martes, 23 de junio de 2020

FE

Creo en una poesía omnívora,
heterodoxa, promiscua,
desobediente, antinuclear.
Una poesía que se pueda tocar,
con piel, carne, músculo,
con órganos y membranas que palpiten,
que sude, eyacule y gima,
que se muera de risa, atolondrada,
irresponsable, con las rodillas raspadas,
con lamparones, rasgaduras, cicatrices.
Creo en una poesía inconstante,
imprevista, multicolor, drogadicta,
que se haga pis y caca, que sangre,
que pierda los nervios, que huya.
Una poesía extraterrestre, humana,
cetácea, anárquica, temerosa, psicodélica,
que mire a los ojos, al pubis, a Cuenca.
Una poesía divergente, centrífuga,
descolocada, en movimiento perpetuo,
políglota, perezosa, que llueva, nieve,
una poesía en la que salga el sol por donde quiera,
sin ropa interior, que no vaya al gimnasio,
alérgica a parnasos y academias, despeinada,
que se enfade, que grite y rompa cosas,
olorosa, sin sentido, que me dé la vida,
y la muerte.

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