sábado, 12 de noviembre de 2016

POEMA HIPOCONDRÍACO

Me pasa de todo.

Por la mañana el poeta me piensa,
y eso ya supone un motivo de preocupación,
porque vaya a saber uno
lo que el poeta tenga en en el alma
cuando me piensa,
que me introduzca una musa, así,
a pelo, en las entrañas,
sin protección.


Y yo, que siempre me cuido
de tragedias personales,
de esos dramas de poeta
sin remedio;
de repente me veo tan expuesto
a sus virus,
a esos sus tantos malos hábitos.
No es higiénico; sus lágrimas
sin esterilizar, sin consuelo;
me quitan el aire.

Antes de almorzar
—sin lavarse los dientes—,
el poeta me lee en voz alta.
Me expone a un desaliento
que no controlo,
entonces empiezo a temblar,
la tensión otra vez, disparada.
No es bueno que un poema
esté descompensado.
Me puede dar algo.

Cualquier día aparezco muerto.
Y luego el poeta dirá, pensará,
se lamentará por haberme sometido
a semejante régimen.
Cada diez minutos se olvida
de lo edulcorado de sus versos;
¡como tengo yo el azúcar!
Irresponsable, cualquier día
me mata.
Me finaliza.

Me pasa de todo.

Tomo tres pastillas diarias
para que no me duela tanto el poeta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario