jueves, 2 de marzo de 2017

LA MINUCIOSIDAD DEL COCINERO DE LA PENITENCIARÍA

La minuciosidad con la que el cocinero de la penitenciaría preparaba la comida de los reclusos se vio esa mañana interrumpida por la inesperada visita de su mujer, visiblemente afectada por algún acontecimiento reciente que, dado lo inesperado, insisto, de la visita en esas circunstancias precisas a la cocina de la penitenciaría, provocó gran enojo en su marido, que es en esta historia el cocinero, como hemos dicho ya, de la penitenciaría. Por el momento no sabemos cómo pudo la mujer del cocinero llegar hasta la cocina sin ser detectada por los guardias, que con férrea y canina dedicación custodian y garantizan la máxima seguridad de la prisión. Segundo: ¿por qué el cocinero de la penitenciaría sospechó que algo grave acababa de ocurrir como para que se permitiese la presencia de su mujer en aquella cocina, recinto hostil y tan poco apropiado para una mujer? En un acceso de ira provocado sin duda alguna por la inesperada interrupción que le impidió en aquel justo instante apartar del fuego las croquetas de espinacas que los reclusos almorzarían ese día, el cocinero de la penitenciaria se arañó la cara, gritando como un energúmeno a su mujer, poniéndosele el rostro demasiado rojo y la vena marcándosele, para acabar con tal alarido que hizo necesaria la presencia de un médico, el cual no había. La mujer se desplomó en el pasillo entre la freidora y la mesa auxiliar, frente a su marido, aún vociferante y fuera de sí, y un incipiente olor a espinaca quemada. El cocinero de la penitenciaría sufrió un colapso nervioso viniéndose al suelo, también, junto a su mujer. Nunca sabremos qué le pasaba a la mujer del cocinero de la penitenciaría. Las croquetas de espinacas para los reclusos, obviamente, se quemaron.

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