jueves, 9 de abril de 2015

HÁBITAT

Mi casa se ha quedado en su adolescencia
de hace diez años.

Ya no es discreta, virginal
denunciando intrusos.

Se ha vuelto escandalosa,
hasta soez como una trastienda.

Mi casa es ahora ese cuarto
que yo soñaba de niño para mí;

pero en lugar del niño,
un soltero,

ese ser que juega
con su soledad a las casitas,

anhelando melancólico a una esposa,
y cosas con encajes, tapetes,

domingos sin hijos.

Mi casa se ha convertido en un curioso berenjenal
de aperos para el vicio:

el hábitat de un monje compulsivo, privado:
un ordenador personal de la ausencia.

A mi casa le ha salido cal de años,
empieza a tener frecuentes fugas,

y creo que aún no ha crecido conmigo lo suficiente.

Ni yo con ella.

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