Con la venia,
señoría,
con la hinchada venia
de otorgarte el silencio,
deseo que me escuches
sonar a pecho, al fondo
viniendo del claustro
con caracoles en los huesos,
silbando como una tetera
—alarma de amanecer.
Esto que oyes
es la costa,
esto la prisa,
esto, no sé.
En mi defensa
no pastan los caballos,
no tengo derecho
a declararte sola en la llanura,
ni vientre, ni tormenta.
Ni indicios de naranjos
en tu nombre
que deshagan la siega,
el trigo vuelva
a emerger de tu lado,
como las olas
al mío.
Que en tu descargo
te otorguen las sirenas
mi silencio.
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