martes, 11 de abril de 2017

MELANCOLÍA

De una conversación limítrofe con mi querido Benito.

Habría que melancotraficar.

Volverse un sibarita con la melancolía.

La melancolía no es moco ni pavo.

Es una poderosa y dura droga que exige excelencia en el suave presentir el sufrimiento.
Una tristeza crónica.
Un imán hacia lo gris.

Hacia lo que no se sabe si impacta. Una desidia apacible.
Una astenia de tantas.

Una enfermedad.

lunes, 10 de abril de 2017

MORENTE

Se fue el duende con tu ángel
y tú, tras ellos;
distraído en otra copla heterodoxa,
dañado en la sal y en la arena
por puñales sordos de noble
hoja bien forjada.

Se te apareció la sombra,
Enrique,
y ya sabías
que nadie estaría a salvo;

que de manera sucesiva
se irían veteando las miradas
poniéndose así de tristes;

que en Granada,
que en Manhattan,
que en Berlín,
le saldrían crespones a los árboles;

que el frío igual nos empujaba más
bajo el unísono y jondo silencio
que este día ondea en tu ausencia.

Tal vez se detuvieron de pronto las guitarras
cuando te partían la camisa
para salvarte el corazón.

Sé que merodeaste por negros olivares
persiguiendo a la luna,
blanca como una yegua,
y a sus lomos montaste diciendo:

Ya volveré más tarde.

Pero te enredaste en otras cosas.
Te fuiste por las ramas,
y vete tú a saber
dónde apareciste.

Si quieres
te dejo encendida
la luz del pasillo,

por si de repente a medianoche
algo te inquietara.

¡VIVA FRANCO!

Franco Battiato es uno de los seres humanos que, a través de su particular y originalísimo modo de ver en el aire lo sonido que somos, permea en toda la porosidad del repelús mínimamente exigido para ser uno presa irremediable de la delicadeza, del hacerse envejecer sin costuras, del sabio relumbrar de los cirios en la estante penumbra, el recogimiento de la universal fiesta de lo diverso, del profundo amor por la galaxia. Battiato es la fuga díscola, velocísima de un tópico a otro, cambiando la marcha a cada silbo del desorden, el príncipe del bellísimo tuétano del caos, del centro permanente de la gravedad de las vísceras, en torno a las que su música —el arte de hacer moverse a las musas—, gravita sobre las corrientes que desde el firmamento nos refugian de nuevo bajo el mundanal terramen de la sincera, alegre y espontánea, por imprevisible, sustancia de la belleza.
Alguien que canta tan tiernamente al abismo, al rostro feo de lo que nos queda, no puede ser mala persona.

Este señor es un proscrito; un proscrito de la especie mundana.

Este señor es lo mínimo a lo que no se debería aspirar.


Por eso, le amo.