miércoles, 25 de enero de 2017

CONTRATIEMPO II

Las autoridades habían cortado la avenida. La comitiva policial formada por el cuerpo de motoristas, agentes armados con escopetas, caballería, coches celulares que hacían girar la luz estroboscópica de las sirenas sin sonido, comenzó el desfile, flanqueando el gran coche, donde, a modo de vehículo papal, exhibían al asesino en serie en una cabina de cristal blindado. Los transeúntes, asombrados ante tal despliegue de solemnidad policial, nos alinéabamos en las aceras, esperando a que una vez que hubiera pasado el cortejo pudiéramos continuar con nuestros cotidianos quehaceres. El gran coche pasó por delante de mí. En la cabina blindada, un varón de unos 50 años, canoso, con gafas y cara de no haber roto un plato en su vida se hallaba sentado, encorvado y cabizbajo, fuertemente esposado de pies y manos, con el atuendo naranja típico de los convictos. Pregunté a una agente armada con una gran pistola en la mano a qué se debía tal parafernalia.

—¿No se ha enterado? Es el peligroso asesino en serie al que llaman "The Taylor" (El sastre). Lo detuvimos ayer tarde. Llevábamos meses detrás de su pista. Catorce las víctimas que se le atribuyen. ¿Que qué hacía? Secuestraba a sus víctimas, principalmente señoras de avanzada edad, y las desollaba vivas. Después les sacaba los ojos. Con la piel se hacía abrigos y con los ojos, una vez desecados a través de un complejo proceso de taxidermista, se hacía los botones de dicho de abrigo. Ahora nos lo llevamos al puerto porque el Ministerio del Interior ha fletado un barco para llevarlo al islote prisión. Va a ser el primer inquilino de la prisión de máxima seguridad allí instalada. Llevábamos tiempo esperando este momento —me dijo, ufana.

No sé si me inquietó más el paripé, la sonrisa de la agente, la solemnidad del acto, o saber que entre nostros existía tal calaña de individuos que se cruzan contigo en la frutería, y que con exacerbada amabilidad piden un kilo de naranjas a saber con qué oscuro motivo. Una vez pasó la cabalgata, crucé la calle y me metí en la librería de viejo, donde conseguí varios libros que llevaba tiempo queriendo adquirir. Entre ellos estaba "Madame Bovary" en una edición francesa del año 1926, una auténtica joya.

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