada, distraída, iluminando una mesa vacía mientras la velada discurre entre las penumbras del salón. Las del aseo son importantes. Esas sí. Nada hay más peligroso que un baño a oscuras. Ese espacio angosto que requiere de esa litúrgica precisión para moverse en él propia de karateka. El cuarto de baño debiera ser siempre la habitación más grande de la casa. Con los siglos, se ha hecho del aseo una cuestión meramente higiénica, una cosa oblicua, como todo trámite. Hay quien aún puede disfrutar del ritual y, alegre, solazarse en un buen baño. Maquillarse en el cuarto de baño es siempre cuestión de premura, de último retoque contra el tiempo. Sin embargo, un tocador frente al que las damas se recrean y confiesan el reservado encanto de sus hoyuelos —mecanismo íntimo de toda mueca—, la hermandad clandestina con sus comisuras entre parpadeos, permite que asistamos a ese su embelesante cortejo de la belleza hacia ellas mismas frente al espejo; desenfocados cuando la mujer seduce a la dama y ambas sucumben al debido encuentro de sí mismas. Como actrices en sus camerinos, donde siempre se respira, hay vida, y una cuidada proporción entre lo vano y lo solemne. Las actrices salen de dentro. Los actores, en cambio, o son vanos, o son solemnes. Aún siguen buscando el término medio. No por lo que esperan, sino por lo que se juegan. Entran de fuera, irrumpen. En el juego de jugar de ambos todo se enciende. A menudo arde. Por eso hay bombillas que son importantes. Las del dormitorio, salvo las de las mesillas, para leer, y desnudarse, se pueden fundir cuantas veces quieran. Lo que les quería contar es que hoy compré bombillas, y que me encantó encender y apagar la luz varias veces después de desmontar un plafón y volverlo a montar, con la dificultad que eso entraña para un elefante como yo por la mañana.