Meditabundo, deambulaba por el patio que a lo largo de la tarde se había
llenado de un indescriptible aroma a flores-pájaro. Recordó entonces
que de niño, en el estanque del palacio de mármol, descubrió a una
concubina bañándose en silencio; su pelo negro mojado sobre la espalda
de nácar se convirtió de repente en una inmensa flor flotante de color
oscuro al sumergirse en el agua tranquila. Pasó un pájaro, y el patio se
llenó de pequeñas gotas de un rocío ligero, como si de repente el cielo
se hubiera querido posar, leve, sobre las ramas de los cerezos.
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