El sonido del papel de regalo rasgado por las manos poderosas y
libres de los niños. El asombro que se les sale por los ojos en raudal
de alegría, de una inocente alegría dibujada en O en la fórmula secreta
de sus bocas, piscina de cristal fresco donde chapotean traviesas las
botitas que caminan por todo el territorio de su imaginación.
El
sonido de la cinta adhesiva, pulcramente retirada del cierre del
envoltorio, el "tac" de la liberación del contenido que encierra el
papel monocromo de los regalos serios,
útiles, de los mayores: la máquina de afeitar eléctrica, el par de
calcetines, camisetas y jerséis, el último grito editorial. La sonrisa
que se arruga en la comisura de los ojos, poniendo en polvorosa las
patas de los gallos que habitan en la sien, plateada, como pasa en el
tango. El agradecimiento, escueto, afectuoso pero escueto; el afán de
que los regalos hagan mella en lo invisible, y lo hacen, como el reojo
que llama nuestra más sutil atención, lo inesperado pero exacto, la
sorpresa apagada, el cortés entusiasmo; esas maneras con que los adultos
condescienden con la infancia.
El sonido del papel de regalo rasgado por las manos poderosas y libres de los niños.
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