martes, 31 de enero de 2017

ESCRIBIR NADA

Aún no escribí
lo que debiera:
queda demasiado polvo
en el camino.
Pezuñas de jirafa indican,
en la hondura de sus huellas,
que las copas de los árboles
más verdes, los de hoja
más jugosa, más caduca,
durarían lo mismo que un cometa.


Verbos no me faltan.
Días menos, pero a noches
saltan del papel hacia mi rostro,
sepultan mi razón,
se ponen muy palabra,
tanto, que ladro en sueños.
Irrumpo en la dicha
taconeando torpemente
cuando a la danza un gesto
hace del lápiz violonchelo,
esa gravedad que frota
el aire, una voz con osamenta.

Qué decir, entonces.
Qué decir nada.
Qué.
Esto es lo que no me salva
de cazar colibríes,
del vino, del muerto
casi acontecido, común.
Frío como un pastel.
Ni flores siquiera
sudando en un jarrón.
Ni dientes cargando
con el peso de las sílabas.

No tengo dedos
para ganarme las letras.
No tengo yugos,
ni llagas, ni llegas.
Esto es sólo eso solo.
Un aparato más.
Un óxido en la queja.
Un lamento ávido,
una vulgar audacia
queriendo decir nada.
Queriendo hacer cielo
donde no lo hay.

Aún no escribí
lo que debiera.

Paciencia les ruego.

Después dirán.

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