domingo, 25 de septiembre de 2016

BEEE! 3

La condición de cabra exige entrenamiento. No es baladí, de repente, adscribirse a esta tribu de perfiladas formas; hay quien ya tiene el rostro marcado por esta condición. Sólo hay que saber verlo, interpretar los signos desde temprana edad. El pequeño cabritillo, buscando la preciada protección y el cobijo incondicional de su madres, al principio se muestra torpe en su reciente descubrimiento del arte de caminar, habilidad que le acompañará a lo largo de toda su vida si tiene intención firme de sobrevivir. Las cabras adultas acogen al nuevo miembro, en un principio, con cierto recelo. Posteriormente, a medida que el infante caprino desarrolla sus hechuras, será aceptado poco a poco. Suele ocurrir después del destete, tras volar del seno materno hacia el seno de su nueva madre, —la naturaleza—; aunque este vínculo, sobre todo por el olor, será ya inquebrantable hasta el día último de su existencia. De este modo, burlando también los designios de los dioses predadores con que las cabras se ayuntan en su particular cosmogonía, la joven cabra emprenderá a solas su camino, tanto macho como hembra. Llega un punto límite en el cual, ante la asombrosa verdad de la existencia—la desaparición, la muerte—la cabra deberá irse acostumbrando a su nueva condición de gran cabra, pues las muescas de sus cuernos, serán clave para identificar su poder. Cuantiosos habrán de ser los encontronazos con otros adultos de su tribu para que el poder de la cabra ejerza la mayor influencia de su vida. La condición de cabra exige entrenamiento, como se puede ver, pero también fortaleza en el compromiso, equidad en el juicio —herencia de sus lejanos parientes, los caballos—, pero sobre todas las cosas: pasión. Si algo caracteriza a la condición de cabra es, precisamente, su arraigado instinto de la pasión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario