lunes, 23 de julio de 2018

Ñ

España es un país anclado en la deriva. España es un sumidero atascado cuyo olor a mierda se ha instalado de tal modo en el olfato de su sociedad, que cualquier olor diferente resultaría tóxico. España no es un Estado. Es un estadio: el Estadio Español. Un gol se celebra con mayor jolgorio que un penalti. España es desobediente, se pone chula Pirineos adentro, pero luego se muestra dócil, sumisa, complaciente, servil, súbdita. España es el mayordomo de Europa, no su ama de llaves. España no es diferente, es desigual. España, con sus dos cojones, no tiene cojones suficientes para tener lo que hay que tener y defender sus ovarios portentosos. España es estéril, infecunda, unilateral. Ni es una, ni es grande, ni es libre. España es la reserva espiritual de la insolencia, de la incomodidad. España es un país en vías de subdesarrollo. España es una gran viga en el ojo del culo, que se hace pajas a escondidas, todavía, incluso bajo sotana. En España un cura no es una cura. España tiene toda su maravilla por nacer, porque por España no pasó el Renacimiento; pasó del Medievo a la Democracia feudal, transitando por un Siglo de Oro que denunció falsos fulgores, destellos efímeros de una estirpe que se volvió calaña. Por eso a la Inquisición aún se la jalea, por Santa. En España lo Real es irreal. En España existe aún la culpa, la nuestra, la irredenta. En España la Luna es de Valencia, del Sol es una puerta, los cerros son de Úbeda, el AVE no es María: es un tren que no llega a Babia, ni a Granada. En España, los ríos, queridos Manriques —Jorge y César—, van a dar a la mar. A esa mar donde los pelillos se encuentran y se perdonan. España es todo eso que molesta a Portugal. Todo eso que le pone a Francia. Lo que hizo llorar a Boabdil.

Qué viva, España.

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