lunes, 23 de julio de 2018

FRANCOTIRADOR

El mismo recorrido cotidiano hacia los lugares habituales me equipara al francotirador que vigila mis movimientos desde hace días. No sé aún por qué no ha disparado. Siempre hago el mismo recorrido, en cualquier momento podría hacerlo. Lo tiene fácil. Tal vez si variara mi rutina. Si cada día escogiera caminos distintos para llegar a mis lugares habituales podría tener ocasión de despistarle. Pero variar la rutina actual supondría un reajuste integral de toda planificada economía del tiempo anterior, con el trabajo que me dio armarla. Pienso que es mejor seguir igual que siempre. Quién sabe si se aburrió de verme todos los días haciendo el mismo recorrido. ¿Podría decirse que ya no le excito como objetivo? A veces pasa que de tanto pasar por los mismos sitios se termina uno borrando, o más bien, camuflando entre ángulos muertos. Puede que haya dejado de verme, y por eso es que siempre sigue apostado en la azotea del edificio Ringland, aferrado al rifle, con la pupila dilatada tras la mira telescópica, al otro lado de la avenida esperando, en vano, que yo aparezca delante de la cruz, mientras espero el semáforo. Sin embargo, conozco bien los semáforos. Hay ciertos minutos en que la secuencia de verdes y rojos se sincronizan de tal manera con mi velocidad y dirección que a menudo puedo recorrer la ciudad sin dejar de caminar. Es una cuestión de cálculo. Mientras el francotirador no varíe su rutina me sentiré seguro en la mía, que es, también, la suya. ¿Quién será el primero en cambiarla?

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