sábado, 20 de enero de 2018

LALI

Resolvieron sus amigas llamarla Lali. No les divertía ponerse a conjugar diminutivos con un nombre tan poco apropiado para ellos. En torno a la mesa, con la elegancia del buen beber de las señoras, socarronas y a la vez pulcras, como mucho, si acaso, "una segunda copita sí me echo". En seguida, los corrillos de señoras en torno a la mesa llena de copas se van ampliando hasta pasar de un sencillo gesto de chismorreo entre dos cómplices mientras resuenan sutiles los choques de las pulseras, a un asunto de estado, digno de ser solucionado en asamblea con las mejores y mayores galas de "otra copita". En las reuniones de más de una persona siempre se termina hablando de otra, que normalmente está ausente, bien para siempre, lo que da a la reunión un tono a veces lánguido y receloso, o bien por un instante, porque se le espera, porque se le espera ya demasiado, o porque se ha permitido ir a excusarse. Éstas últimas son las más excitantes, porque requieren de un juego sutil de guiños y plisados de falda, o de nueva resonancia de abalorios, toses repentinas y otros ademanes arcanos antes de que el ausente instantáneo regrese de su excusa. Fue en ese contexto, en aquella noche fresca, sobre la mesa, apartada la terecera ronda vacía, cuando las señoras, por unanimidad, decidieron llamarla Lali.

Se levantó un acta oral por parte de la señora que se hizo con la voz moderadora de aquella reunión. Y sentenció: "¡A Libertad, la vamos a llamar Lali, por que es "La Libertad"!, y mostró una servilleta en la que aparecía escrito el anagrama como fórmula sacrosanta

La LIBERTAD -- LALIBERTAD -- LALI (y BERTAD, tachado).


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