miércoles, 23 de mayo de 2018

KUKLUXCLÁN ECHEVARRÍA

Médico visitador de Nuevo Méjico se enamora de Guadalupe. No de la virgen, no. De Guadalupe Cardoso, hija adolescente de la víctima de un tiroteo por un asunto de esos que a Guadalupe no le gusta mencionar de los de padre, y menos delante de un médico, que todo lo saben. Todo ocurre, el enamoramiento, en el transcurso de una operación antidroga donde hay muertitos. Elevado a ojos de Lupita, Kukluxclán Echevarría, espera instrucciones desde el deefe. Sin embargo, a ojos de él, ella, con amargura, contempla el austero paisaje desértico. Cruza fugaz la mirada polvorienta con el visitador médico, que está ahí por casualidad, viéndose en la bochornosa tesitura de examinar cadáveres a falta de quien debiera estar ahí, pero que tarda desde Tijuana; cosas del tráfico, agujeros de bala, trayectorias de entrada o de salida; certificación de fallecimiento sobre el capó de la ambulancia por herida de bala gringa del sujeto que había respondido, hasta hace una media hora, por el nombre de Vicente Cardoso, pastor él, de cabras. Turbado, el médico visitador, Kukluxclán Echevarría, por la mirada de apabullante deseo de Guadalupe, Lupita, e intimidado por el papeleo al que debiera hacer frente, decide iniciar tácticas de cortejo, pues Kukluxclán no pierde el tiempo, en ninguna circunstancia, para enamorarse. Felizmente casados dos años después, Kukluxclán y Lupita, deciden dedicarse al noble oficio de atracar gasolineras. Habrá muertitos, de vez en cuando. Pero de eso que se encargue la policía, que para eso les pagan Lupita, hija del pastor muerto y Kukluxclán Echevarría, médico visitador de Nuevo Méjico.

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