para Álvaro,
en nuestra "herramienta de soledad".
¿Quién viene a verte siempre tan tarde?
Sé que el amanecer aún hace tundra en tus canas,
te retira las legañas del espejo para que al mirarte
a los ojos, desnudo de nombre,
por ser sábado, te toque llamarte Álvaro.
En esos ojos tuyos que la muerte no se atreva,
ni nunca, ni más triste, ni siquiera amordazado;
te halle junto a la penumbra del postigo árabe,
respirando júbilo de jazmines,
la felina seducción de las naranjas;
pero no aún donde no puedes defenderte
porque te debes a un tiempo de corazas,
al pecado más torpe, al emplumado reptil.
Sé que aún te falta descubrir
el secreto mecanismo de las palomas.
Pues al final todo termina y empieza
en el pan: la tecnología del verbo.
En eso piensas mientras retiras de la taza
la cucharilla, bastón involuntario del recuerdo:
en el aire el café, el silencio, los amigos
que se piensan, y ocurren tras el biombo,
bajo la mesa, acurrucándose en la punta
de tus zapatos manchados de tinta,
sobre el cálido y blando motor que inflama
en tu gesto la velocidad del gusto.
Sé que te frenan la lengua algunas palabras;
que se te pierden por el pasillo juguetes que detestas.
Sin embargo hay curare en cada sílaba que dices
desde tu territorio chamán, frente a las piedras.
Ahora abres la puerta y sales.
¿Llevas cascabeles en el bolsillo?
Me gusta cómo ajustas el retrovisor,
el astrolabio del tiempo.
Siempre es un placer conducir contigo,
estés donde vayas.
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