domingo, 17 de enero de 2016

REYES DE NUEVA INGLATERRA

El sonido del papel de regalo rasgado por las manos poderosas y libres de los niños. El asombro que se les sale por los ojos en raudal de alegría, de una inocente alegría dibujada en O en la fórmula secreta de sus bocas, piscina de cristal fresco donde chapotean traviesas las botitas que caminan por todo el territorio de su imaginación.

El sonido de la cinta adhesiva, pulcramente retirada del cierre del envoltorio, el "tac" de la liberación del contenido que encierra el papel monocromo de los regalos serios, útiles, de los mayores: la máquina de afeitar eléctrica, el par de calcetines, camisetas y jerséis, el último grito editorial. La sonrisa que se arruga en la comisura de los ojos, poniendo en polvorosa las patas de los gallos que habitan en la sien, plateada, como pasa en el tango. El agradecimiento, escueto, afectuoso pero escueto; el afán de que los regalos hagan mella en lo invisible, y lo hacen, como el reojo que llama nuestra más sutil atención, lo inesperado pero exacto, la sorpresa apagada, el cortés entusiasmo; esas maneras con que los adultos condescienden con la infancia.

El sonido del papel de regalo rasgado por las manos poderosas y libres de los niños.

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