martes, 8 de noviembre de 2016

GUIÑO

Cuando a este viejo una muchacha
le guiña un ojo, sabia,
instala en su memoria tactos,
memorias de brotes tiernos.


Despierta a su lado un espectro
amable de múltiples señales
que acompaña todo el día,
fulgurante, su fugaz saludo.

Recrea, tan bella, la condición
dudosa del amante solícito;
la intención sensual de sus narices
rozándose la comisura del aliento.

Cuando a este viejo una muchacha
le guiña un ojo, como breve cortesía,
sabiamente intuye que la ama,
sin bajezas, a la altura de sus hombros.

Él venera la dulzura de su gesto,
aprecia su cómplice osadía,
imagina del dolor lo que le desaloja
para no hacerlo más difícil.

Pasa a su lado sin nombrarla.
Inclina su rostro hacia ella,
con el cariño del verbo
suave como un leve candil.

Cuando a este viejo una muchacha
le guiña un ojo, sin otra intención
que el hábito sutil de quien
empieza a acostumbrarse

a su azarosa presencia,
a la curiosa lejanía que los une
en ese instante,
tal vez le descubra el encanto

que, con su guiño,
llevará a este viejo
hasta las puertas
de su nombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario