Mientras él se desvestía sentado por su lado de la cama, ella, bajo las
mantas, inventaba artefactos sinuosos para atarlo a la media noche;
cables invisibles que pudieran sujetar para siempre sus cuerpos para luego desatarlos al
pairo. Tal vez ni siquiera él sabía que ella le había estado esperando
con un oasis en las plantas de sus pies; no tanto para caminar, sino para quedarse a matar la sed de la larga travesía por el desierto donde ambos se encontraban.
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