Una vez más la despertarían los motores de la avioneta fumigadora sobre
los campos de sorgo. Una vez más desayuno y porro, ducha caliente, sofá,
gato y alfombra. Una secuencia que se venía repitiendo hacía meses,
desde que heredara la vieja casa de madera junto con los cultivos;
herencia que ya empezaba a pesar sobre sus días venideros. Pensaba en
cómo de apuesto sería el aviador. Pero resultó ser aviadora cuando se
estrelló y los lugareños se acercaron a ver el siniestro. Era tan
hermosa. Sintió lástima por ella, por las dos, en realidad. La cosecha
se malogró. Se arruinó y finalmente vendió la casa de madera y los
cultivos. Luego se haría aviadora por lo de la Guerra. Ya mutilada, años
después, recibiría una pensión del estado. Dio conferencias, sin sus
dos piernas. Era tan hermosa.
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