viernes, 11 de noviembre de 2016

OXIDENTE

Es herrumbre.
Herrumbre que tiñe los tejados,
las patas de los gatos, el pico
envenenado de las palomas
—indigentes con alas—,
es herrumbre en las lágrimas,
oxidándose en esta parte del mundo.


Es herrumbre
porque ha llovido mucho y nadie
ha secado las heridas, el llanto:
serrín de esta tristeza de metal,
como el gusto de la sangre;
herrumbre que salpica los abrigos
de los habitantes, perlados de sudor,
hacinados en vagones despavoridos
por las venas bajo las ciudades
de Occidente.

Es herrumbre
el adiós que se cae de los puentes
de hierro forjado; herrumbre el motivo
fatal de los suicidas. Las cadenas
que sacuden los presidios, los charcos.
La verdad corroyendo los eslóganes;
herrumbre en las ranuras de los parques.
Todo aquí se oxida. Al aire. Se corrompe,
vil como el vil metal que nos corrompe.
Las nubes que pueblan lentamente
la mañana. Herrumbre.

Es herrumbre
lo que tengo en las manos,
Escombros lo que mis ojos veneran,
la fe, el olvido, el amor: también herrumbre.
El pensamiento calcinado, el corazón deshecho.
Herrumbre la miserable canción de los poetas,
clavada en las entrañas como un puñal,
como una razón implacable de tortura.
Es herrumbre el sueño mal dormido,
el progreso de la vida, el hambre
que se pudre en el estómago vacío.

Es herrumbre el peso de las cosas.
El tiempo que no nace en los quirófanos.
La valentía del papel que todo aguanta.
La tinta, herrumbre líquida que destilan
las palabras de las desoladoras tardes
de la gente sola. Con herrumbre en los hombros.
En los cuerpos donde se esconde el abrazo
mustio de las flores.

Es herrumbre el porvenir indomable.
La ira, el fracaso, el fraude del alma,
es herrumbre.

Herrumbre el volumen de la voz
que todo lo calla.

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