sábado, 30 de septiembre de 2017

LA BAMBA


Para bailar la bamba.
Para bailar la bamba
se necesitan unas gafas
de buceador. Un termo
de café. Unas bragas
buenas, de seda o satén,
una doncella bárbara,
una salvaje valkiria
que me desbarate el ser.


Para bailar la bamba.
Para bailar la bamba,
tres mil millones de almas
cogiéndose en las esquinas,
corriendo ante los milicos,
sorteando loterías de tristeza,
gritando "porque sigo siendo el rey"
por callejuelas no aptas para
civiles. No aptas para princesas.

Para bailar la bamba.
Para bailar la bamba
se necesita, en realidad,
paciencia, hermanos y
hermanas.
Se necesita corregir,
saludar, mejorar el gesto,
congregar mirlos al amanecer.
Se necesita todo
lo que ama.

Para bailar la bamba.
Para bailar la bamba
no es preciso llorar,
mi alma, no es preciso.
No es obligatorio descerrajar
deseos más allá de las alcobas.
No hace falta enumerar amantes,
mi guate,
para bailar la bamba.

Para bailar la bamba
se necesita, tan sólo,
una poca,
una brizna delicada y mansa,
una cálida y sonriente,
anciana y socarrona
caricia. Una mentirita.
Un beso en la frente.
Un dedo en los labios
para bailar la bamba.

Para bailar la bamba.

viernes, 29 de septiembre de 2017

POETOPATÍA

La poesía dificulta la circulación. Funciona como una suerte de patología inversa, es decir, el aliento que la insufla lo roba tanto del portador como de quien recibe su influencia. Bien es cierto, que a menudo, el estado que provoca es contrario: sensación de bienestar, armonía, concentración. Esto se debe, principalmente, a la función aeróbica que la poesía ejerce en los huéspedes en los que ésta se va instalando para su reproducción. Ya que, como se anuncia al principio, la poesía dificulta la circulación tanto de la sangre como del flujo de aire, por tanto, la reacción natural del cuerpo es hiperoxigenarse ante un déficit suficiente de oxígeno. Pero ¿cuándo y por qué se produce esta repentina anomalía? ¿Ese inusual estado de placer? Tiene que ver, según lo estudiado, con una cuestión de predisposición del huésped hacia lo etéreo, es decir, a su deseo irrefrenable de levantar el vuelo. Es un síndrome como digo, inusual, este último, pero también alentador, puesto que nos hace atisbar una posible vacuna contra la tristeza, si se lograra aislar el agente causante del gozo poético e inocularlo masivamente a la población. También, en pequeñas dosis, puede ser un remedio eficaz para el anhelo, pues éste también dificulta la circulación del aire; pero por lo que se sabe aún está todo en fase experimental.

29 de septiembre de 2016