martes, 12 de diciembre de 2017

POEMA ADENTRO

Sólo hay una manera
de escribir:
someterse a la libre voluntad,
entregarse a la gana,
con serena y delicada
compulsión.


Es decir,
poema adentro,
con todo un poder
de ojos, con una salva
de truenos por cada una
de las lágrimas caídas,
por cada casa deshabitada
de uno. Abandonado
a un majestuoso pairo
de súbito embeleso.

Es decir
poema adentro
y rociarse de astillas
un paisaje en llamas.
Extrañas sombras
que portan candiles,
bajando por la vereda
aún reluciente de humedad:
un rastro de estrellas.

Hay múltiples maneras
de juntar palabras.
Casi todas ellas no resultan,
parecen bromas viejas,
pesadas —como juicios—,
privadas destrezas, travesuras
de otro tiempo menos vago.

Y sin embargo,
tristeza, al amparo de los palios,
al desamparo de los palos,
al juego inofensivo, a la puta manía
que tienen las palabras
de hacernos cosas de palabra.

Es decir,
poema adentro,
verso hundido;
tal vez no tan profundo.
Elogio dulzón, elegía sobreactuada,
lirismo interplanetario, pudoroso intimismo.

Poema adentro
se llega a un sótano,
por una angosta escalera
descendente
hecha de pétalos que brotan
del tórax de los huérfanos.
Después, un pasillo,
tenuemente iluminado.
Y un letrero:
"No hay nada que temer".

Es decir,
a partir de ese punto
desaparece el miedo
de decir
que no hay nada que temer.

Que no hay nada
que tener.

Que desaparece
el miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario