miércoles, 16 de diciembre de 2015

IB3938MADTFN23APR14 (EN EL AVIÓN)

Los aviones son los ascensores de los países.

La somnolencia reseca de los párpados;
la etérea amabilidad de las azafatas, como un caldo tras la mala noche;
poesía china;
parlamentarios de ojos desfallecidos, agarrados a las cornisas de la cara; piiii puuuu, y como una foca, husmeo hacia el correspondiente destello que no existe;
hago el ganso en el avión con la torpeza del momento: lo aparatoso de la falsa calma, del control, de la estudiada seguridad de actor principal de una película en la que el protagonista viaja en avión;
la estupidez que se estira en tu vecino de viaje, con el que cruzas indeterminado juego de suspicaces fórmulas de no agresión a pesar del estudio involuntario y minucioso del reojo.

La competición territorial por la presencia en el avión.

Pilotos por un día de la indefensión absoluta del azar.

A los mandos de un señor que no nos conoce; que tal vez
ni nos quiere.

De fiar hasta qué punto.

Hasta qué aterradora normalidad de estar
cinco horas después de haber regresado de un lugar,
escribiéndote esta pequeña crónica de un regreso que se encontró con un guijarro resbalando por una caña del tejado; un leve asombro.

A saber qué pensarán de nosotros las aves migratorias.


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