martes, 31 de enero de 2017

FRÍO UMBRAL

Llegar siempre tarde al frío umbral del desencanto. Cuando la fiesta acabó hace rato. Cuando todos se han marchado a verme llegar tarde, escondidos tras la maleza. Nadie dice nada. Nadie avisa, y cuando lo hacen, sólo profieren el reproche, ese "¿lo ves?". Pues no, no lo vi. No vi más que la luz que me guió hasta ese umbral, ahora frío; hasta ese umbral donde no hay puerta, ni abierta ni cerrada; hasta ese umbral donde hay, eso sí, un enorme timbre. Y tocas, y vuelves a tocar. Pero el timbre no suena. No suena porque no hay más que un umbral, un marco, un quicio, una sensación de puerta abierta, un ánimo de cruzar hacia algún lugar donde estaría mejor que antes. Y te dices: iluso. Y te dices: imbécil. Y te repites: otra vez. Llegar siempre tarde al frío umbral del desencanto. Y darte cuenta de las pocas ganas que tienes de darte la vuelta y volver por donde viniste. Todos siguen acechando tus movimientos, tras la maleza. Esperando a que te vayas para poner la puerta, para arreglar el timbre, para seguir la fiesta a la que tú no debías llegar a tiempo. Me adentro en la maleza. Desaparezco.

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