miércoles, 21 de febrero de 2024

CAPITO

Entendimos que el error estaba en otro sitio.
En la provocativa causa de la pasión;
en el espacio crítico donde cada cual parecía navegar,
ufanos, en su canoa con ganas de galeón;
sintiéndonos capitanes, siendo en realidad,
robinsones anhelantes de un naufragio
que nos trajera hasta la costa abandonada
aquellas escuetas vituallas que alimentaran
nuestro imaginario banquete: al final sólo algas.

Entendimos que el error andaba escondiéndose
de nosotros, salvando las distancias y los charcos,
reaccionando a la alergia de los berenjenales,
a las once varas de nuestras camisas rotas,
al ahogo del agua en los vasos rotos;
al amanecer insomne sin la mente en el debido sueño,
al tumulto que el vino provoca en la palabra,
en su huida hacia atrás, hacia el resorte de un gatillo.
El mecanismo de una guillotina de papel.

Entendimos, también, que el amor es ácido.
Tanto como un dulce abandonado hace tiempo
en la despensa de los años, una antigua tentativa
de constante agrado que ya, no siendo verdad,
se agarra con fervor a lo que la razón dicta,
sin que haya lápices infalibles contra la burda ortografía
que pretende situarnos al borde del poema,
ese poema falso, escasamente limpio, puro.
Tan sólo un poema más que no hace nada.

Entendimos que el error estuvo en la manera.
En el modo de decirnos a deshoras lo que daña.
Pasar de la fiesta al trágico metal de la hoja
del cuchillo, mal afilado, a la común mortalidad
de esa arena entre las manos, interminable
raíz de toda duna que lentamente avanzará
hacia el oasis. Volvamos, entonces, al abismo
de donde nunca debimos escapar. Era allí
nuestra morada, aunque humilde, era nuestra.

Entendimos que la vida es, al mismo tiempo,
una muerte sin dolor, una especie de cadena
trenzada por las horas y sus músicas calladas.
Que entre ambos existía una verdad que resultó
no ser mentira, sino más tierra aún por recorrer;
hemisferios con su diferencia horaria, con aduanas
llenas de oficiales, trámites, salvoconductos,
autorizaciones; burocráticas credenciales
de quienes somos. Entendimos todo eso.

Ahora es casi un desafío la palabra,
una cautela, un paso preciso hacia el mar
sin tener en cuenta oleajes, mareas, ventoleras.
Ahora es todo un vergel desmantelado.
Un manual de instrucciones, dogmático,
esquivo, escrito en múltiples idiomas.
Una espada mellada, inútil pues, cuando ya
la batalla hace tiempo ha terminado.
Ahora sólo queda, de nuevo, otro acto de fe.

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