martes, 17 de mayo de 2016

¿PODEMOS HACER POLÍTICA?

Entiendo perfectamente el discurso de Podemos, de su líder Pablo Iglesias y el respaldo que éste está teniendo. Ciertamente puede que den el campanazo electoral, que la representación política en Europa (antesala siempre de los futuros electorales nacionales) sea vinculante en favor de un cambio de prioridades. Y entiendo que la alternativa que ofrece este partido puede llegar a calar en la opinión pública del mismo modo que en su momento ocurrió con el PSOE en los tiempos de la mal llamada Transición.

Sin embargo, creo que Pablo Iglesias en su discurso dado en Tenerife pasa por alto una cuestión fundamental de una realidad social endémica y vírica de este país: la falta de conciencia civil. Él habla de castas políticas y así todos lo podemos percibir de algún modo, pero una casta se sostiene por la existencia de otras castas para sustentar su presencia y hegemonía sobre las otras. Por lo tanto, se deduce que su partido no pertenece o no se adscribe a ninguna cosa parecida a esas castas de las que habla. O por el contrario, pertenecería a la casta de los indignados (aquellos a los que se ha despojado de su dignidad). Habla de democracia y en una maniobra, a mi juicio, más cercana a lo concesivo que a lo didáctico, explica su etimología: el gobierno del pueblo. Pretende que todos los ciudadanos estamos capacitados para hacer política, lo cual creo que no es cierto. No todos los ciudadanos estamos capacitados para hacer política, si entendemos política, yéndonos a la etimología de la que tanto gusta Iglesias, por lo relativo a la polis, la ciudad-estado. Y esto ocurre por el sencillo hecho de la inexistencia de una conciencia civil, que es la manera en que una sociedad en el ámbito urbano se administra y desarrolla con el objeto de sustentarse como grupo humano. Esa palabra, a mi juicio perniciosa, que ya acuñara Zapatero, ciudadanía, como ente abstracto, lógico en su utilización de quien cosifica a los individuos y los sublima en el concepto masa elude la posibilidad, de facto, de una conciencia individual con respecto al modo y los códigos necesarios para una convivencia sin conflictividad constante. Pues la conciencia civil pasa por una aceptación y ejercicio de otro concepto más cercano, el civismo, que es la habilidad competente de los individuos en el ejercicio de cohabitar con otros individuos en un territorio con cierta densidad de población, mayor siempre que la que puede encontrarse en un entorno rural, sin que por ello éste sea excluido del concepto. La política, remite a una concepción de Estado, el civismo remite a una conciencia ciudadana. El error, en mi opinión consiste en fusionar estos dos términos, es decir, en considerar a los individuos-ciudadanos como agentes activos y comprometidos con su entorno principalmente urbano, extrapolándolo a una comunidad social virtual que conforma el concepto nación.

La conciencia cívica, que supone —en movimiento ascendente— una posterior conciencia civil y luego una conciencia política, se basa en una educación en valores de lo doméstico (etimológicamente "de la casa de uno)", y por extensión inmediata, de la vecindad. Cierto es que muchas organizaciones ciudadanas constituidas en asociaciones vecinales, como por ejemplo el caso de El Gamonal (ejemplo puesto por Iglesias) vertebran muchas de las políticas sociales relacionadas con el bienestar de los individuos, pero siempre a un nivel práctico e inmediato de cobertura de necesidades básicas. Quien haya asistido alguna vez a una junta de vecinos de una comunidad sabrá que la manera en que éstas se establecen y se desarrollan (a través de un presidente, es decir, con la asunción de un aparato jerárquico), normalmente terminan con múltiples desacuerdos, más que con acuerdos que supongan un bienestar y un pacto tácito de buena convivencia entre todos los miembros de esa comunidad vecinal. Que los vecinos de un inmueble apenas se conozcan es síntoma de que no se están haciendo bien las cosas. Esto es debido a un desinterés y a una indiferencia por lo que al otro más cercano le pase, en aras de la defensa a ultranza de una independencia y la esgrima de unos derechos que atañen más a lo privado, a lo hermético.

Para que un partido como Podemos funcione, se exige de manera ineludible una reflexión individual del modo en que nos relacionamos con nuestros semejantes más inmediatos; es decir, plantear una convivencia en la que el espacio de libertad individual no se vea vulnerada por el exceso de conciencia de libertad individual del otro. Y todo esto pasa por una educación de esa conciencia, que no se da y que no se imparte, ya que los colegios, institutos y universidades han de servir para formar a los individuos para que resulten eficaces y productivos para las exigencias de la sociedad en la que viven, y no que los núcleos familiares deleguen también en esas instituciones educativas la formación en valores básicos de convivencia más inmediata. Es en las unidades mínimas de sociedad (familia, cooperativas) donde esos valores han de ser impartidos y no en las instituciones-guardería que fomentan la competitividad, la meritocracia y otros perniciosos valores, desajustados, que pretenden ser el tuétano fundacional de los individuos.

Mientras no nos formemos en valores básicos de convivencia (desde pareja, por ejemplo, hasta unidades familiares y luego con nuestros vecinos y resto de ciudadanos) no será posible que esos ciudadanos ideales de los que habla Pablo Iglesias hagan política, pues exige despojarse de la conciencia individualista, a menudo confundida con la conciencia individual y de pertenencia incidental a un grupo social determinado en el que es necesario adquirir ciertas habilidades de adaptación para poder convivir y cohabitar sin demasiados conflictos.

La Laguna, 17 de mayo de 2014.

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