jueves, 23 de junio de 2016

00:00-07:00

El próximo domingo trabajo de 00:00 a 07:00 de la mañana. El lunes lo mismo. Ese domingo llegaré a casa en torno a las 08:30 de la mañana después de un día entero sin dormir (nadie se acuesta en verano por la tarde para dormir, menos un sábado). Me quitaré el uniforme-disfraz. Me daré una ducha. Me vestiré de civil, y como civil subiré a votar a La Laguna (pues allí sigo empadronado) y votaré. Me enteraré de los resultados en una oficina fría, nuevamente disfrazado. Una fría oficina en la que espero dibujarme una sonrisa, una esperanza para no tener que volver a disfrazarme nunca más. O por lo menos sentir que no llevo ese disfraz. Pueden pasar muchas cosas: que un vuelo se retrase, se cancele o se compliquen las cosas, esto último es la tónica habitual. Estaré solo de 00:00 a 04:30. Luego recibiré, espero que con alegría, a quienes vengan a compartir conmigo ese espacio donde nos hemos dejado toda esperanza de que algo cambie, de que no sea necesario que quien viene a compartir el trabajo conmigo se tenga que levantar a las 02:00 de la mañana (repito, nadie duerme de día en verano, los días son más largos, y menos en jornada electoral) para aguantar, una vez más, a esas hordas de energúmenos y energúmenas que cogen aviones, por la razón que sea. Aunque también habrá entre esos energúmenos y energúmenas, personas. Personas que respetan el trabajo y el esfuerzo de los demás por estar ahí, sin descanso, esperando para ofrecerles el servicio que pagaron. Sólo espero que vengan relajados, tranquilos. Que cuando estén en el aire, volando a sus destinos, piensen también en quienes hemos renunciado al sueño sano para estar ahí, para poder llevarles a su casa, a su ocio, o a su vida. En quienes cada día se juegan el tipo a horas en la carretera, desde el conductor del micro que nos lleva, también a esas horas que no son horas para hacer que las personas que vienen a volar, vuelen, tranquilos. Ojalá a partir de ese día, mis compañeros y yo no tengamos que sabernos nuestra vida una semana antes. Ojalá que a partir de ese día nuestros jefes nos traten con el debido respeto, no ganado desde la reverencia, pues lo llevan claro, sino desde la dignidad de quien renuncia a horas que no son horas a las horas que les corresponden de dormir, junto a quien aman (pareja, hijos, abuelos, madres, padres, que necesitan que uno esté ahí). Ojalá que a partir de ese día, aquellos que se aplican con celo en lo implacable por un puñado de buenos euros, que a menudo no razonan por los "procedimientos", que no son capaces de ponerse en la piel de quien sufre a diario el desvarío enquistado de unos pocos que provocan cierto sufrimiento a unos muchos, se den cuenta de que sin ese disfraz somos igual de horteras, neuróticos, apasionados, gloriosos, mediocres, ingratos, imbéciles, que, en definitiva, somos personas, más allá de una chapa, más allá de un carguito. Ojalá que se den cuenta de que andamos todos en el mismo barco, como esos que aspiran al refugio que nadie les da, como quien navega por las aguas del desamparo, como quien se queda esperando en la orilla a que se salven de una vez. Ojalá que a partir de ese día se les caiga la cara de vergüenza y piensen: ¿y si no va nadie? Habrá quien, a las 14:00 entre con la sonrisa triunfal de quien ha aplastado a los subversivos, habrá quien entre con la sonrisa de saber que el subversivo es otro, quien oprime, quien amenaza, quien maltrata de verbo y pensamiento, quien sólo busca defender su cotarrito a costa del desprecio al precio que pagamos por estar ahí, esperando que pase ese algo que haga que todo haga ¡¡¡KATAKROKK!!!

Ojalá que nos veamos cara a cara en bolas, mientras el barco, el mismo barco en el que todos vamos se va a pique. Habrá quien no sepa nadar. Pero habrá quien sí. ¿Hasta dónde extenderemos nuestros brazos para salvarnos entre todos? Hay quien tiene los brazos del mismo tamaño que su virtud. Hay también quien no.

Suerte.

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