jueves, 11 de enero de 2018

EN TORNO A JACOB BANFIELD, PRIMATÓLOGO

La personalidad que nos ocupa en este artículo responde a esa categoría de inclasificables. Si bien Jacob Banfield, reputadísimo primatólogo, investigador de campo con una trayectoria más que respetable, celebrado científico, y galardonado no hace mucho tiempo con el Premio Dawson de la Universidad de Port Brendan forma parte fundamental del Parnaso científico en su materia, al mismo tiempo, adolece, dentro de esa pasión por los homínidos, de una tendencia antropológica muy singular, la cual ha cristalizado en sus recientes publicaciones en el Port Brendan University Anthropological Quarterly (PBUAQ).

En ellas sostiene, con más audacia que vigor, sus tesis acerca de la conciencia no sólo social de los primates, sino de su conciencia política, la cual, de estudiarse con profundidad, proceso en el que Banfield anda inmerso desde hace ya varias décadas, resultaría tan interesante hasta el punto de una posible para aplicación en el flujo de la sociopolítica humana actual ya que, en palabras de Banfield: El germen de toda sociedad moderna, —y con respecto a los primates esto representaría en su súmum, el Neanderthal— se basa en el desarrollo de las habilidades de convivencia y, sobre todo, de la capacidad de solucionar problemas de índole jerárquica mediante métodos no impositivos; desde un punto de vista, llamésmole, "instintivo". Si la jerarquía supone una forma arcaica, o digásmolo así, una suerte de paleopolítica, ¿no sería digna de estudio la evolución del concepto de jerarquía, al quebrantarse en según qué circunstancias de conflicto, y el modo de resolución de este problema en ciertas especies de primates que conviven hoy entre nosotros?

Imaginar la evolución de este pensamiento, es decir, que la conciencia primate es capaz de trascender sus propias reglas y tabúes en favor de la cohesión social, lo que conlleva prescindir de cualquier método autoritario para limar diferencias entre miembros de la misma sociedad, pero pertenecientes por arraigo tradicional a diferentes estamentos de la población, no deja de ser, a su manera, revolucionario.

Tan revolucionario como la sucesión de los acontecimientos en torno a esto.

Tras recibir el galardón, dotado con la elevadísima cifra de 40.000 chelines brendanos (unos 150.000 €), Banfield adquiere 15 hectáreas en la localidad de Greyponds. Allí, tras varios años de incansansable actividad prosélita, consigue reunir a una comunidad en la que aplicará los métodos de convivencia de los bonobos con el fin de constatar la proclividad de estos primates a resolver los conflictos políticos, es decir, jerárquicos, mediante la práctica del sexo, haciendo prevalecer sobre la autoritaria tradición de la ley del más fuerte la voluntad o el impulso de la doctrina del más cercano. Banfield ve una solución más que viable para rebajar los niveles de crispación en las sociedades humanas, al tiempo que supone una respuesta evolutiva en el pensamiento humano, equivalente a la que los bonobos han dado con respecto al sistema jerárquico de los primates.

Poco tiempo después de darse a conocer las primeras noticias de la existencia de este grupo, Bonobopolis, con su consecuente escándalo y lógico vituperio entre las clases de homínidos más privilegiados de la sociedad humana, la alarma salta en todos los gabinetes de prensa del Parlamento: Bonobopolis se presenta a las elecciones como partido político. Y, cómo no, como cabeza de lista aparece Banfield. Hubo quien, en el insano afán del desprestigio inocuo, llegó a compararle con Hugh Hefner, o quien en fervorosas diatribas no sólo lo tildó, sino que lo subrayó como una "especie de mono pervertido que ha abandonado toda noción de razón humana, abocado a consumar la barbarie de la involución. ¡Oh, si Darwin le escuchara, señor Banfield! Le pondría al nivel de una musaraña, ese ser tan despreciable". (Palabras del Primer Ministro Clark Humberton en 1975, con relación a la incipiente ambición política del reputado primatólogo).

En las elecciones de ese mismo año 1975 el partido neoliberal de Humberton perdió su hegemonía debido al poderoso aparato mediático que, sin apenas financiación, aupó a las primeras planas de los periódicos las bizarrías del candidato Banfield. El partido neoliberal de Humberton, si quería formar gobierno, debía hacer concesiones ejecutivas al partido de Banfield, el cual había desbancado, contra todo pronóstico, a la tradicional oposición Comunista, relegada a un tercer puesto en la representación del Parlamento.

Es por eso, que en estos días, sólo los jueces son los que pueden dictaminar penas de privación de sexo entre las parejas como medida preventiva ante una eventual desavenencia, debido a un síndrome de proactividad que la sociedad ha experimentado en los últimos tiempos. Es decir, que antes de enfrentarse al conflicto, gran parte de la sociedad brendana ha preferido cobrárselo con efectos proactivos en aras de postergarlo en el tiempo, lo que, a efectos sociales, crea una disciplina de la no comunicación del conflicto en tiempo y forma, lo que ocasionaría el colapso (como ya ocasiona) de la administración con respecto a reclamaciones del mismo modo que departamentos de relaciones públicas y atención al cliente. De hecho, muchas empresas, con buen ojo, se han apresurado a sustituir esos flecos del cuerpo funcionarial del país por departamentos de esparcimiento con ánimo lúbrico, a los cuales acuden tanto contribuyentes como clientes frustrados (aún no acierto a vislumbrar la diferencia) para dirimir sus contratiempos con el estado o con las empresas mediante el acercamiento carnal, para lograr, de este modo, una satisfacción plena y una compensación equitativa al agravio producido. Este proceso ha producido durante gran cantidad de años, entre otras cosas, la disminución de los delitos violentos, el incremento de los niveles de tolerancia entre los habitantes, así como, y no por ello menos importante, un desarrollo paulatino de la conciencia cívica, lo que ocasiona un ascenso en la felicidad, ponderada como la más auténtica en la historia del archipiélago en setenta años. Pero todo tiene su contrapartida.

En el año 1984, Bonobopolis, decayó. El fallecimiento del profesor Banfield también contribuyó de manera notable a esta decadencia. Ya venía acusando desgaste, no sólo en el plano mediático, sino en lo social, pues, tal vez por la saturación, el pueblo desistió de seguir practicando tales métodos y decidió volver al ejercicio de la razón, provocando, por su prolongada postergación, una explosión masiva de violencia contenida en la sociedad que duró unos cuatro años, período conocido como Big Four, que fue mitigada gracias a la aplicada dedicación de los Cuerpos de Seguridad, contrarrestado con la debida discreción, por las noticias de la vuelta al Parlamento de las fuerzas Laboristas, aliados siempre con los Comunistas.

Tal vez, y en esta reflexión aún andan muchos, Brendania no estaba a la altura que Banfield pensó para una sociedad donde las jerarquías fueran desapareciendo gracias a la recuperación social del instinto de cercanía, de satisfacción mutua para minimizar la gravedad de los conflictos. Toda una lección de paleopolítica.

© Michael Tennant, Homeworks, 1991
Traducción: Amanda Leira

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