martes, 11 de octubre de 2016

TRACHURUS

Trachurus /trácurus/ es el nombre de un dios-pez cuyo poder de influencia se extiende por el Atlántico Sur y parte del Mediterráneo meridional, llegando al Levante.

Cuenta la leyenda que el Papa Caín, "El Apócrifo" —el único que ha habido con este nombre—, conmemorando aquella antigua visita papal a Mauritania en tiempos  de Juba II, regresó varios siglos después a aquel lugar que tanto amaba. En aquella ocasión, oyó hablar de unas islas pobladas aún por gentes que, según las historias locales, nunca cruzaron en barco y que no conocían la Verdad de Dios sobre la Tierra. Que por las noches, cuando eran claras, sobre todo en plenilunio, se veían en las costas allá lejos, grandes luminarias, como hogueras inmensas que daba miedo incluso imaginar su tamaño y por qué; y el viento traía sonido de tambores y silbidos, a veces de cánticos en la noche en lenguas familiares pero desconocidas, como una koiné de exiliados que desde Mauritania los ancianos podían recordar vagamente de boca del recuerdo de la voz de sus abuelos.

El Papa Caín, fascinado por estas historias, pensó, antes de volver a Roma, que podía resultar un punto más en su carrera hacia la divinidad sobre la Tierra lograr al menos tomar contacto con esas gentes y saber en qué creían. Y decidió prolongar su estancia en Mauritania para tal fin.

Organizó una expedición hacia aquel archipiélago lejano que aún no aparecía en los mapas de la Cristiandad, tal vez aquel viejo mapa que luego se atribuiría al almirante otomano Piri Reis las retratara, pero no lo recordaba con exactitud. Sí que conocía por las traducciones de Al-Farabi sobre Platón fragmentos del Critias y el Timeo, donde se mencionaba aquella cuestión de la Isla Atlántida, sumergida por las olas. Lo que sin duda le resultaba familiar: el Papa Caín era bretón, y conocía muy bien la leyenda de la mítica Ys, también engullida por las aguas frente a las costas de Armórica.

Desde el rudimentario puerto costero del poblado mauritano, el Papa Caín, junto con otros 25 expedicionarios —según los registros de la bitácora de la mano del mismo Pontífice—, zarparon en una goleta muy de madrugada rumbo a aquellas montañas que se recortaban a lo lejos, como petrificados monstruos de las profundidades, que San Brandán describiera en su periplo hacia Thule —tal vez emulando la hazaña del fenicio Himilco— y cuya leyenda aún persiste entre los isleños, esa de San Borondón, al parecer bautizada por el santo irlandés, pensándolo éste un territorio y resultando ser un enorme cetáceo. Isla que a veces se aparece entre la Montaña Solitaria y a la que dicen Tamarán.

A esa Montaña Solitaria arribó el Papa Caín —de ahí el nombre por el que se conoció posteriormente a estas islas, las "Islas Cainarias"—, no sin antes haberse detenido en las que encontró a su paso. Pero al Papa Caín ya le había fascinado desde que se adentró en territorio isleño aquella enorme Montaña en medio del océano. Tal vez se sintió como el santo irlandés. Siguiendo las estelas del humo que aún permanecía en el cielo claro llegó hasta la gran bahía rocosa en la cual parecía haber ya indicios de población.

Varada la goleta, en dos botes, el Papa Caín y sus expedicionarios bajaron al mar y remaron hasta la costa. Al llegar, cesaron los cánticos. Los habitantes de aquel lugar poco a poco fueron enmudeciendo y juntándose en torno al que parecía ser la figura de mayor autoridad. Flotaba en el aire aún un aroma de pescado a la brasa, tal vez parte de aquel ritual que los mauritanos describían.

El Papa Caín, versado en lenguas, probó con el griego para comunicarse con aquellas gentes. Pero no hubo modo. Por lo que pudo atisbar de aquella jerga que hablaban, parecía una especie de mezcla de fenicio, bereber, griego arcaico y otra lengua que le costó identificar, pero que sonaba a copto. Finalmente logró hacerse entender algo con un anciano que conocía, inexplicablemente, el copto. Se hicieron las correspondientes presentaciones, sin poco recelo por parte de los recién hallados y comenzó el cauto y táctico intercambio de preguntas.

Lo que nos interesa realmente de esta historia es por qué el animal totémico de Santa Cruz de Tenerife es ese pez que se dice chicharro. Bien, volviendo al Papa Caín, adivinó que a aquel pescado que comían los aborígenes de manera ritual ellos lo denominaban TRAKHUR, lo que Caín latinizó en Trachurus /trácurus/, que es hoy por hoy el nombre científico, curiosamente, con el que se denomina a esta especie. Quiso darle fundación a aquella población y, debido a su incorregible espíritu ecuménico e integrador, decidió contemplar ambos cultos, el cristiano y el pagano, y de ahí resultó el nombre de Sanctus Trachurus (San Trakhur).

Luego, con el tiempo, este topónimo se corrompió y derivó en "Santa Cruz" de Tenerife, aprovechando la similitud de los vocablos resultantes, para añadirle "de Santiago (Apóstol)". La capital de La Palma también es "Santa Cruz" de La Palma, por lo que se deduce que los primeros habitantes de esta isla también pudieron conocer y/o practicar el culto a Trakhur.

Aún quedan vestigios patentes de este culto en las fiestas de Carnaval, con el famoso "Entierro de la sardina (pez afín)", —en realidad es "Incineración de Trakhur"— para que resulte más amable a ojos de la UNESCO.

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