domingo, 21 de junio de 2020

PIPI

La dama había muerto con abrigo de visón y zapatillas blancas. La encontraron en la cama, bocarriba y con los brazos en cruz. Su corona de espinas era una almohada sanguinolenta. Pipi, el detective junto al resto de compañeros, cuando fue apartada la pelambrera del rostro, no pudieron reprimir el magnetismo de reírse. Además está desnuda… ¡Qué asco, sólo con ese abrigo, con ese abrigo y las zapatillas y la radio sonando, sonando sola, sola sonando! Luego rebuscaron en la cómoda, encajes polvorientos, tabletas de Clonazepan, entradas para circo y, entre todo, sus documentos esenciales. Una masa amarilla y llena de pasado. No-sé-qué Gutiérrez, pero aquel nombre ya no servía para nada, para nada, para nada. La esquela, en el rincón de la prensa, sería su momento de gloria. Los periodistas, en el parte de la noche, preferirían hablar de las tormentas en Birmania. Cuando los papeles llegaron a manos de Pipi, después de unos comentarios sobre aquella cara impresa notablemente joven, intentó leer los datos: Fecha y lugar de nacimiento. Sexo. Nombre de padre y madre. Sin las gafas no veo nada. ¿Dónde las habré puesto? Vete al coche, igual están en la guantera, sí, junto a la pistola. ¿No-sé-qué Gutiérrez?, ¡Qué espanto! Entonces se sentó, sin cambiar esa mueca de comedor de limones, a los pies del lecho. No era nadie importante, ni siquiera tenía marido. Sólo una vieja, sólo una vieja con sus lanas y… Joder, ¿dónde se ha meado el perro? ¿Dónde está el perro? Qué mal huele. Pipi sacó su pañuelo y se limpió la grasa de la frente. Plegó la cartera, dejó los documentos en su interior y para bromear uso la zapatilla blanca del cadáver como si fuera un teléfono. Piii piii piii ¿aló? Sí, era para decirles que tenemos un abrigo muerto, un abrigo muerto… Todos rieron, rieron porque hacía calor y había que reír. El perro está en el hall, bajo una mesa, lleno de sangre y asustado, pero la sangre no es de él, dijo el ayudante, joven, imbécil, creyente... Y Pipi, teléfono en mano, ladró, ladró porque aquella muerta, bocarriba y con los brazos en cruz, había sido morsdiqueada por su mascota.
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Sergio Barreto

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