domingo, 25 de mayo de 2014

ANTOLOGÍA DE ALLÍ #1

Después del partido el concurrido y bullicioso Estadio se sume en un murmullo cabizbajo en medio de jubilosos y afilados vítores dirigiéndose al salvaje territorio de la vía pública, la de todos ellos. En vestuario, mientras unos celebran, otros se dejan posar ante el metal rabioso que sentencia de un portazo la taquilla; una especie de quirófano en las profundidades del monstruo de la ciudad que emerge ahora hacia otra cosa, hacia otra noche larga y espesa de bocinas y bronca. A nadie le sale decir la palabra frustración sin trabársele la lengua; a nadie, sin embargo se le escapa una ejemplar muestra de dicción: oé oé oé. ¿Evohé?

En el aparcamiento, se cruza con dos tipos. Uno grande, bien puesto; el otro más bajo, aunque con tablas, por la soltura. Activa el coche y se dirige no sabe ahora por qué acaba de acelerar el paso. Abre la puerta se sienta al volante y cierra la puerta, con seguro. No hay nadie en el aparcamiento. Arranca. Se va.

Mientras coge el desvío, se le ha olvidado que la calle estaba cortada y ahora tendrá que dar un rodeo enorme para poder aparcar, al otro lado de la urbanización, con el miedo que le da caminar solo de noche. A lo lejos, supone que al otro lado de la plaza, puede que se encuentre a algún vecino paseándose un cigarro con el perro y no entiende por qué de nuevo se acelera hasta identificar la cancel de atrás, justo la que nunca toma, porque luego le queda a trasmano y, en fin, que es un engorro.

Llega ileso al portón. Empuja mientras abre la pesada puerta, sabe que la luz está a la derecha, justo al entrar, pero siempre se equivoca y mira hacia atrás y lo que ve entonces no le gusta nada: no le han seguido.


No le han seguido porque ya estaban allí, esperándole; terriblemente anticipados.

Lo que se encontró a las 6 y media doña Silvia y lo que le dejaron puesto al joven en la cara, tirado en la escalera, en medio de un charco de lágrimas y sangre, mucha; y el vientre, derramándosele.

Al día siguiente, suspendieron la exposición. La policía dio con los supuestos agresores, ahora presuntos homicidas: "Se nos cruzó", dijo uno al parecer. "Y ya está", sentenció el otro.

"Evidentemente", dijo el comisario, y añadió: "sin los empleados de seguridad, claro que hay que suspenderla".

La bala en la hierba y otros relatos, (1984), del escritor Enuf Klamper.

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