viernes, 2 de diciembre de 2016

MUERTO EL COMANDANTE, SE ACABÓ LA TROVA

No pensaba pronunciarme acerca de la devocional manera en que muchos entusiastas han lamentado la muerte de Fidel Castro. Máxime, porque cada vez más, el homenaje hacia los ídolos de masas, ya pertenezcan al mundo del arte, del conocimiento, de la política, de la sociedad, me van pareciendo con el tiempo un acto de exhibicionismo sentimental que en poco o nada remite a la verdadera dimensión de compromiso real que esos personajes homenajeados tuvieron con respecto a quien los homenajea.

No me caía bien Fidel Castro, me parecía un personaje ciertamente siniestro. No por una cuestión de ideología, pues siempre he sido militante de la simplicidad y la sensatez, del respeto y la concordia, de lo que la naturaleza humana puede dar y no arrebatar, sin adscribirme a pies juntillas, ni a renglón estricto a una confesión o fe determinada. Fidel Castro, desde la simpleza y la sensatez, era tan dictador y tirano como lo fueron Mao, Stalin, Pol Pot, Ceaușescu, Kim Il Sung, Hitler, Mussolini, Batista, Pinochet, Videla, Stroessner, Franco o Salazar. Personajes que en su fuero interno lo único que demostraron fue una absoluta devoción por el poder. Por su poder. Por la enorme lascivia del poder exterminador de los otros. Che Guevara, esa figura pop que tantos recuerdan por la famosa foto, demasiado positivada, mató personas, del mismo modo que él también fue matado, o quitado de en medio, por su fiel "compañero" Fidel Castro. La contradicción es perdonable hasta cierto punto, sólo cuando entra en contacto con la amable paradoja. En realidad, la contradicción en sí no tiene importancia, todos lo somos en función de nuestro cambiante y transitorio estado efímero del ánimo, de nuestras pulsiones ávidas, de nuestros deseos por satisfacer aquello que creemos merecer por el mero hecho de hacer algo.

Fidel no creó belleza, no hizo posible una sociedad, desde su revolución sombría, capaz de independizarse de la barbarie. Como tampoco lo hemos conseguido aquellos que enarbolamos la tan raída y espúrea bandera de la "democracia", violada hasta la extenuación en sus más básicos reductos.

La primera vez que fui a Cuba, en calidad de turista, es decir, de mantenedor indirecto de un estado de las cosas, lo que percibí fue miseria. De entre toda aquella miseria, florecían jardines escuetos, pequeños aromas que en mucha gente se hizo carne, percibí también la osada picaresca que hacia el turista incauto y embelesado de lejanos y exóticos ecos desplegaban sin pudor muchos de los que se decían "revolucionarios", aquellos a los que mejor les dabas dólares, el mayor chantaje emocional de la historia de la miseria humana.

La segunda vez, años después, ya venía con otro ojo, con otra percepción del estado de las cosas y funcionó esa intuición. En mi caso no hubo ocasión de ningún romanticismo: aquello que vivencié se parecía más bien poco a una verdadera revolución social. Simplemente por el mero hecho de que en el contexto humano en que me integré durante unas semanas sentí enormes cantidades de cariño, pero de un cariño interesado, de un "sácame de aquí". Las consignas, los eslóganes, no son más que una forma más de tiranía. Una tiranía que se ancla en lo profundo de las ideas hasta el punto de modificarlas de tal manera que al final, lo que resulta de todo ello, es una sensación de velada manipulación.

Siempre he sido muy combativo con este asunto del "cubanismo ilustrado", que a lo mejor tiene sus bondades, no lo niego, pero esa bondad beatífica reside en un ideologismo externo y acomodado, facilón por costumbrista y recalcitrantemente pobre y ramplón. No vi revolución alguna en aquellos milicos que vigilaban en las cuadras a los nativos que se acercaban a hablarnos, no vi revolución alguna en las pescaderías, escasas de pescado, ni exuberancia en las fruterías, incluso llegué a percibir recelo, envidia y servilismo, tres de las facetas humanas más detestables que son correlato de la forzosa y deprimente humanidad podrida por el puro afán de poder. De poder hablar, de poder pensar, de poder comer. La verdadera opresión y represión de la que nos hemos hecho cómplices en este caso, viene dado por lo que tienes, no por lo que vales. Y eso, en un régimen como el de Cuba, se ha hecho patente. Dame dinero y serás feliz. Es obsceno pensar que por una pastilla de jabón o por un paquete de chicles, una colegiala se te puede abrir de piernas en cualquier esquina, y que eso, encima sea un reclamo que crea overbooking en los vuelos con destino a la Perla del Caribe. No hay revolución. No hay nada. Sólo miseria, la que nosotros, con nuestro modo de percibir las cosas desde nuestro cómodo sillón, desde nuestros reproductores de CD's que queman a Silvio o a Milanés, desde nuestro blasismo del ya comiste y ya te vas hemos dado a una sociedad que se quedó infectada por el pernicioso y vil virus de la codicia, encarnada en sus líderes a los que hemos mantenido con esa condescendencia hacia la pobreza institucionalizada de la cual nos hemos aprovechado para orgasmarnos en nuestras tertulias libertarias, de culturetas de a pie, sin tan siquiera pensar por un momento qué cojones hacíamos en aquel lugar, ni qué cojones tuvimos de intervenir. Mientras el zumo de fruta bomba fuera rico, y pudiéramos beber cerveza internacional, todo estaba bien. Mientras la Bodeguita de En Medio tuviera superpoblación de rosaditos turistas, todo iba bien; mientras en el Tropicana los magnates y mangantes rusos esperaran hasta las tantas para ver si pillaban cacho de una diosa de ébano, que por un par de pesos meneaba su esqueleto para que en su desvencijada casa se pudiera comer con un mínimo de decencia.

Pensemos en que la sonrisa no siempre refleja felicidad. Como la de los delfines de los zoológicos. Ha muerto un ser humano, pero me pregunto cuánto de humano en el fondo había en ese ser. Me pregunto cuánto tiempo habrá de pasar para que entendamos de una buena vez que para que otros sean felices hay quien tiene que joderse, y mucho. Ojalá que se nos acabe por fin la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario