Confieso que he seguido tu rastro. Tu olor entre el frío, guiándome en la tundra.
Frente a mi guarida, agucé el olfato que no te vio más. Permanecí escrutando el aire, a ver si te olía. Y sí.
Pero tu olor estaba en mí y no en el rastro del aire frío, salvaje.
Me seguí desde tu olor, instalado en mi hocico, mi hocico de ti. Y llegué hasta el lugar donde los lobeznos duermen.
Y aún tu olor, en el viento, delatándote ante mí, confundiendo nuestro instinto.
Confieso que he seguido tu rastro. Tu olor entre el frío.
Te busco en mi guarida, a oscuras; compruebo que no estás salvo tu olor, limpio, certero, aún palpitante en las paredes, danzando frente a mí.
Los lobeznos duermen.
Fuera,
la tundra.
Frente a mi guarida, agucé el olfato que no te vio más. Permanecí escrutando el aire, a ver si te olía. Y sí.
Pero tu olor estaba en mí y no en el rastro del aire frío, salvaje.
Me seguí desde tu olor, instalado en mi hocico, mi hocico de ti. Y llegué hasta el lugar donde los lobeznos duermen.
Y aún tu olor, en el viento, delatándote ante mí, confundiendo nuestro instinto.
Confieso que he seguido tu rastro. Tu olor entre el frío.
Te busco en mi guarida, a oscuras; compruebo que no estás salvo tu olor, limpio, certero, aún palpitante en las paredes, danzando frente a mí.
Los lobeznos duermen.
Fuera,
la tundra.
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